viernes, 22 de noviembre de 2013

Dibujada en mi mente (TOMO 2) -cap 119-

undefined“DIBUJADA EN MI MENTE" (TOMO 2)
(Fanfic escrito para el foro Maca y Esther –Hospital Central-, por Sageleah)

DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento  y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos



119


Maca salió de la ducha y limpió el vaho del espejo con la mano. Al mirarse a los ojos se sintió mal consigo misma. Había pasado la noche de nuevo en el sofá, y aunque había escuchado a Kate y Esther levantarse para ir a la facultad, se hizo una vez más la dormida para no afrontar los ojos llenos de preguntas y tristeza de Esther.

-       “Menuda farsante estás hecha” –se reprochó mirándose a la cara en el espejo-.

Esther no había tenido valor para contarle su traición por miedo a perderla, pero ella también le ocultaba cosas por el mismo motivo. Pensó en Verónica y en la beca que aún no había mencionado. Llevaba meses sopesando un tema que no sólo la implicaba a ella y aún así, seguía callada. Al menos Esther había caído ante una tentación humana. Ella sin embargo la había desplazado y cambiado por una vocación que la sumía en una soledad obsesiva y escogida. Maca no sabía qué hacer. Por primera vez su personalidad práctica y funcional no le servía, porque lo que la razón le gritaba, el corazón lo debatía a puñaladas, y dolía. Dolía demasiado.

Salió del cuarto de baño para vestirse, pero se detuvo frente a la cama al ver que aún estaba desecha. Cogió la camiseta del pijama de Esther y no pudo evitar acercársela al rostro para olerla. En cuanto respiró su aroma las piernas se le aflojaron y tuvo que sentarse en el borde del colchón para no caerse. ¿Cómo iba a renunciar a aquello? ¿A aquella sensación tan humana que la debilitaba e inundaba con detalles tan cotidianos? Maca tenía tanto miedo de cerrar de nuevo aquella puerta. No quería volver a convertirse en aquella adolescente aterrada, perdida y fría, que asomaba de vez en cuando para mantenerla erguida.

De repente, se quitó el albornoz como si picara y abrió el armario de Esther de par en par. Sin pensárselo dos veces, se enfundó sin ropa interior uno de los  vaqueros de Esther, y eligió por el olor, el suéter que mejor guardaba su aroma. La necesidad de conservarla en su piel fue tan acuciante de pronto, que Maca se metió en la cama vestida, tapándose hasta las orejas. Algo en su interior se aferró fuertemente a aquella sensación vulnerable y de pertenencia, hasta que sin darse cuenta, se quedó dormida.

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Esther apenas conocía la ciudad, pero no le importó averiguarse la vida. Kate tenía que quedarse hasta el medio día en la facultad, pero ella no podía permanecer lejos de Maca ni un segundo más. En cuanto terminó de resolver su expediente y asistió a la introducción de una clase, pilló un par de autobuses y se plantó en casa. Dudó un segundo antes de abrir. Allí frente a la puerta de su nueva vivienda, no pudo evitar que las manos le temblaran ante la incertidumbre de no saber que iba a encontrarse. Despertar en mitad de la noche sin Maca, había sido un duro golpe, que si bien no podía reprocharle, le había dolido más de lo que podía admitir, regresándola de nuevo a la casilla de salida. La culpa y la agonía de estar con Maca sin estarlo, estaba siendo insufrible para ella con la guillotina de su partida a la vuelta de la esquina.

Entró despacio, todo estaba en silencio y su corazón se fue acelerando como en la trama de una película de terror. “Si se ha ido… me muero”, pensó, y la sangre se le heló mareándola mientras su cabeza ya elucubraba alternativas para ir a buscarla.

-       Maca… -la llamó, pero no hubo respuesta-.

Alcanzó el pomo de su habitación y cerró un segundo los ojos suplicando por que dentro estuvieran aún la maleta de Maca y sus cosas. Al entrar, su pánico desapareció. Todo estaba dónde lo habían dejado, y Maca dormía en la cama. “Gracias, Dios mío… gracias”, agradeció en silencio.

Esther dejó su mochila en el suelo y se desprendió del abrigo, luego se acercó hasta la cama para poder contemplarla un momento. La echaba tanto de menos. La contempló, sintiéndose mal por ser la causante de sus malas noches. Maca estaba tapada hasta el cuello, y unas gotitas de sudor se dibujaban en su frente, manifestando que hacía demasiado calor allí dentro. Despacio, Esther trató de retirarle al menos la colcha de encima, y al hacerlo se dio cuenta de que llevaba puesta su ropa. Maca se había acostado completamente vestida y enterraba la nariz en el olor de su suéter, en un gesto posesivo y tierno que cogió completamente a Esther desprevenida.

Antes de que pudiera reaccionar, Maca se movió en el lecho y con el movimiento abrió los ojos. Unos ojos color miel que se fueron templando a medida que despertaban, anclando los de Esther, que aún permanecían aturdidos, esperanzados y anhelantes mientras observaba a Maca, y todo lo que ella significaba. Las dos se quedaron en silencio, mirándose, y el momento se cargó de electricidad de repente como si con sus ojos pudieran hablarse. El corazón de Esther empezó a bombear con fuerza frente a Maca, todo en ella parecía gritarle, y su necesidad de tocarla la angustiaba. De repente, Maca se incorporó bruscamente y tiró de Esther arrastrándola a la cama. Sentir de nuevo la boca de Maca exigiéndole besos y caricias, hizo que la sangre de Esther hirviera y un gemido ronco saliera de su garganta dándoles el pistoletazo de salida.

-       Te quiero… te quiero –murmuró Esther entre besos, mientras atendía la necesidad acuciante que manifestaba Maca porque la tocara-.

Maca atrapó su boca para que no hablara, y tumbó a Esther de espaldas contra la cama, mientras se sentaba a horcajadas encima de ella y se quitaba el suéter a toda prisa. A Esther le ardieron las manos al contemplar aquella imagen sobre ella, y su boca se hizo agua cuando Maca volvió a inclinarse para introducirle uno de sus pezones casi en la boca. Esther no tardó ni un segundo en complacerla, y se amamantó de ella como si en ello le fuera la vida. Los gemidos de Maca golpearon las paredes, como el deseo destrozaba a aquellas alturas sus entrañas, mientras las manos de Esther arañaban y giraban la piel desnuda de aquella escultural espalda, y Maca apretaba la boca de Esther contra su pecho como si necesitara ser devorada.

-       Esther… -jadeó Maca-, métete dentro… por favor, métete dentro –suplicó ardientemente-.

Esther quería tranquilizarse, que se tomaran su tiempo y disfrutaran de aquel inesperado encuentro reconciliatorio, que le permitía de nuevo estar con ella. Pero no pudo, la necesidad de Maca la empujaba, y en un rápido movimiento consiguió rodar con ella sobre la cama. Maca intentó torpemente desabrochar aquellos vaqueros, y Esther viéndola tan caliente, no se molestó si quiera a sacárselos de las caderas, desabrochó el botón y la cremallera, e introdujo directamente su mano al darse cuenta que ni siquiera llevaba bragas.

Las dos languidecieron con las primeras caricias. Maca destrozada por el deseo de ser tocada, y Esther jadeante ante la humedad que encontró entre aquellas piernas que amaba. Las caderas de Maca buscaron proximidad, y se apretaron contra la mano de Esther angustiadas. Por un momento, la mirada oscurecida de Maca se clavó en la de Esther, antes de agarrarla de la nuca con fuerza, y envolverla en un beso atronador que empujó a Esther a penetrarla.

-       Oh Dios… -se deshizo Maca por un momento, y sus ojos se cerraron-.

Esther continuó haciéndole el amor, con sus manos, con su roce y sus besos, hasta que Maca le urgió con prisas que le ayudara. Entonces Esther se concentró en hacer que se corriera violentamente, y las dos acabaron sudadas, vestidas y rotas, una encima de la otra.

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-       Eres preciosa –le susurró Esther tras recobrar el aliento, mientras le apartaba a Maca el pelo de la cara-.
-       Gracias, tú también –le contestó Maca esbozando una tímida sonrisa-.
-       ¿Estás bien? –quiso saber Esther. El encuentro había sido tan fortuito como inesperado y tenía miedo de malinterpretarlo, aunque estaba feliz porque Maca la hubiera dejado aproximarse-.
-       ¿Tú que crees? –le devolvió la pregunta con una ceja levantada y coqueta-.

Esther sonrió pese a no obtener respuesta.

-       Lo que sé es que aún llevas mi ropa puesta, y me gustaría saber a qué se debe –le dijo-. ¿Estás haciendo la colada?
-       No, no la estoy haciendo –contestó risueña Maca-

Esther tenía ganas de empezar a besarla de nuevo, sus pómulos aún estaban rosados por el calor de apenas unos minutos, y cuando sonreía, su boca era un imán que la atraía irremediablemente. Maca se dio cuenta en seguida de que a Esther volvían a brillarle los ojos. Por alguna extraña razón, Maca no se había abalanzado enseguida a satisfacer su deseo. Aquel pensamiento la inquietó, pero lo desechó enérgicamente.

-       Tenía ganas de olerte, de sentirte… -pronunció Maca más seria, y a Esther le entró un escalofrío al notar el cambio en su voz-. Tú no estabas, tu ropa sí.

Las dos aguantaron la mirada sin decirse nada.

-       Pues… ya estoy aquí –musitó Esther y empezó a quitarse la ropa a horcajadas sobre el cuerpo de Maca-.

Maca la vio desprenderse del suéter, y luego del sujetador, dejando al descubierto aquel torso desnudo que mandó una descarga directa a su entrepierna. Esther se bajó de sus caderas, y empezó a deshacerse del vaquero que con las prisas de satisfacerla, no le había conseguido quitar aún. Maca alzó las caderas para ayudarla a que la desnudara, y luego se quedó quieta mientras Esther se ponía de pie y se deshacía del resto de su ropa. Esther quiso volver rápidamente a la cama con ella, pero Maca la detuvo y se sentó para contemplarla.

-       No –le ordenó-. Deja que te vea.

Los ojos de Maca repasaron su cuerpo centímetro a centímetro, mientras Esther notaba como la piel se le ponía de gallina ante su atenta y oscura mirada, sin saber qué hacer ni qué decir ante tal escrutinio. De pronto Maca se levantó, y al hacerlo Esther se sintió intimidada por su altura y su enérgica presencia. Sin querer, Esther empezó a sentirse incómoda allí desnuda, entre tanto silencio. Necesitaba de nuevo sentirse próxima a Maca, y algo extraño en el ambiente no consiguió calentarla. Como si le hubiera leído el pensamiento, Maca la tomó por la barbilla y con suavidad la besó en la boca. Esther cerró los ojos ante el esponjoso roce, y cuando la tierna y caliente lengua de Maca cosquilleó sus labios, no pudo más que abrir todas las compuertas. Se deshizo en la humedad de aquel beso, y se inflamó por entero cuando Maca la tomó por la cintura haciendo que el roce de sus cuerpos desnudos fuera completo.

El fuego volvió a prenderse rápidamente entre las dos. Maca profundizó en el beso, y a pesar de que notaba como Esther quería regresar a la cama, se vio a sí misma envistiéndola contra la pared de la habitación.

-       Oh Dios mío… -jadeó Esther tomada por sorpresa-.

Maca la mordió en el cuello mientras con manos expertas estrechaba sus nalgas con tentadoras caricias. Esther se agarró a sus hombros, porque le temblaban las piernas, y cuando Maca alcanzó su pecho y escondió una mano entre sus piernas, supo que estaría en el suelo si no fuera porque ya la sujetaba.

-       Maca… Maca –musitó Esther su nombre muerta de deseo. Se sentía como una muñeca de trapo en sus manos-.

La saliva, los dientes, los dedos y caricias de Maca estaban por todos lados, y la tortura se hizo agónica esperando a que se apiadara de ella y la tomara.

-       Ohh… por favor… me estás matando –susurró Esther temblando-. Te deseo… te deseo tanto…
-       ¿Me deseas? –le preguntó Maca con la voz tomada mientras resbalaba los dedos entre sus pliegues y le chupaba un pezón antes de subir a su garganta-.
-       Sí, muchísimo… -contestó Esther que no aguantaba más que Maca entrara y saliera de entre sus piernas, sin darle alivio-. Te deseo…
-       ¿Cómo a Alex?

A Esther se le cortó el aliento cuando Maca le introdujo dos dedos mientras le espetaba aquella pregunta. La sensación de frío y calor que sintió, le revolvió el cerebro, mareándola.

-       ¡¡¿Qué?!! –preguntó Esther aturdida, como si no fuera posible que Maca hubiera pronunciado aquello-.
-       ¿Esto es lo que hacíais? ¿probar sitios nuevos, cosas nuevas? ¿Te pareció excitante?
-       Maca no… no hagas esto –Esther se removió inquieta entre sus brazos, pero Maca no la soltó, y la envistió con fuerza haciendo que Esther soltara un gemido entre el placer y el llanto. Maca seguía dentro de ella, sus dedos seguían dentro de ella… y su pulgar hizo presión en su clítoris provocando sensaciones que ya no quería tener en aquellos momentos-.

Maca cubrió su boca con un beso despiadado que le robó todo el aire. Cuando por fin la liberó, Esther se quedó jadeando porque Maca la acariciaba, la acariciaba y la penetraba con la respiración entrecortada quemándole en los labios.

-       Te odio… te odio… -sollozó Maca aún haciéndole el amor-.

El corazón de Esther se partió en mil pedazos al escucharla, y el llanto también apareció en su rostro mientras la frente de Maca caía sobre la suya rendida.

-       Lo sé… lo siento… lo siento –Esther besó su cara para borrar las lágrimas y luego buscó sus labios dulcemente, disculpándose, tratando de encontrar un perdón que no llegaba-.

Maca volvió a envestirla, volvió a apretarla contra la pared con fuerza, enfadada por todo, por quererla, por odiarla, por sentirse de un modo que no quería, por que Esther se hubiera encamado con Alex, por no tener el valor de contarle que se iría … Maca se iría.

Pese a no querer hacerlo, a Esther le fue inevitable correrse cuando Maca cercó sus caricias para que llegara al clímax. Las dos acabaron abrazadas contra la pared, jadeantes y sudorosas, pese al frío que sentían por dentro. Por unos minutos, ninguna se atrevió a moverse ni a decir nada. Hasta que Maca decidió apartarse de ella, y Esther sintió que las piernas le fallaban.

-       ¿Estás bien? –le preguntó Maca, pero apenas podía mirarla a la cara-.
-       Sí –mintió Esther tratando de mantenerse entera ante lo ocurrido-.

Maca la miró un segundo a los ojos, y Esther notó su dolor, tristeza y arrepentimiento, antes de que una nube fría le turbara la mirada.

-       Creo que… necesito una ducha –musitó Maca sin poder soportar por más tiempo estar en aquella habitación. A medida que se daba cuenta de lo que había hecho con Esther, de lo que iba a hacerle, el estómago se le revolvía-.

Cogió el primer pantalón que cazó del suelo, y un suéter cualquiera, antes de encerrarse en el cuarto de baño, incapaz de afrontar sus remordimientos. Esther se dejó caer al suelo desfallecida. El cuerpo le dolía, pero el alma… el alma le aullaba porque Maca la odiaba y jamás la perdonaría.

3 comentarios:

  1. Espero tener razón y que seas una escritora mejor que genial, porque si es una experiencia personal le digo un par de cosas poco amables a "maca"

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    1. Pues no, no es ninguna experiencia personal... pero me encantaria saber que cosas le dirias a Maca.

      ;-) Gracias por comentar

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    2. Conociéndome, seguro que primero le daría un buen manotazo y luego ya hablaría de cómo me había roto por dentro y yo se la devolvería lenta y dolorosamente.

      =) Gracias a ti por escribir

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