Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
129
15
años antes, casi tres meses después de la muerte de la madre de Esther. Fiesta
secreta en el campus.
Aparcó el
coche lo más cerca que le fue posible por si tenían que salir corriendo. Abrió
la guantera y cogió un disimulado descargador eléctrico anti-personas, se lo
metió en el bolsillo, se miró al espejo y decidió revolverse un poco el pelo,
se alegró de no aparentar más de 25 años y bajó del vehículo. Al llegar a la
puerta una mujer robusta y más o menos de su verdadera edad le abrió.
- Hola
–la saludó Cruz apoyándose sensualmente sobre el marco de la puerta
entreabierta-. ¿Llego a tiempo para un poco de sexo?
La mujer
se le quedó mirando con algo de desconfianza, pero con mucha más parte de
lujuria. Repasó aquellas piernas enfundadas en cuero negro y luego se detuvo
con descaro en el escote de Cruz, en ese instante supo que había una
posibilidad de entrar.
- ¡Tú
serás la primera en probarlas! –le susurró a la mujer quemándole el pabellón
auditivo con su aliento-.
La mujer
miró atrás un momento, y luego tiró de ella para que entrara. Acto seguido
empezó a manosear a Cruz con desesperación.
- ¿Por
qué tan deprisa? ¿Es que quieres que terminemos rápido? –jugó su juego Cruz-.
- No…
pero estás tan buena –musitó la mujer cogiendo los pechos de Cruz entre sus
manos-.
Cruz la
contempló con frialdad aprovechando que aquella mujer no veía más allá de su
escote. Miró alrededor, pero todo permanecía en penumbra menos una zona al
final del pasillo donde salía luz roja.
- ¿Es
allí la orgía? –le preguntó Cruz con aquel tono lascivo que siempre le daba tan
buenos resultados en su trabajo-.
La mujer
la miró y luego siguió el gesto de la mirada de Cruz, pero no dijo nada.
- ¡Me
pone supercaliente mirar! -le susurró Cruz cogiéndola del pelo y tirando de él
hacia atrás-. ¿No quieres comprobarlo?
La mujer
gimió cuando sintió el mordisco que Cruz le daba en los labios a modo de
incentivo. Sin pensárselo la besó torpemente y luego le indicó que la siguiera
sin soltarla de la mano. Al entrar en la habitación, Cruz se apresuró a
adaptarse a la luz y barrer la estancia con la mirada, tenía que encontrar a
Esther a toda costa. Desde que había recibido el aviso de aquella chica que
había contratado para vigilarla en los últimos meses, su corazón se había
disparado a mil por hora: “Cruz, ha ido a más… esta noche va a una especie de
orgía de lo más heavy… Cruz, creo que va puesta hasta las trancas, ya no
controla”. Las palabras de aquella charla resonaban en su cabeza
constantemente, la mujer que le había dado entrada a la fiesta sin muchos
problemas se le echó encima acorralándola contra la pared, Cruz puso el bloqueo
que separaba su cuerpo de su mente muchos años atrás aprendido, antes de que la
madre de Esther la encontrara en la calle y la recogiera bajo su abrigo y
protección.
- Vamos
nena, quiero comprobar lo que tienes para mí -le dijo la mujer mientras la
sobeteaba-.
Cruz se
volvió a centrar en ella tras sentir que unas manos se deslizaban tratando de
desabrochar su pantalón. Con una fuerza inesperada para la mujer caliente que
tenía encima, atrapó aquella mano y la estrujó con la suya, una sonrisa cínica
se dibujó en el rostro de Cruz ante la mirada atónita de la mujer que la había
dejado entrar.
- ¡Te
dije que me gusta mirar! –veló sus verdaderas intenciones ante aquella mujer,
que creyéndose que era parte de un precalentamiento se relajó en cuanto Cruz
empezó a soltarle la mano-.
La mujer
se frotó los dedos doloridos, pero sonrió, luego se separó de Cruz complacida.
- ¡Eres
una chica muy mala! –le dijo señalando con el dedo a Cruz que seguía con su
sonrisa cínica dibujada en el rostro-. Pero me encanta… ¡Mira lo que quieras, y
luego vuelve a mí para que te sacie! ¡Me lo debes!
Cruz la
llamó con el dedo en un gesto y la mujer se acercó…
- ¡Ni
te imaginas lo que te espera! –le susurró Cruz, mientras le mordía el lóbulo de
la oreja a aquella mujer que gimió inexorablemente-
Unos
minutos más tarde, la mujer volvió a su puesto junto a la puerta y Cruz empezó
a revolotear por la estancia en busca de Esther. El alcohol, la droga y el sexo
revoloteaba a cada paso, parejas, tríos, cuartetos… todo valía, gente atada,
gente arrastrada… Cruz negó con la cabeza, nada de aquello le gustaba. De
pronto divisó una nueva habitación un poco más al fondo, al acercarse dos
chicas salían más que colocadas y medio en bolas.
- Esa
chica es una máquina -decía una de ellas-.
- Tía
normal, es una profesional -le decía la otra-.
- ¿No
jodas? –se sorprendió la otra-.
- Tengo
entendido que le han pagado una pasta… pero joder, merece la pena por tirársela
y verla moverse -sentenciaba la mujer dando otro trago a una botella de tequila
que llevaba en la mano-.
A Cruz la
sangre se le encendió como si contuviera lava. Sin pensárselo aceleró el paso y
se metió en la habitación, un corrillo de chicas le impedía ver el espectáculo,
se abrió paso y entonces la vio. Esther bailando semidesnuda en medio, mientras
las chicas se iban turnando para sobarla o para que ella las masturbara… A Cruz
le entraron náuseas, aquella no era la niña que una vez conoció. Aquella no
podía ser la hija de Encarna. Borracha, drogada, sin pudor ni autoestima, arrojándose
a un mundo sucio y oscuro que ella misma se autoconstruía.
- Quiero
que nos la tiremos las dos a la vez… -escuchó a su lado que le decía una chica
a su pareja, mientras se ponían a tono con la actuación de Esther-.
La yugular
de su garganta empezó a tomar forma, apartó a unas cuantas chicas que le
quedaban hasta encontrarse en primera fila y saltó en mitad de la sala
apartando a tres perras que estaban encantadas metiéndole mano a Esther. Sus
ojos se encontraron desfigurados, Esther la miró con rabia, Cruz la miró con
pena… las quejas de las demás eran simples aullidos de viento para las dos.
- ¡Te
vienes conmigo! –le dijo Cruz tomándola del brazo-.
- Ni
lo sueñes… ya he empezado yo sola, ya no te necesito… -le espetó Esther-.
- ¿Crees
que esto es lo que hacía tu madre? ¿Venderse como una zorra colegiada, drogada
y bebida hasta las trancas, menospreciándose a sí misma? –rugió Cruz
enfurecida- ¡Eres una mocosa malcriada que no sabe nada! ¡Ni quiere entender
nada!
- Pues
enséñame… enséñame todo lo que ella era, o vete por dónde has venido… -le gritó
Esther con lágrimas en los ojos-.
El
silencio se hizo en la sala, la mujer que había dejado entrar a Cruz llegó por
un aviso y se la quedó mirando.
- Oye…
¿quién eres tú? ¡Ella está contratada! –le dijo la mujer con el ceño fruncido y
cara de pocos amigos-. Tú, baila… si tienes problemas con tu novia ya lo
solucionaréis cuando lleguéis a casa.
En ese
instante Cruz cogió la mano de Esther y se volvió fría como un témpano de hielo
a la mujer que le había puesto la mano encima sin su consentimiento.
- ¡Ella
se viene conmigo! ¡Ahora! –le dijo cuando estuvo frente a ella-.
- ¿Ah
si?... jajaja… ¿Quién lo dice? –se carcajeó de ella la mujer mientras la
retenía poniéndole una mano en el hombro-.
La rabia
contenida de toda esa gente que la había utilizado y tratado mal durante sus
años de juventud, se materializó en la cara de Cruz.
- ¡YO
LO DIGO! –dijo Cruz, mientras le propinaba una descarga eléctrica a aquella
mujer frente a la atónita mirada de las espectadoras-. ¿Alguien más, tiene algo
que decir? –espetó al resto silencioso-.
Tiró de
Esther y se la llevó de aquella casa.
Dos
meses después de aquella noche:
Al verla
salir de la clínica de desintoxicación, una sonrisa inmensa se dibujó en su
rostro. Esther corrió hasta caer en sus brazos.
- Te
he echado de menos, ¿estás bien? –le dijo Cruz-.
- Sí,
ahora sí… -le contestó Esther-.
- Anda,
vámonos a casa
Entraron
en el coche y pusieron rumbo hacia el apartamento de Cruz. Tras una semana de
salir de la clínica, la misma conversación salió a la palestra.
- Esther,
no… -le dijo tajantemente Cruz-.
- ¿No…
NO??... ¡No puedes negármelo! ¡Soy una mujer adulta! –le gritó Esther
persiguiéndola por la casa-.
- ¡Ja!
Deja que me ría… tienes cuántos… ¿19, 20? –le contestaba Cruz-.
- 21
–respondía Esther-.
- Uyyyy…
que mayor… -se reía de ella Cruz, como si aquello fuera bastante argumento para
su negación-.
- ¡Mira
quién habla! Con cuántos empezaste tú… ¿16? –le arañó Esther con sus palabras,
pues se sentía frustrada-.
Cruz se
volvió a mirarla, Esther pensó que la abofetearía.
- ¡Eso
para nada fue lo mismo! –le dijo Cruz muy lentamente-.
Esther
tragó saliva, sabía que acababa de jugar sucio espetándole aquello, pero el
tiempo pasaba y ella no podía esperar más.
- Me
dijiste que me enseñarías –le recordó Esther-.
- Jamás
dije que lo haría –le rebatió Cruz subiendo las escaleras-.
- Entonces
volveré a las andadas… pienso hacerlo, con o sin tu ayuda, aprenderé por mi
cuenta –la amenazó Esther-.
- ¡Tú
misma! Pero esta vez no estaré para sacarte de la mierda –le dijo Cruz sin
volverse a mirarla-.
Cruz
escuchó como un jarrón se rompía, y unos cuantos golpes se sucedían en el salón
mientras ella cerraba la puerta de su habitación y se quedaba reposando contra
la madera. Esther quería que la introdujera en su mundo, quería que Cruz le
enseñara lo que hacía su madre, quería pertenecer a aquel ambiente, pero ella
no podía enseñarle… ¿cómo iba a enseñarle aquello? El corazón se le revolvía
solo de pensar en traicionar a Encarna. La idea de instruir a su hija, era más
de lo que podía soportar. ¿Pero, y si volvía a las andadas? ¿y si volvía a
aquel submundo irreal? ¿cómo iba a protegerla así?
Esther
subió las escaleras y golpeó la puerta con gran violencia, a Cruz los golpes
salidos de aquellos puños parecieron amoratarla.
- No
tienes ningún derecho a negármelo…. Cruzzzzzz… no puedes quitarme esa parte de
ella, no tienes ningún derecho… ¿ME OYESSSSSSSS?... –Esther empezó a caer por
el llanto frente a la puerta, golpeándola cada vez más intermitentemente-. Era
todo lo que tenía…no puedes negarme el derecho a conocer lo que hacía… no lo
entiendes… era mi madre Cruz… ERA MÍA… -sollozaba Esther, y Cruz también lo
hacía sintiéndose cada vez más débil-. Si era bueno para ella… ¿porque no puedo
yo?… ¿o es que todo era una mentira, y en realidad si era una de esas putas?...
¡CRUZ… DÍMELOOO! ¿MI MADRE ERA UNA ZORRAAA VENDIDA?
La puerta
de la habitación se abrió dejando tendida a Esther en el suelo entre lágrimas.
Cruz se agachó a abrazarla…
- Tú
madre era el ser más maravilloso del mundo, buena, digna, alegre… ¡ERA QUIEN
CONOCÍAS!... –le dijo con sinceridad Cruz mientras entre lágrimas le besaba la
cara-.
- Entonces,
¿por qué temes enseñarme cuál era su mundo? ¿por qué?... –siguió Esther entre
hipidos-. Lo necesito Cruz, necesito comprender esa parte de ella… no puedes
negármelo… no puedo vivir con esta carga de saber que por no escucharla se
arrojó a la carretera…
- Shhh….
no fue culpa tuya… -trató de consolarla Cruz-.
- Sí,
sí lo fue… debí creer en ella, debí hablar con ella… necesito entender Cruz, te
lo ruego… -le pidió por enésima vez entre lágrimas-.
Cruz cerró
los ojos… sabía que no estaba bien, sabía que aquello no le daría las
respuestas, pero…
- Tú
ganas, pero lo haremos a mi forma –le dijo Cruz-.
Esther
alzó la mirada con cierta esperanza, a Cruz aquel atisbo de luz le rompió el
corazón. Acababa de vender su alma al diablo. Ayudaría a aquella niña a entrar
en un mundo al que jamás debió pertenecer.
130
La
actualidad. Casa de Cruz, una semana después de la conversación.
- Venga,
dale… ¿o es qué te pesa el culo? –la azoró Cruz para que corriera más al borde
de la orilla-. La última hace la comida, doña culona.
- Joder…
-resopló Esther tratando de alcanzar a Cruz que aceleró la carrera separándose
cada vez más de ella-.
Admiraba a
aquella mujer, su tranquila practicidad, su fortaleza física y mental, su
respeto silencioso… Mientras la veía creando distancia entre las dos, pisando
la arena como si apenas opusiera resistencia para ella, imágenes del pasado
volvieron a su cabeza.
15
años antes…
- Cruz,
no puedo más -resoplaba Esther empapada en sudor-.
- No
me vengas con esas, muévete… otra vez –le exigía Cruz con dureza-.
- En
serio, que no puedo… -volvió a repetirle Esther tomando aire mientras se tocaba
dolorida el costado-.
Cruz
finalmente había accedido a enseñarle, aunque con sus condiciones, y una de
ellas era un entrenamiento físico durísimo que la estaba matando. Apenas tenía
fuerzas ni para andar hasta su cama cuando terminaba el día.
- He
dicho que otra ve –le exigió nuevamente Cruz acercándose a ella-.
- Pero
es que no lo entiendo… ¿para qué sirve todo esto? Llevamos entrenando cerca de
2 meses día y noche, y aún no me has enseñado nada, no hemos salido de estas
paredes salvo para los recados. ¡Esto es una mierda! –estalló una vez más Esther
dándole una patada a una de las sillas, negándose a continuar- ¡Creo que me
estás tomando el pelo! ¡Joder!
Cruz se
cruzó de brazos mientras esperaba a que Esther bajara de adrenalina, aquella
joven era puro volcán en erupción, con un carácter tan independiente y fuerte
que apenas tenía control sobre sí misma, y desde la muerte de su madre todo
había ido a más y a peor. Cuando Esther se cansó de maldecir, dar patadas y
escupir todo lo que se le ocurría, Cruz se acercó a la silla que Esther había casi
desmontado de una patada, se agachó tranquilamente y la enderezó. Esther la
observó con cara de pocos amigos, Cruz sin embargo no se inmutó, recolocó las
posiciones y se acercó hasta ella.
- Dices
que quieres que te enseñe, pero no eres capaz de controlar esta energía ni para
tu beneficio, a la mínima que algo no te cuadra estallas, te desquicias… ¿Es
así como piensas resolver las situaciones cuando estés con una cliente? ¿Cuándo
te pidan algo que no te apetece? ¿Cuándo te topes con alguien que tenga más
condición física que tú, y tú estés tan agotada que no puedas manejar la
situación con la mente y el cuerpo despejados?... Venga dime, ¿es eso lo que
piensas que yo voy a enseñarte, a follar por dinero con y como sea, sin control
ninguno sobre lo que quieres o no quieres hacer, con o sin poder estar entera
en cualquier momento? Porque si lo que te basta es follar y que te den dinero,
te estás equivocando de sitio y yo estoy perdiendo mi tiempo –le dijo Cruz con
una mirada serena pero firme-.
Esther
calló, aun no entendía nada, pero quería hacerlo así que aflojó.
- No,
perdona… tú mandas –le concedió Esther con las orejas gachas-.
- Perfecto.
Desde el principio… -le ordenó Cruz y le dio al play de la cadena de música-.
Esther
empezó de nuevo una especie de coreografía con acrobacias que Cruz le había
marcado. La peor parte era la barra por la que debía trepar y mantenerse, para
luego caer en remolino. A Esther le dolían los muslos de apretar los adductores
para sujetarse, en la voltereta final los brazos notaron el cansancio y casi
cayó…
- ¡No
pares! –le gritó Cruz por encima de la música-. Cuando controles tu cuerpo,
comenzarás a controlar tu mente, y con ello tu energía… Necesitas disciplina.
¡Otra vez!
Esther
apenas tomó aliento para volver a empezar hasta que Cruz le dio un alto.
Siete
meses después:
- ¿Qué
hacemos aquí? –le preguntó Esther cuando Cruz aparcó en un callejón.
- Lo
que querías. Investigar un poco –le dijo Cruz saliendo del coche, Esther salió
tras ella-.
Miró a su
alrededor en busca de chicas de alterne, pero el callejón estaba vació y
oscuro, su instinto de alerta se activó, no tenía miedo, pero era prudente.
- Vamos
-le apuró Cruz-.
- Sí
-la siguió Esther sin cuestionar nada. Los meses de entrenamiento, la
información a cuenta gotas que Cruz le había ido administrando como
instrucciones básicas y la seguridad que había adquirido poco a poco sobre sí
misma, le habían dotado de una agradable tranquilidad, templanza y control. La
confianza que tenía depositada en Cruz y en ella misma, era máxima. Apresuró el
paso para ponerse a la altura de Cruz entonces ésta le habló.
- Quiero
que observes, no te apresures, y lo más importante… siempre ten el control, si
no estás a gusto con algo, llévalo a tu terreno. Piensa que si no lo disfrutas
tú, no merece la pena, nadie es más importante que tú, aunque paguen. ¿Estamos? –le preguntó Cruz al llegar a una
especie de puerta trasera-.
Esther
incorporó aquella información a su formación y la miró.
- Por
supuesto –le contestó Esther-.
- Esta
es mi chica -le susurró Cruz y golpeó una especie de contraseña-
Al cabo de
unos segundos la puerta se abrió. Una mujer las miró pero no les dijo nada.
Cruz se deslizó por un pasillo y las luces empezaron a florecer. El sonido de
la música empezó a aparecer a medida que avanzaba. Esther miraba todo a su
alrededor sin dejarse impresionar. Aquello parecía una sala de fiestas top
secret. Cruz le tomó la mano, Esther se giró a mirarla, sin preguntas la
siguió. Cuando Cruz alcanzó la pista de baile, le agarró por la cintura para
acercarla.
- Enseñémosles
lo que tienes. Vendrán como moscas a la miel, y luego tú decidirás todo lo
demás. ¿Sí? –le dijo Cruz-.
- Sí
–afirmó Esther-.
Cruz la
miró en busca de alguna señal que le indicara que Esther quería retroceder,
pero su decisión era firme, quería probar, probarse y a pesar de que Cruz había
tenido la esperanza de que tras finalizar sus entrenamientos, aquella energía
negativa y aquella curiosidad por la prostitución desapareciera, Esther sin
embargo lo tenía más claro que nunca. Así que allí estaban, después de haber
velado secretamente por Esther, creando unas reglas inventadas para
salvaguardarla y protegerla, reforzando su autoestima y su integridad, tiñendo
lo que deberían ser reglas normales de coqueteo con un color económico para
tranquilidad de Esther. Ya no era la misma, pensó Cruz al mirarla… era más
fuerte, había perdido dulzura e ingenuidad, estaba entera pero extraña.
“Encarna… por Dios, perdóname” rogó Cruz, apartó los ojos de Esther poniéndose
de espalda a ella, y todo comenzó.
Tras aquella
noche, Esther dejó de tener poco a poco pesadillas, dejó poco a poco de
sentirse insegura, dejó a un lado los miedos y fragilidades humanas, cubrió su
dolor de lo perdido con nuevas caras y con debilidades ajenas. Cada conquista
era un refuerzo de autoestima y control, cada mujer que se sentía mejor
personalmente tras estar con ella, la gratificaba y la hacía estar más segura
del camino tomado. El círculo mágico se había puesto en marcha, todo parecía
tener sentido, rodaba como un motor bien engrasado que le dejaba dormir y vivir
día a día, sin pensar en el pasado ni en el mañana. Las puertas estaban
cerradas, concentrando su mundo tan solo en un tipo de felicidad donde el
miedo, la inseguridad, el dolor o la perdida, quedaban apartadas.
-----
Francia,
en la actualidad.
- ¿En
qué piensas? –le preguntó Cruz tras descansar un poco en la arena. Desde que
Esther había llegado tras la carrera había permanecido callada y ella había
respetado su silencio-.
- Creo
que nunca te agradecí lo que hiciste por mí –le dijo Esther mirándola con
dulzura-.
A Cruz
aquellas palabras le tocaron, la quería tanto y había tenido tanto miedo de
equivocarse con ella.
- Me
sumergí en una oscuridad de la que no sabía cómo salir cuando murió mamá, y
viniste a por mí cuando ya no me quedaba nada que perder. Sé que te lo hice
pasar fatal con mi rebeldía y mi hastío con el mundo, y creo que nunca te dije
lo importante que eres para mí. ¡Me salvaste la vida!, y ahora entiendo lo duro
que debió ser verme caminar con los ojos vendados, tratando de respetar que lo
hiciera a mi modo a pesar de tener las herramientas para sacarme la venda –siguió
Esther, hizo una pausa dudando en si seguir-. Mamá te quería, siempre te quiso,
y estoy segura que te agradece que velaras siempre por mí.
Los ojos de
Cruz se enrasaron, incapaces de contener aquel brillo acuoso que había aflorado
de lo más profundo. Esther estiró los brazos y se abrazó a Cruz, por fin
comprendía la realidad de todo, por fin era consciente de la amalgama de
eslabones que ella misma había ido colocando creando un camino paralelo a su
vida, intercalando realidades paralelas de quién y cómo era. Escondiéndose de
la felicidad en un submundo en donde no se permitía sentir aquello que la
desestabilizaba o le recordara la posibilidad de caer.
Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
129
15
años antes, casi tres meses después de la muerte de la madre de Esther. Fiesta
secreta en el campus.
Aparcó el
coche lo más cerca que le fue posible por si tenían que salir corriendo. Abrió
la guantera y cogió un disimulado descargador eléctrico anti-personas, se lo
metió en el bolsillo, se miró al espejo y decidió revolverse un poco el pelo,
se alegró de no aparentar más de 25 años y bajó del vehículo. Al llegar a la
puerta una mujer robusta y más o menos de su verdadera edad le abrió.
- Hola
–la saludó Cruz apoyándose sensualmente sobre el marco de la puerta
entreabierta-. ¿Llego a tiempo para un poco de sexo?
La mujer
se le quedó mirando con algo de desconfianza, pero con mucha más parte de
lujuria. Repasó aquellas piernas enfundadas en cuero negro y luego se detuvo
con descaro en el escote de Cruz, en ese instante supo que había una
posibilidad de entrar.
- ¡Tú
serás la primera en probarlas! –le susurró a la mujer quemándole el pabellón
auditivo con su aliento-.
La mujer
miró atrás un momento, y luego tiró de ella para que entrara. Acto seguido
empezó a manosear a Cruz con desesperación.
- ¿Por
qué tan deprisa? ¿Es que quieres que terminemos rápido? –jugó su juego Cruz-.
- No…
pero estás tan buena –musitó la mujer cogiendo los pechos de Cruz entre sus
manos-.
Cruz la
contempló con frialdad aprovechando que aquella mujer no veía más allá de su
escote. Miró alrededor, pero todo permanecía en penumbra menos una zona al
final del pasillo donde salía luz roja.
- ¿Es
allí la orgía? –le preguntó Cruz con aquel tono lascivo que siempre le daba tan
buenos resultados en su trabajo-.
La mujer
la miró y luego siguió el gesto de la mirada de Cruz, pero no dijo nada.
- ¡Me
pone supercaliente mirar! -le susurró Cruz cogiéndola del pelo y tirando de él
hacia atrás-. ¿No quieres comprobarlo?
La mujer
gimió cuando sintió el mordisco que Cruz le daba en los labios a modo de
incentivo. Sin pensárselo la besó torpemente y luego le indicó que la siguiera
sin soltarla de la mano. Al entrar en la habitación, Cruz se apresuró a
adaptarse a la luz y barrer la estancia con la mirada, tenía que encontrar a
Esther a toda costa. Desde que había recibido el aviso de aquella chica que
había contratado para vigilarla en los últimos meses, su corazón se había
disparado a mil por hora: “Cruz, ha ido a más… esta noche va a una especie de
orgía de lo más heavy… Cruz, creo que va puesta hasta las trancas, ya no
controla”. Las palabras de aquella charla resonaban en su cabeza
constantemente, la mujer que le había dado entrada a la fiesta sin muchos
problemas se le echó encima acorralándola contra la pared, Cruz puso el bloqueo
que separaba su cuerpo de su mente muchos años atrás aprendido, antes de que la
madre de Esther la encontrara en la calle y la recogiera bajo su abrigo y
protección.
- Vamos
nena, quiero comprobar lo que tienes para mí -le dijo la mujer mientras la
sobeteaba-.
Cruz se
volvió a centrar en ella tras sentir que unas manos se deslizaban tratando de
desabrochar su pantalón. Con una fuerza inesperada para la mujer caliente que
tenía encima, atrapó aquella mano y la estrujó con la suya, una sonrisa cínica
se dibujó en el rostro de Cruz ante la mirada atónita de la mujer que la había
dejado entrar.
- ¡Te
dije que me gusta mirar! –veló sus verdaderas intenciones ante aquella mujer,
que creyéndose que era parte de un precalentamiento se relajó en cuanto Cruz
empezó a soltarle la mano-.
La mujer
se frotó los dedos doloridos, pero sonrió, luego se separó de Cruz complacida.
- ¡Eres
una chica muy mala! –le dijo señalando con el dedo a Cruz que seguía con su
sonrisa cínica dibujada en el rostro-. Pero me encanta… ¡Mira lo que quieras, y
luego vuelve a mí para que te sacie! ¡Me lo debes!
Cruz la
llamó con el dedo en un gesto y la mujer se acercó…
- ¡Ni
te imaginas lo que te espera! –le susurró Cruz, mientras le mordía el lóbulo de
la oreja a aquella mujer que gimió inexorablemente-
Unos
minutos más tarde, la mujer volvió a su puesto junto a la puerta y Cruz empezó
a revolotear por la estancia en busca de Esther. El alcohol, la droga y el sexo
revoloteaba a cada paso, parejas, tríos, cuartetos… todo valía, gente atada,
gente arrastrada… Cruz negó con la cabeza, nada de aquello le gustaba. De
pronto divisó una nueva habitación un poco más al fondo, al acercarse dos
chicas salían más que colocadas y medio en bolas.
- Esa
chica es una máquina -decía una de ellas-.
- Tía
normal, es una profesional -le decía la otra-.
- ¿No
jodas? –se sorprendió la otra-.
- Tengo
entendido que le han pagado una pasta… pero joder, merece la pena por tirársela
y verla moverse -sentenciaba la mujer dando otro trago a una botella de tequila
que llevaba en la mano-.
A Cruz la
sangre se le encendió como si contuviera lava. Sin pensárselo aceleró el paso y
se metió en la habitación, un corrillo de chicas le impedía ver el espectáculo,
se abrió paso y entonces la vio. Esther bailando semidesnuda en medio, mientras
las chicas se iban turnando para sobarla o para que ella las masturbara… A Cruz
le entraron náuseas, aquella no era la niña que una vez conoció. Aquella no
podía ser la hija de Encarna. Borracha, drogada, sin pudor ni autoestima, arrojándose
a un mundo sucio y oscuro que ella misma se autoconstruía.
- Quiero
que nos la tiremos las dos a la vez… -escuchó a su lado que le decía una chica
a su pareja, mientras se ponían a tono con la actuación de Esther-.
La yugular
de su garganta empezó a tomar forma, apartó a unas cuantas chicas que le
quedaban hasta encontrarse en primera fila y saltó en mitad de la sala
apartando a tres perras que estaban encantadas metiéndole mano a Esther. Sus
ojos se encontraron desfigurados, Esther la miró con rabia, Cruz la miró con
pena… las quejas de las demás eran simples aullidos de viento para las dos.
- ¡Te
vienes conmigo! –le dijo Cruz tomándola del brazo-.
- Ni
lo sueñes… ya he empezado yo sola, ya no te necesito… -le espetó Esther-.
- ¿Crees
que esto es lo que hacía tu madre? ¿Venderse como una zorra colegiada, drogada
y bebida hasta las trancas, menospreciándose a sí misma? –rugió Cruz
enfurecida- ¡Eres una mocosa malcriada que no sabe nada! ¡Ni quiere entender
nada!
- Pues
enséñame… enséñame todo lo que ella era, o vete por dónde has venido… -le gritó
Esther con lágrimas en los ojos-.
El
silencio se hizo en la sala, la mujer que había dejado entrar a Cruz llegó por
un aviso y se la quedó mirando.
- Oye…
¿quién eres tú? ¡Ella está contratada! –le dijo la mujer con el ceño fruncido y
cara de pocos amigos-. Tú, baila… si tienes problemas con tu novia ya lo
solucionaréis cuando lleguéis a casa.
En ese
instante Cruz cogió la mano de Esther y se volvió fría como un témpano de hielo
a la mujer que le había puesto la mano encima sin su consentimiento.
- ¡Ella
se viene conmigo! ¡Ahora! –le dijo cuando estuvo frente a ella-.
- ¿Ah
si?... jajaja… ¿Quién lo dice? –se carcajeó de ella la mujer mientras la
retenía poniéndole una mano en el hombro-.
La rabia
contenida de toda esa gente que la había utilizado y tratado mal durante sus
años de juventud, se materializó en la cara de Cruz.
- ¡YO
LO DIGO! –dijo Cruz, mientras le propinaba una descarga eléctrica a aquella
mujer frente a la atónita mirada de las espectadoras-. ¿Alguien más, tiene algo
que decir? –espetó al resto silencioso-.
Tiró de
Esther y se la llevó de aquella casa.
Dos
meses después de aquella noche:
Al verla
salir de la clínica de desintoxicación, una sonrisa inmensa se dibujó en su
rostro. Esther corrió hasta caer en sus brazos.
- Te
he echado de menos, ¿estás bien? –le dijo Cruz-.
- Sí,
ahora sí… -le contestó Esther-.
- Anda,
vámonos a casa
Entraron
en el coche y pusieron rumbo hacia el apartamento de Cruz. Tras una semana de
salir de la clínica, la misma conversación salió a la palestra.
- Esther,
no… -le dijo tajantemente Cruz-.
- ¿No…
NO??... ¡No puedes negármelo! ¡Soy una mujer adulta! –le gritó Esther
persiguiéndola por la casa-.
- ¡Ja!
Deja que me ría… tienes cuántos… ¿19, 20? –le contestaba Cruz-.
- 21
–respondía Esther-.
- Uyyyy…
que mayor… -se reía de ella Cruz, como si aquello fuera bastante argumento para
su negación-.
- ¡Mira
quién habla! Con cuántos empezaste tú… ¿16? –le arañó Esther con sus palabras,
pues se sentía frustrada-.
Cruz se
volvió a mirarla, Esther pensó que la abofetearía.
- ¡Eso
para nada fue lo mismo! –le dijo Cruz muy lentamente-.
Esther
tragó saliva, sabía que acababa de jugar sucio espetándole aquello, pero el
tiempo pasaba y ella no podía esperar más.
- Me
dijiste que me enseñarías –le recordó Esther-.
- Jamás
dije que lo haría –le rebatió Cruz subiendo las escaleras-.
- Entonces
volveré a las andadas… pienso hacerlo, con o sin tu ayuda, aprenderé por mi
cuenta –la amenazó Esther-.
- ¡Tú
misma! Pero esta vez no estaré para sacarte de la mierda –le dijo Cruz sin
volverse a mirarla-.
Cruz
escuchó como un jarrón se rompía, y unos cuantos golpes se sucedían en el salón
mientras ella cerraba la puerta de su habitación y se quedaba reposando contra
la madera. Esther quería que la introdujera en su mundo, quería que Cruz le
enseñara lo que hacía su madre, quería pertenecer a aquel ambiente, pero ella
no podía enseñarle… ¿cómo iba a enseñarle aquello? El corazón se le revolvía
solo de pensar en traicionar a Encarna. La idea de instruir a su hija, era más
de lo que podía soportar. ¿Pero, y si volvía a las andadas? ¿y si volvía a
aquel submundo irreal? ¿cómo iba a protegerla así?
Esther
subió las escaleras y golpeó la puerta con gran violencia, a Cruz los golpes
salidos de aquellos puños parecieron amoratarla.
- No
tienes ningún derecho a negármelo…. Cruzzzzzz… no puedes quitarme esa parte de
ella, no tienes ningún derecho… ¿ME OYESSSSSSSS?... –Esther empezó a caer por
el llanto frente a la puerta, golpeándola cada vez más intermitentemente-. Era
todo lo que tenía…no puedes negarme el derecho a conocer lo que hacía… no lo
entiendes… era mi madre Cruz… ERA MÍA… -sollozaba Esther, y Cruz también lo
hacía sintiéndose cada vez más débil-. Si era bueno para ella… ¿porque no puedo
yo?… ¿o es que todo era una mentira, y en realidad si era una de esas putas?...
¡CRUZ… DÍMELOOO! ¿MI MADRE ERA UNA ZORRAAA VENDIDA?
La puerta
de la habitación se abrió dejando tendida a Esther en el suelo entre lágrimas.
Cruz se agachó a abrazarla…
- Tú
madre era el ser más maravilloso del mundo, buena, digna, alegre… ¡ERA QUIEN
CONOCÍAS!... –le dijo con sinceridad Cruz mientras entre lágrimas le besaba la
cara-.
- Entonces,
¿por qué temes enseñarme cuál era su mundo? ¿por qué?... –siguió Esther entre
hipidos-. Lo necesito Cruz, necesito comprender esa parte de ella… no puedes
negármelo… no puedo vivir con esta carga de saber que por no escucharla se
arrojó a la carretera…
- Shhh….
no fue culpa tuya… -trató de consolarla Cruz-.
- Sí,
sí lo fue… debí creer en ella, debí hablar con ella… necesito entender Cruz, te
lo ruego… -le pidió por enésima vez entre lágrimas-.
Cruz cerró
los ojos… sabía que no estaba bien, sabía que aquello no le daría las
respuestas, pero…
- Tú
ganas, pero lo haremos a mi forma –le dijo Cruz-.
Esther
alzó la mirada con cierta esperanza, a Cruz aquel atisbo de luz le rompió el
corazón. Acababa de vender su alma al diablo. Ayudaría a aquella niña a entrar
en un mundo al que jamás debió pertenecer.
130
La
actualidad. Casa de Cruz, una semana después de la conversación.
- Venga,
dale… ¿o es qué te pesa el culo? –la azoró Cruz para que corriera más al borde
de la orilla-. La última hace la comida, doña culona.
- Joder…
-resopló Esther tratando de alcanzar a Cruz que aceleró la carrera separándose
cada vez más de ella-.
Admiraba a
aquella mujer, su tranquila practicidad, su fortaleza física y mental, su
respeto silencioso… Mientras la veía creando distancia entre las dos, pisando
la arena como si apenas opusiera resistencia para ella, imágenes del pasado
volvieron a su cabeza.
15
años antes…
- Cruz,
no puedo más -resoplaba Esther empapada en sudor-.
- No
me vengas con esas, muévete… otra vez –le exigía Cruz con dureza-.
- En
serio, que no puedo… -volvió a repetirle Esther tomando aire mientras se tocaba
dolorida el costado-.
Cruz
finalmente había accedido a enseñarle, aunque con sus condiciones, y una de
ellas era un entrenamiento físico durísimo que la estaba matando. Apenas tenía
fuerzas ni para andar hasta su cama cuando terminaba el día.
- He
dicho que otra ve –le exigió nuevamente Cruz acercándose a ella-.
- Pero
es que no lo entiendo… ¿para qué sirve todo esto? Llevamos entrenando cerca de
2 meses día y noche, y aún no me has enseñado nada, no hemos salido de estas
paredes salvo para los recados. ¡Esto es una mierda! –estalló una vez más Esther
dándole una patada a una de las sillas, negándose a continuar- ¡Creo que me
estás tomando el pelo! ¡Joder!
Cruz se
cruzó de brazos mientras esperaba a que Esther bajara de adrenalina, aquella
joven era puro volcán en erupción, con un carácter tan independiente y fuerte
que apenas tenía control sobre sí misma, y desde la muerte de su madre todo
había ido a más y a peor. Cuando Esther se cansó de maldecir, dar patadas y
escupir todo lo que se le ocurría, Cruz se acercó a la silla que Esther había casi
desmontado de una patada, se agachó tranquilamente y la enderezó. Esther la
observó con cara de pocos amigos, Cruz sin embargo no se inmutó, recolocó las
posiciones y se acercó hasta ella.
- Dices
que quieres que te enseñe, pero no eres capaz de controlar esta energía ni para
tu beneficio, a la mínima que algo no te cuadra estallas, te desquicias… ¿Es
así como piensas resolver las situaciones cuando estés con una cliente? ¿Cuándo
te pidan algo que no te apetece? ¿Cuándo te topes con alguien que tenga más
condición física que tú, y tú estés tan agotada que no puedas manejar la
situación con la mente y el cuerpo despejados?... Venga dime, ¿es eso lo que
piensas que yo voy a enseñarte, a follar por dinero con y como sea, sin control
ninguno sobre lo que quieres o no quieres hacer, con o sin poder estar entera
en cualquier momento? Porque si lo que te basta es follar y que te den dinero,
te estás equivocando de sitio y yo estoy perdiendo mi tiempo –le dijo Cruz con
una mirada serena pero firme-.
Esther
calló, aun no entendía nada, pero quería hacerlo así que aflojó.
- No,
perdona… tú mandas –le concedió Esther con las orejas gachas-.
- Perfecto.
Desde el principio… -le ordenó Cruz y le dio al play de la cadena de música-.
Esther
empezó de nuevo una especie de coreografía con acrobacias que Cruz le había
marcado. La peor parte era la barra por la que debía trepar y mantenerse, para
luego caer en remolino. A Esther le dolían los muslos de apretar los adductores
para sujetarse, en la voltereta final los brazos notaron el cansancio y casi
cayó…
- ¡No
pares! –le gritó Cruz por encima de la música-. Cuando controles tu cuerpo,
comenzarás a controlar tu mente, y con ello tu energía… Necesitas disciplina.
¡Otra vez!
Esther
apenas tomó aliento para volver a empezar hasta que Cruz le dio un alto.
Siete
meses después:
- ¿Qué
hacemos aquí? –le preguntó Esther cuando Cruz aparcó en un callejón.
- Lo
que querías. Investigar un poco –le dijo Cruz saliendo del coche, Esther salió
tras ella-.
Miró a su
alrededor en busca de chicas de alterne, pero el callejón estaba vació y
oscuro, su instinto de alerta se activó, no tenía miedo, pero era prudente.
- Vamos
-le apuró Cruz-.
- Sí
-la siguió Esther sin cuestionar nada. Los meses de entrenamiento, la
información a cuenta gotas que Cruz le había ido administrando como
instrucciones básicas y la seguridad que había adquirido poco a poco sobre sí
misma, le habían dotado de una agradable tranquilidad, templanza y control. La
confianza que tenía depositada en Cruz y en ella misma, era máxima. Apresuró el
paso para ponerse a la altura de Cruz entonces ésta le habló.
- Quiero
que observes, no te apresures, y lo más importante… siempre ten el control, si
no estás a gusto con algo, llévalo a tu terreno. Piensa que si no lo disfrutas
tú, no merece la pena, nadie es más importante que tú, aunque paguen. ¿Estamos? –le preguntó Cruz al llegar a una
especie de puerta trasera-.
Esther
incorporó aquella información a su formación y la miró.
- Por
supuesto –le contestó Esther-.
- Esta
es mi chica -le susurró Cruz y golpeó una especie de contraseña-
Al cabo de
unos segundos la puerta se abrió. Una mujer las miró pero no les dijo nada.
Cruz se deslizó por un pasillo y las luces empezaron a florecer. El sonido de
la música empezó a aparecer a medida que avanzaba. Esther miraba todo a su
alrededor sin dejarse impresionar. Aquello parecía una sala de fiestas top
secret. Cruz le tomó la mano, Esther se giró a mirarla, sin preguntas la
siguió. Cuando Cruz alcanzó la pista de baile, le agarró por la cintura para
acercarla.
- Enseñémosles
lo que tienes. Vendrán como moscas a la miel, y luego tú decidirás todo lo
demás. ¿Sí? –le dijo Cruz-.
- Sí
–afirmó Esther-.
Cruz la
miró en busca de alguna señal que le indicara que Esther quería retroceder,
pero su decisión era firme, quería probar, probarse y a pesar de que Cruz había
tenido la esperanza de que tras finalizar sus entrenamientos, aquella energía
negativa y aquella curiosidad por la prostitución desapareciera, Esther sin
embargo lo tenía más claro que nunca. Así que allí estaban, después de haber
velado secretamente por Esther, creando unas reglas inventadas para
salvaguardarla y protegerla, reforzando su autoestima y su integridad, tiñendo
lo que deberían ser reglas normales de coqueteo con un color económico para
tranquilidad de Esther. Ya no era la misma, pensó Cruz al mirarla… era más
fuerte, había perdido dulzura e ingenuidad, estaba entera pero extraña.
“Encarna… por Dios, perdóname” rogó Cruz, apartó los ojos de Esther poniéndose
de espalda a ella, y todo comenzó.
Tras aquella
noche, Esther dejó de tener poco a poco pesadillas, dejó poco a poco de
sentirse insegura, dejó a un lado los miedos y fragilidades humanas, cubrió su
dolor de lo perdido con nuevas caras y con debilidades ajenas. Cada conquista
era un refuerzo de autoestima y control, cada mujer que se sentía mejor
personalmente tras estar con ella, la gratificaba y la hacía estar más segura
del camino tomado. El círculo mágico se había puesto en marcha, todo parecía
tener sentido, rodaba como un motor bien engrasado que le dejaba dormir y vivir
día a día, sin pensar en el pasado ni en el mañana. Las puertas estaban
cerradas, concentrando su mundo tan solo en un tipo de felicidad donde el
miedo, la inseguridad, el dolor o la perdida, quedaban apartadas.
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Francia,
en la actualidad.
- ¿En
qué piensas? –le preguntó Cruz tras descansar un poco en la arena. Desde que
Esther había llegado tras la carrera había permanecido callada y ella había
respetado su silencio-.
- Creo
que nunca te agradecí lo que hiciste por mí –le dijo Esther mirándola con
dulzura-.
A Cruz
aquellas palabras le tocaron, la quería tanto y había tenido tanto miedo de
equivocarse con ella.
- Me
sumergí en una oscuridad de la que no sabía cómo salir cuando murió mamá, y
viniste a por mí cuando ya no me quedaba nada que perder. Sé que te lo hice
pasar fatal con mi rebeldía y mi hastío con el mundo, y creo que nunca te dije
lo importante que eres para mí. ¡Me salvaste la vida!, y ahora entiendo lo duro
que debió ser verme caminar con los ojos vendados, tratando de respetar que lo
hiciera a mi modo a pesar de tener las herramientas para sacarme la venda –siguió
Esther, hizo una pausa dudando en si seguir-. Mamá te quería, siempre te quiso,
y estoy segura que te agradece que velaras siempre por mí.
Los ojos de
Cruz se enrasaron, incapaces de contener aquel brillo acuoso que había aflorado
de lo más profundo. Esther estiró los brazos y se abrazó a Cruz, por fin
comprendía la realidad de todo, por fin era consciente de la amalgama de
eslabones que ella misma había ido colocando creando un camino paralelo a su
vida, intercalando realidades paralelas de quién y cómo era. Escondiéndose de
la felicidad en un submundo en donde no se permitía sentir aquello que la
desestabilizaba o le recordara la posibilidad de caer.
Hola he leído toda la historia de una sentada, gracias por ella y sigue pronto.
ResponderEliminarSaludos desde Gran Canaria.