jueves, 3 de octubre de 2013

De Blanco y Negro a Color - 98 y 99 -




La empresa de Pedro Wilson, está a punto de sacar al mercado un láser quirúrgico que revolucionará el mundo de la medicina, el cual ha sido creado por una joven prodigio en ingeniería robótica que resulta que además es su hija, Macarena Wilson. Sin embargo, otros intereses ocultos acechan al proyecto y amenazan con cambiar el futuro de Maca para siempre, si finalmente su trabajo sale a la luz en toda su magnitud. Con la amenaza de perder a su hija, Pedro aceptará la contratación de Esther García, una mujer misteriosa que tomará las riendas de la empresa en pro de un único fin, proteger a la joven. Algo que no le será fácil, dado el espíritu rebelde, guerrero y liberar de Maca, que ajena a lo que sucede a su alrededor, verá a Esther como su única amenaza.

 98

El ritmo agitado pero progresivamente más acompasado de la respiración de Esther marcó el fin de una escalada hasta el mismísimo cielo. Maca no dejó de sostenerla ni de acariciarla ni un segundo, reteniéndola entre sus brazos. Haber podido hacerla suya en aquel instante, no podía compararse con nada salvo con volver a hacerlo. Dejó que se repusiera aun consciente de que cuando lo hiciera volvería también su razón, la cual no le cabía ninguna duda estaba empeñada en oponerse a la idea de ellas dos juntas, pero esta vez estaba decidida a no ponérselo fácil, esta vez ya no sería la joven insegura en estado de shock tras la ruptura de su primer amor… Esta vez, lo más importante, estaba a su favor y se agarraría a ello aunque ardiera despellejando sus manos.

-       Maca… -pronunció Esther su nombre con temor, aún no se atrevía a separarse de ella-.

Maca cerró los ojos ante la caricia de su nombre, sabía que pronto llegaría el jarro de agua fría y quiso adelantarse a él.

-       ¿Qué? ¿ya tienes fuerzas para salir huyendo? –le susurró con miedo Maca, pero también tratando de imprimir una mezcla de humor mal conseguido a su voz-.

Esther se separó ligeramente de ella, aún estaba entre sus brazos y la miró a la cara tratando de descifrar sus pensamientos. Maca sonrió tímidamente, Esther sin embargo permaneció seria. No quería volver a hacerle daño, pero sabía que tarde o temprano se lo haría, se lo harían las dos. Lo que había pasado entre aquellas cuatro paredes, no… permitirlo… había sido un grave error que Esther posiblemente no se perdonaría, pero estar junto a ella, aunque fuera un sólo instante, bien merecía el infierno con todas sus consecuencias. Acarició con ternura la cara de Maca, y ésta no pudo evitar que los ojos se le cerraran pesadamente ante el calor de aquella mano, Esther casi había podido escuchar el gemido ahogado que había provocado con su caricia… ¿Por qué el destino les había jugado esa mala pasada? ¿Por qué las había acercado para luego dejarlas cada una en el extremo opuesto de aquella injusta balanza? Si hubiera imaginado que toda aquella historia podía terminar sacrificando a una de ambas, jamás hubiera permitido que aquellos sentimientos crecieran, jamás la hubiera besado, jamás…
Maca abrió los ojos, y con un gesto casi imperceptible, casi como un resorte instintivo, también se entreabrieron sus labios, Esther no pudo evitar quedar hipnotizada por ellos... y entonces se dio cuenta de que se auto-engañaba, porque lo que no había tenido jamás era la fuerza ni la voluntad necesarias para resistirse a aquellos hilos invisibles que parecían arrastrarla hacia Maca más allá de toda lógica y sufrimiento.

-       Maca, no es eso… yo, nosotras…. –Esther trató de hacer lo correcto, prolongar aquello sin hablarlo no sería justo, pero Maca colocó un dedo sobre sus labios y la interrumpió. Aún con toda la turbación que eso le producía, Esther trató de seguir hablando-… Maca, tenemos que hablar de … esto.

Pero Maca no quería hablar de nada, repasó los labios de Esther con su dedo y viendo que no callaba la volvió a besar introduciéndola en la misma espiral de sensaciones en la que ella se encontraba.

-       No quiero hablar, no ahora, no esta noche… por favor –le suplicó Maca mientras seguía besándola y sus respiraciones volvían a prenderse, agitadas-.

Esther encontró el modo de separarse de aquellos labios, el pulso le temblaba y su cabeza estaba completamente nublada. En aquel momento se sintió tremendamente culpable, porque no iba a ser capaz de resistirse, porque la deseaba y la quería con una brutalidad que la asustaba, porque no quería renunciar a ella.

-       Maca… -lo intentó de nuevo con un último aliento-.
-       ¡Ven conmigo!  –le pidió de pronto Maca-.
-       ¿A dónde? –se sobresaltó Esther por la energía con lo que lo había dicho-.
-       Ven a mi casa… -Maca la estrechó con fuerza contra sí, no iba a soltarla-, tú y yo, esta noche, solas… mañana será mañana.
-       Maca esto no está bien -dijo Esther asustada realmente. Trató de zafarse de sus brazos-.
-       ¡No me importa! –la retuvo Maca, y le cogió la barbilla para que la mirara-. No puedes prometerme nada, y sé que te mueres de ganas de salir corriendo… está bien, te dejaré que lo hagas, pero esta noche no… esta noche ven conmigo, sólo y simplemente ven conmigo.

Esther se quedó paralizada, Maca pensaba que quería salir corriendo, pero no era cierto, ansiaba tanto olvidarse de todo y quedarse a su lado que apenas podía respirar. No se daba cuenta de lo que le pedía, y ella no se atrevió a decírselo cuando los labios de Maca sonrieron y se aventuraron de nuevo a devorar los suyos.
……….
Maca se quedó mirándola. Apenas había podido dormir un par de horas en toda la noche, pero el cosquilleo y el cansancio que sentía por todo su cuerpo bien habían merecido la pena. Esther dormía plácidamente sobre la almohada, los mechones de pelo ondulado le caían por la cara, y Maca se sintió invadida por la dulzura que respiraba aquel rostro que no se cansaría de mirar y de besar nunca. ¡Cuánto había soñado con tenerla así! Sin una arruga de preocupación en su frente, desnuda en su cama después de haber hecho el amor una y otra vez, hasta quedar rendidas. Quizá eso es precisamente lo que era, un sueño, aunque sabía que de ser cierto no sentiría esa angustia en mitad del pecho al saber que ya era mañana. Se pasó las manos por el pelo y dejó recostar su cabeza contra el cabecero de la cama… ¿cómo iba a retenerla ahora? Aquella pregunta era la que no le dejaba cerrar los ojos más de lo estrictamente necesario. En cuanto habían llegado al apartamento, Esther había tratado de hablar con ella, pero Maca había echado los cerrojos y las persianas de su cordura, había puesto toda la carne en el asador, y la había arrinconado hasta que Esther había olvidado hasta su propio nombre. Ahora se sentía culpable por ello, sí, Esther la deseaba, pero ¿y si sólo había sido eso? A la luz del día dudaba hasta de la clara convicción que había sentido aquella noche de que Esther la amaba, esa convicción que la había hecho arriesgarse hasta el punto de volver a tenerla entre sus brazos, hasta el punto de volverse a echar en los de Esther. Quizás había sido un error, o quizá no y su instinto estaba en lo cierto, porque mientras habían estado una en brazos de la otra una voz profunda y clara le gritaba que Esther la quería con toda su alma y que algo no encajaba. Maca volvió a mirarla… ¿por qué la había dejado Esther? ¿por qué le había mentido diciéndole que amaba más a su trabajo, cuando era evidente que no era así? Maca no la creía, no después de haber hecho el amor con ella aquella noche, pues cada poro de la piel de Esther, cada caricia y cada mirada que le había entregado en aquella misma cama, hablaban de amor y no de estricto deseo, eso era algo que Maca sabía diferenciar demasiado bien, pues sexo por deseo había tenido mucho, pero además con amor, sólo con una persona y estaba justo a su lado. Sí, tendrían que hablar, pero no sólo sería Esther quien lo hiciera.
Abrió los ojos y ya no estaba. Se incorporó en la cama desconcertada, y escuchó ruido al fondo del pasillo. Maca estaba en la casa, y Esther se dejó caer de nuevo en la cama sintiendo un alivio que duró más bien poco al darse cuenta de que tendrían que hablar de lo ocurrido. El estómago se le revolvió de pronto, lo que habían vivido aquella noche era un sueño hecho realidad, algo que creía no merecerse, algo por  lo que tendría que pagar un alto precio, pero que aún así, los saltos que aún brincaban en su corazón le impedían arrepentirse de lo ocurrido. Ella era todo lo que Esther quería, y haber podido entregarle cada caricia a Maca aquella noche, era algo que habitaría en ella por muchos años que viviera, pasara lo que pasara.
Maca se sentó en el salón con una taza de café en la mano. Las vistas de aquel parque con abundante vegetación que se divisaban por su ventanal, eran una de las razones por la que se había decidido a comprar aquel apartamento, y ahora sabía por qué, en cierta forma le recordaban a Italia. Tomó un sorbo de su taza y se acomodó aun más en el sillón, todo parecía cobrar un nuevo significado ahora. Esther carraspeó en ese instante. Maca giró con lentitud la cabeza hacia ella, Esther se había puesto una camiseta y un vaquero algo gastado, y la contemplaba con cierta timidez y nerviosismo desde el quicio de la puerta. Aquella imagen despertó bellos recuerdos en Maca, así que sonrió.

-       ¡Hola! –le dijo Maca a modo de saludo matutino-.
-       ¡Hola! –le contestó Esther con una tímida sonrisa-.

Durante un segundo perfecto, sus ojos brillaron y hablaron sin necesidad de palabras. Luego Esther apartó la mirada dubitativamente y Maca supo que debía rescatarla.

-       ¿Quieres una taza de café? Está recién hecho –le preguntó Maca con tranquilidad-.
-       Estaría bien, sí, gracias –le contestó Esther sin saber muy bien como comportarse después de lo que había ocurrido entre ellas-.

Maca se levantó del sillón. Aún llevaba el pijama puesto, y Esther no pudo evitar contemplar lo hermosa que era. Cuando pasó a su lado, Esther tuvo que apartarse para contener el impulso de acariciarla… su fragancia era una de las cosas que aún la atormentaban por la noche, y volver a olerla era mágico. Mientras Maca servía otra taza de café, Esther no pudo dejar de mirarla, había algo en ella que había cambiado indudablemente, siempre había desprendido una energía radiante y perturbadora con su personalidad independiente, rebelde e impulsiva, pero ahora estaba rodeada de una tranquilidad y una seguridad que la volvían aún más irresistible… era como si… hubiera madurado, no desde un punto de vista entre la adolescencia y ser adulto, sino desde aquel otro que imprimía un nivel de sabiduría difícil de alcanzar si uno no alcanza a estar en paz consigo mismo. Maca había conseguido estar en equilibrio consigo misma, ahora lo veía.

-       ¿Dos de azúcar? –le preguntó Maca sin volverse, pues aquella sensación de tener los ojos de Esther pegados a su espalda la ponía un poco nerviosa-.
-       Sí, dos… -contestó Esther, y Maca se quedó con la cuchara de azúcar a mitad de camino al percibir el tono de su voz, más grave esta vez-.

Esther cruzó la estancia y se colocó a su espalda, porque no hacerlo la enloquecía más que cualquier tortura a la que pudieran someterla. Maca cerró los ojos cuando sintió el calor que desprendía el cuerpo de Esther tan cerca del suyo. Tomó aire y los abrió para girarse.

-       Aquí tienes –le dijo tendiéndole la taza, y se la hubiera echado encima si no fuera porque Esther la cogió a tiempo, pues Maca no había calculado la distancia a la que se encontraba Esther de ella y casi la golpea al extender el brazo para dársela-. Lo siento…

Se  disculpó Maca aturdida,  Esther dejó la taza en la encimera despacio, tan despacio que Maca tuvo la impresión de que todo pasaba frente a ella a cámara lenta. Esther se volvió para mirarla, y recogió uno de los mechones de Maca detrás de su oreja.

-       Maca… -Esther pronunció su nombre casi como un susurro roto entre el anhelo y el miedo-, tenemos que hablar de lo que pasó anoche.
-       Lo que pasó anoche es que nos queremos –le contestó Maca como si eso zanjara cualquier conversación, duda o excusa que Esther quisiera darle-. ¿O es que vas a negármelo también esta vez?

Maca esperaba que Esther apartara su mirada de ella, pero no lo hizo, la mantuvo en sus ojos sin dejar de calentarla con una intensidad y una mezcla de tristeza que a Maca la pilló completamente desprevenida.

-       No, no puedo… -pronunció Esther-. Eso no puedo negarlo. Te quiero.

A Maca se le aceleró el corazón de golpe, aquello no podía ser tan fácil, Esther no podía ponerlo  tan fácil.

-       No he dejado de quererte nunca, pero…
-       ¿Pero? –la interrumpió Maca, allí estaba su excusa, y no lo consentiría-. ¿Qué pero?... Tú me quieres y yo te amo –Maca cogió su cara entre las manos-, no hace falta más, todo lo demás puede solventarse.
-       Maca… -Esther quería creerlo pero sabía que no era cierto, la angustia se apoderaba de ella-… no es tan fácil, Dios… no es tan fácil, ¿no lo entiendes?

Esther se separó, parecía desesperada de pronto.

-       ¿Qué no entiendo? ¡Dímelo!... Hubo un tiempo en que podíamos hablar de todo -Maca se acercó de nuevo a ella y volvió a obligarla a mirarla a la cara-. ¿Por qué no me dices  lo que callas? ¡no puede ser tan difícil! ¡Se sincera conmigo!... ¿por qué no me dices de una vez porqué me dejaste hace un año si nos queríamos? ¡Dime la verdad Esther! ¡Por Dios, dímelo de una vez! –le pidió encarecidamente Maca contagiándose de su misma desesperación y la cogió por ambos brazos sacudiéndola para que reaccionara-.
-       ¡Tenía que hacerlo!... Diosss… no iban a dejarte en paz, tenía que hacerlo… -dejó escapar Esther de su boca aquellas palabras antes de que pudiera racionalizar lo que decía-.

Maca la soltó despacio, aturdida.

-       ¿Quién no me iba a dejar en paz, Esther? –formuló lentamente la pregunta Maca aunque una nube negra en su recuerdo iba siendo el preludio de sus sospechas-.
-       ¡Esto no está bien! ¡No, debí…! Esto no debería… -Esther hablaba como si mantuviera una pelea internamente-.
-       ¿Esther? ¿quién no iba a dejarme en paz? –volvió a preguntarle Maca esta vez más enérgicamente-.
-       Yo no esperaba que algo así pudiera ocurrir, ojala hubiera podido preverlo, pero ocurrió como una broma pesada del destino y tuve que decidir… no hubiera soportado que te robaran tu vida. Tú estabas en la cara y yo en la cruz, pasara lo que pasara iban a alejarte de mí… -Esther ya divagaba en sus explicaciones, aunque Maca empezaba a comprenderlo todo-.
-       ¡La DMIT! –exclamó Maca como si la luz se encendiera-. ¿Qué te dijeron, Esther? ¿qué coño hicieron? ¡Contestaaaa! –Maca sentía como la sangre le hervía y le gritó, dejando a Esther completamente paralizada y atenta a ella-.
-       Me hicieron firmar un acuerdo –contestó Esther tratando de tranquilizarse, para calmar también a Maca en la medida que pudiera-.
-       ¿Qué tipo de acuerdo? –le preguntó Maca bajando también el tono de su voz-.
-       El tipo de acuerdo que dice que tú no existes para los propósitos de la DMIT mientras vivas, a cambio de que yo dirija de nuevo el departamento y mantenga a salvo la integridad de los objetivos para los que fue creada.

99

Ya está, ya lo había dicho. Maca la miró como si no pudiera creer lo que veía ni lo que oía. De pronto parecía que le había caído un camión encima y tuvo que sentarse en uno de los taburetes de la cocina. Esther también se quedó en silencio, a la espera de las preguntas que estaba convencida que a Maca le asaltarían una vez procesara el primer impacto, unas preguntas que ella misma ya se había planteado y cuyas respuestas volvían siempre al mismo final… no estarían juntas.

-       Recuperar mi vida a cambio de subyugar la tuya… -murmuró Maca procesándolo-. ¿En qué clase de país estamos viviendo?

Esther se acercó a ella y se sentó a su lado. Maca la miró a la cara.

-       Dímelo Esther, porque no lo entiendo. No entiendo que burda mentira es ésta, donde de la noche a la mañana alguien decide que quiere algo tuyo y emplea la tapadera de la ley para apoderarse de tus deseos, de tu vida… ¡esto es de locos! –aquello había sido otro duro golpe para sus ideas-.
-       Sí lo es, pero la DMIT no siempre fue así y yo trato de cambiar también eso. A diferencia de lo que crees en estos momentos, la DMIT fue un refugio y una oportunidad para investigadores de talento como tú –le dijo Esther-.

Maca la miró incrédula.

-       No me mires así. La DMIT se creo en los años 30, como una especie de programa de protección de testigos, pero para investigadores que habían dado o conseguido crear inventos que supondrían un gran avance científico pero que en malas manos podrían convertirse en un peligro potencial. La DMIT les daba una nueva identidad, les ponía los medios para desarrollarlo y les daba protección. Con el tiempo su función se fue degenerando, la tecnología evolucionó demasiado rápido y con ella también el desarrollo de todo tipo de armas que hicieron cundir un poco el pánico. La DMIT empezó a querer controlar todo aquello y empezó a crear presiones para el ingreso de los científicos, una vez dentro muchos veían una oportunidad, otros una esclavitud y es ahí donde fallamos, porque empezamos a decidir por ellos cual tenía que ser su vida. Por eso salí de la DMIT, y por eso me pasé los siguientes años aprovechando las lagunas legales de su manual de actuación para luchar contra prácticas totalmente en contra de la libertad del ser humano… como te pasó a ti –le dijo Esther y ambas se quedaron mirándose-. Cuando llegué a España tras Italia, jamás pensé que las cosas sucederían de este modo. A mi padre lo llamaron al cargo, había un movimiento interno en la organización que estaba haciendo presión para derrocar algunas de las prácticas más anticonstitucionales de la DMIT y querían “limpiar” errores que hoy por hoy ya no se podían permitir cometer. Me pusieron al alcance de la mano esa función, devolver la DMIT al origen para lo que fue creada, pero sobretodo me pusieron al alcance asegurarme de que tú volverías a tu vida, con los tuyos… -Esther soltó una sonrisa sarcástica y triste-. No creas que se me pasó por alto lo irónico de la situación, decirme que iban a poner en mi mano el cambio de la DMIT pero ejerciendo para ello un chantaje que ellos sabían que aceptaría, tu libertad.
-       Esther, no debiste aceptar –le dijo Maca-.
-       Sí, si debí. Porque si no lo hubiera hecho, hubieras sido tú la que estaría dentro y no como una investigadora libre y de colaboración, como pretendo conseguir que sea en el futuro para quienes decidan recibir la ayuda de la DMIT, sino como una delincuente cuyo cargo por huida ante la ley había sido por mi culpa –Esther cogió la cara de Maca entre sus manos, en sus ojos había un dolor y una desesperación que sobrecogió a Maca-. ¡¿No lo entiendes?! Iba a perderte de todos modos, una vez dentro iban a cambiarte de identidad, iban a incomunicarte con tu pasado… la sola idea de no poder encontrarte me aterraba, de no verte, de no saber que estarías bien. Aceptar el cargo no sólo me permitía devolverte tu libertad, sino también asegurarme de que estuvieras bien aunque fuera sólo observando a distancia.

Maca abrió los ojos como platos. Así que era cierto… esa sensación de que Esther no había desaparecido de su alrededor durante todo ese tiempo había sido cierta, Esther la había estado observando, cuidando a distancia.

-       Has estado a mi lado… -pronunció Maca despacio, más como una afirmación que como una pregunta, pero Esther asintió con la cabeza de todos modos para verificárselo-. Todo este tiempo, has estado observando…
-       Sí, pero no quiero que pienses que te vigilaba, simplemente quería…
-       Asegurarte de que estaba bien -terminó la frase Maca por ella-.
-       Sí –dijo Esther-.
-       Yo estaba en lo cierto. ¡Me quieres! –afirmó Maca-.
-       ¡Te amo! –le corrigió Esther-.

Maca sintió el impulso de lanzarse a sus brazos, pero el brillo apagado de los ojos de Esther se lo impidió. Con temor, formuló la pregunta…

-       ¿Qué va a pasar ahora?
-       Tengo que regresar a la DMIT –le dijo Esther-.
-       Pero podremos seguir viéndonos, eso no impide que tú y yo sigamos juntas -expresó Maca de repente agitada-, ¿no? ¿Esther?

Esther se quedó callada unos instantes, pero le mantuvo la mirada.

-       Ojala fuera tan fácil –finalmente hablo Esther-.
-       ¡Lo es! ¡Nos queremos!, por el amor de Dios, ¡claro que es así de fácil! –la atajó Maca nerviosa-.
-       Maca, escúchame, por favor y trata de entender más allá de lo que sentimos en estos momentos. Por mucho que yo te quiera, estar dentro de la DMIT significa que no puedo tener lazos fuera de ella, mantener esta relación sería un grave error que nos causaría a la larga mucho daño. Ahora estoy aquí, pero mañana puede que no y no te podría comunicar ni dónde estoy ni cuándo regresaré, así de simple. No sería como una relación a distancia si es lo que te imaginas, porque cuando entramos en un caso tenemos prohibida la comunicación con el exterior por motivos de seguridad. No habría llamadas ni email… desaparecería sin más…  -trató de explicarle Esther-.
-       Pero regresarías … -la atajó Maca empezando a comprender lo que Esther trataba de explicarle, aun así se resistía a no encontrar una solución que las anclara al suelo, juntas-.
-       Esa no es la cuestión, ¿que clase de vida sería? Sin proyectos de futuro. Tú te mereces mucho más –negó Esther con la cabeza, aquello era demasiado duro-
-       ¡Esther!, ¿regresarías? Cuando terminaras las misiones esas, o lo que sea que tengas que hacer para ellos, ¿regresarías? ¿dispondrías de tiempo en el que estaríamos juntas? –se amarró a aquella posibilidad Maca-.

Esther se la quedó mirando. Maca no se daba cuenta de lo duro que había sido tomar aquel camino para ella, de lo contrario no le haría albergar aquella ilusión de que podía tenerlo todo, estar en la DMIT y conseguir que Maca estuviera esperándola en aquel puerto para amarla.

-       ¡Maca, no lo hagas! –le dijo Esther con un nudo en la garganta-. No quiero esa clase de vida para ti, incompleta. Tarde o temprano te darás cuenta de que no es modo de vivir, así no…

Maca se bajó del taburete y se acercó a ella. Cogió la cara de Esther entre sus manos y la besó con dulzura y un sentimiento de promesa.

-       Volverías, ¿no es cierto? –le susurró Maca cuando por fin la liberó-.
-       Sí, sabes que sí –tuvo que reconocer Esther sin fuerzas-.
-       Entonces te esperaré, y tú cumplirás la promesa de volver siempre a mí después de cada caso. ¡Esto es un pacto! –le dijo Maca mientras sus frentes quedaban unidas en un momento único y sus respiraciones bailaban a escasos centímetros de sus labios entreabiertos y anhelantes-.

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