martes, 1 de diciembre de 2015

Pretty Bollo -cap 129 y 130-


Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.

129

15 años antes, casi tres meses después de la muerte de la madre de Esther. Fiesta secreta en el campus.

Aparcó el coche lo más cerca que le fue posible por si tenían que salir corriendo. Abrió la guantera y cogió un disimulado descargador eléctrico anti-personas, se lo metió en el bolsillo, se miró al espejo y decidió revolverse un poco el pelo, se alegró de no aparentar más de 25 años y bajó del vehículo. Al llegar a la puerta una mujer robusta y más o menos de su verdadera edad le abrió.

-       Hola –la saludó Cruz apoyándose sensualmente sobre el marco de la puerta entreabierta-. ¿Llego a tiempo para un poco de sexo?

La mujer se le quedó mirando con algo de desconfianza, pero con mucha más parte de lujuria. Repasó aquellas piernas enfundadas en cuero negro y luego se detuvo con descaro en el escote de Cruz, en ese instante supo que había una posibilidad de entrar.

-       ¡Tú serás la primera en probarlas! –le susurró a la mujer quemándole el pabellón auditivo con su aliento-.

La mujer miró atrás un momento, y luego tiró de ella para que entrara. Acto seguido empezó a manosear a Cruz con desesperación.

-       ¿Por qué tan deprisa? ¿Es que quieres que terminemos rápido? –jugó su juego Cruz-.
-       No… pero estás tan buena –musitó la mujer cogiendo los pechos de Cruz entre sus manos-.

Cruz la contempló con frialdad aprovechando que aquella mujer no veía más allá de su escote. Miró alrededor, pero todo permanecía en penumbra menos una zona al final del pasillo donde salía luz roja.

-       ¿Es allí la orgía? –le preguntó Cruz con aquel tono lascivo que siempre le daba tan buenos resultados en su trabajo-.

La mujer la miró y luego siguió el gesto de la mirada de Cruz, pero no dijo nada.

-       ¡Me pone supercaliente mirar! -le susurró Cruz cogiéndola del pelo y tirando de él hacia atrás-. ¿No quieres comprobarlo?

La mujer gimió cuando sintió el mordisco que Cruz le daba en los labios a modo de incentivo. Sin pensárselo la besó torpemente y luego le indicó que la siguiera sin soltarla de la mano. Al entrar en la habitación, Cruz se apresuró a adaptarse a la luz y barrer la estancia con la mirada, tenía que encontrar a Esther a toda costa. Desde que había recibido el aviso de aquella chica que había contratado para vigilarla en los últimos meses, su corazón se había disparado a mil por hora: “Cruz, ha ido a más… esta noche va a una especie de orgía de lo más heavy… Cruz, creo que va puesta hasta las trancas, ya no controla”. Las palabras de aquella charla resonaban en su cabeza constantemente, la mujer que le había dado entrada a la fiesta sin muchos problemas se le echó encima acorralándola contra la pared, Cruz puso el bloqueo que separaba su cuerpo de su mente muchos años atrás aprendido, antes de que la madre de Esther la encontrara en la calle y la recogiera bajo su abrigo y protección.

-       Vamos nena, quiero comprobar lo que tienes para mí -le dijo la mujer mientras la sobeteaba-.

Cruz se volvió a centrar en ella tras sentir que unas manos se deslizaban tratando de desabrochar su pantalón. Con una fuerza inesperada para la mujer caliente que tenía encima, atrapó aquella mano y la estrujó con la suya, una sonrisa cínica se dibujó en el rostro de Cruz ante la mirada atónita de la mujer que la había dejado entrar.

-       ¡Te dije que me gusta mirar! –veló sus verdaderas intenciones ante aquella mujer, que creyéndose que era parte de un precalentamiento se relajó en cuanto Cruz empezó a soltarle la mano-.

La mujer se frotó los dedos doloridos, pero sonrió, luego se separó de Cruz complacida.

-       ¡Eres una chica muy mala! –le dijo señalando con el dedo a Cruz que seguía con su sonrisa cínica dibujada en el rostro-. Pero me encanta… ¡Mira lo que quieras, y luego vuelve a mí para que te sacie! ¡Me lo debes!

Cruz la llamó con el dedo en un gesto y la mujer se acercó…

-       ¡Ni te imaginas lo que te espera! –le susurró Cruz, mientras le mordía el lóbulo de la oreja a aquella mujer que gimió inexorablemente-

Unos minutos más tarde, la mujer volvió a su puesto junto a la puerta y Cruz empezó a revolotear por la estancia en busca de Esther. El alcohol, la droga y el sexo revoloteaba a cada paso, parejas, tríos, cuartetos… todo valía, gente atada, gente arrastrada… Cruz negó con la cabeza, nada de aquello le gustaba. De pronto divisó una nueva habitación un poco más al fondo, al acercarse dos chicas salían más que colocadas y medio en bolas.

-       Esa chica es una máquina -decía una de ellas-.
-       Tía normal, es una profesional -le decía la otra-.
-       ¿No jodas? –se sorprendió la otra-.
-       Tengo entendido que le han pagado una pasta… pero joder, merece la pena por tirársela y verla moverse -sentenciaba la mujer dando otro trago a una botella de tequila que llevaba en la mano-.

A Cruz la sangre se le encendió como si contuviera lava. Sin pensárselo aceleró el paso y se metió en la habitación, un corrillo de chicas le impedía ver el espectáculo, se abrió paso y entonces la vio. Esther bailando semidesnuda en medio, mientras las chicas se iban turnando para sobarla o para que ella las masturbara… A Cruz le entraron náuseas, aquella no era la niña que una vez conoció. Aquella no podía ser la hija de Encarna. Borracha, drogada, sin pudor ni autoestima, arrojándose a un mundo sucio y oscuro que ella misma se autoconstruía.

-       Quiero que nos la tiremos las dos a la vez… -escuchó a su lado que le decía una chica a su pareja, mientras se ponían a tono con la actuación de Esther-.

La yugular de su garganta empezó a tomar forma, apartó a unas cuantas chicas que le quedaban hasta encontrarse en primera fila y saltó en mitad de la sala apartando a tres perras que estaban encantadas metiéndole mano a Esther. Sus ojos se encontraron desfigurados, Esther la miró con rabia, Cruz la miró con pena… las quejas de las demás eran simples aullidos de viento para las dos.

-       ¡Te vienes conmigo! –le dijo Cruz tomándola del brazo-.
-       Ni lo sueñes… ya he empezado yo sola, ya no te necesito… -le espetó Esther-.
-       ¿Crees que esto es lo que hacía tu madre? ¿Venderse como una zorra colegiada, drogada y bebida hasta las trancas, menospreciándose a sí misma? –rugió Cruz enfurecida- ¡Eres una mocosa malcriada que no sabe nada! ¡Ni quiere entender nada!
-       Pues enséñame… enséñame todo lo que ella era, o vete por dónde has venido… -le gritó Esther con lágrimas en los ojos-.

El silencio se hizo en la sala, la mujer que había dejado entrar a Cruz llegó por un aviso y se la quedó mirando.

-       Oye… ¿quién eres tú? ¡Ella está contratada! –le dijo la mujer con el ceño fruncido y cara de pocos amigos-. Tú, baila… si tienes problemas con tu novia ya lo solucionaréis cuando lleguéis a casa.

En ese instante Cruz cogió la mano de Esther y se volvió fría como un témpano de hielo a la mujer que le había puesto la mano encima sin su consentimiento.

-       ¡Ella se viene conmigo! ¡Ahora! –le dijo cuando estuvo frente a ella-.
-       ¿Ah si?... jajaja… ¿Quién lo dice? –se carcajeó de ella la mujer mientras la retenía poniéndole una mano en el hombro-.

La rabia contenida de toda esa gente que la había utilizado y tratado mal durante sus años de juventud, se materializó en la cara de Cruz.

-       ¡YO LO DIGO! –dijo Cruz, mientras le propinaba una descarga eléctrica a aquella mujer frente a la atónita mirada de las espectadoras-. ¿Alguien más, tiene algo que decir? –espetó al resto silencioso-.

Tiró de Esther y se la llevó de aquella casa.

Dos meses después de aquella noche:

Al verla salir de la clínica de desintoxicación, una sonrisa inmensa se dibujó en su rostro. Esther corrió hasta caer en sus brazos.

-       Te he echado de menos, ¿estás bien? –le dijo Cruz-.
-       Sí, ahora sí… -le contestó Esther-.
-       Anda, vámonos a casa 

Entraron en el coche y pusieron rumbo hacia el apartamento de Cruz. Tras una semana de salir de la clínica, la misma conversación salió a la palestra.

-       Esther, no… -le dijo tajantemente Cruz-.
-       ¿No… NO??... ¡No puedes negármelo! ¡Soy una mujer adulta! –le gritó Esther persiguiéndola por la casa-.
-       ¡Ja! Deja que me ría… tienes cuántos… ¿19, 20? –le contestaba Cruz-.
-       21 –respondía Esther-.
-       Uyyyy… que mayor… -se reía de ella Cruz, como si aquello fuera bastante argumento para su negación-.
-       ¡Mira quién habla! Con cuántos empezaste tú… ¿16? –le arañó Esther con sus palabras, pues se sentía frustrada-.

Cruz se volvió a mirarla, Esther pensó que la abofetearía.

-       ¡Eso para nada fue lo mismo! –le dijo Cruz muy lentamente-.

Esther tragó saliva, sabía que acababa de jugar sucio espetándole aquello, pero el tiempo pasaba y ella no podía esperar más.

-       Me dijiste que me enseñarías –le recordó Esther-.
-       Jamás dije que lo haría –le rebatió Cruz subiendo las escaleras-.
-       Entonces volveré a las andadas… pienso hacerlo, con o sin tu ayuda, aprenderé por mi cuenta –la amenazó Esther-.
-       ¡Tú misma! Pero esta vez no estaré para sacarte de la mierda –le dijo Cruz sin volverse a mirarla-.

Cruz escuchó como un jarrón se rompía, y unos cuantos golpes se sucedían en el salón mientras ella cerraba la puerta de su habitación y se quedaba reposando contra la madera. Esther quería que la introdujera en su mundo, quería que Cruz le enseñara lo que hacía su madre, quería pertenecer a aquel ambiente, pero ella no podía enseñarle… ¿cómo iba a enseñarle aquello? El corazón se le revolvía solo de pensar en traicionar a Encarna. La idea de instruir a su hija, era más de lo que podía soportar. ¿Pero, y si volvía a las andadas? ¿y si volvía a aquel submundo irreal? ¿cómo iba a protegerla así?

Esther subió las escaleras y golpeó la puerta con gran violencia, a Cruz los golpes salidos de aquellos puños parecieron amoratarla.

-       No tienes ningún derecho a negármelo…. Cruzzzzzz… no puedes quitarme esa parte de ella, no tienes ningún derecho… ¿ME OYESSSSSSSS?... –Esther empezó a caer por el llanto frente a la puerta, golpeándola cada vez más intermitentemente-. Era todo lo que tenía…no puedes negarme el derecho a conocer lo que hacía… no lo entiendes… era mi madre Cruz… ERA MÍA… -sollozaba Esther, y Cruz también lo hacía sintiéndose cada vez más débil-. Si era bueno para ella… ¿porque no puedo yo?… ¿o es que todo era una mentira, y en realidad si era una de esas putas?... ¡CRUZ… DÍMELOOO! ¿MI MADRE ERA UNA ZORRAAA VENDIDA?

La puerta de la habitación se abrió dejando tendida a Esther en el suelo entre lágrimas. Cruz se agachó a abrazarla…

-       Tú madre era el ser más maravilloso del mundo, buena, digna, alegre… ¡ERA QUIEN CONOCÍAS!... –le dijo con sinceridad Cruz mientras entre lágrimas le besaba la cara-.
-       Entonces, ¿por qué temes enseñarme cuál era su mundo? ¿por qué?... –siguió Esther entre hipidos-. Lo necesito Cruz, necesito comprender esa parte de ella… no puedes negármelo… no puedo vivir con esta carga de saber que por no escucharla se arrojó a la carretera…
-       Shhh…. no fue culpa tuya… -trató de consolarla Cruz-.
-       Sí, sí lo fue… debí creer en ella, debí hablar con ella… necesito entender Cruz, te lo ruego… -le pidió por enésima vez entre lágrimas-.

Cruz cerró los ojos… sabía que no estaba bien, sabía que aquello no le daría las respuestas, pero…

-       Tú ganas, pero lo haremos a mi forma –le dijo Cruz-.

Esther alzó la mirada con cierta esperanza, a Cruz aquel atisbo de luz le rompió el corazón. Acababa de vender su alma al diablo. Ayudaría a aquella niña a entrar en un mundo al que jamás debió pertenecer.


130

La actualidad. Casa de Cruz, una semana después de la conversación.

-       Venga, dale… ¿o es qué te pesa el culo? –la azoró Cruz para que corriera más al borde de la orilla-. La última hace la comida, doña culona.
-       Joder… -resopló Esther tratando de alcanzar a Cruz que aceleró la carrera separándose cada vez más de ella-.

Admiraba a aquella mujer, su tranquila practicidad, su fortaleza física y mental, su respeto silencioso… Mientras la veía creando distancia entre las dos, pisando la arena como si apenas opusiera resistencia para ella, imágenes del pasado volvieron a su cabeza.

15 años antes…

-       Cruz, no puedo más -resoplaba Esther empapada en sudor-.
-       No me vengas con esas, muévete… otra vez –le exigía Cruz con dureza-.
-       En serio, que no puedo… -volvió a repetirle Esther tomando aire mientras se tocaba dolorida el costado-.

Cruz finalmente había accedido a enseñarle, aunque con sus condiciones, y una de ellas era un entrenamiento físico durísimo que la estaba matando. Apenas tenía fuerzas ni para andar hasta su cama cuando terminaba el día.

-       He dicho que otra ve –le exigió nuevamente Cruz acercándose a ella-.
-       Pero es que no lo entiendo… ¿para qué sirve todo esto? Llevamos entrenando cerca de 2 meses día y noche, y aún no me has enseñado nada, no hemos salido de estas paredes salvo para los recados. ¡Esto es una mierda! –estalló una vez más Esther dándole una patada a una de las sillas, negándose a continuar- ¡Creo que me estás tomando el pelo! ¡Joder!

Cruz se cruzó de brazos mientras esperaba a que Esther bajara de adrenalina, aquella joven era puro volcán en erupción, con un carácter tan independiente y fuerte que apenas tenía control sobre sí misma, y desde la muerte de su madre todo había ido a más y a peor. Cuando Esther se cansó de maldecir, dar patadas y escupir todo lo que se le ocurría, Cruz se acercó a la silla que Esther había casi desmontado de una patada, se agachó tranquilamente y la enderezó. Esther la observó con cara de pocos amigos, Cruz sin embargo no se inmutó, recolocó las posiciones y se acercó hasta ella.

-       Dices que quieres que te enseñe, pero no eres capaz de controlar esta energía ni para tu beneficio, a la mínima que algo no te cuadra estallas, te desquicias… ¿Es así como piensas resolver las situaciones cuando estés con una cliente? ¿Cuándo te pidan algo que no te apetece? ¿Cuándo te topes con alguien que tenga más condición física que tú, y tú estés tan agotada que no puedas manejar la situación con la mente y el cuerpo despejados?... Venga dime, ¿es eso lo que piensas que yo voy a enseñarte, a follar por dinero con y como sea, sin control ninguno sobre lo que quieres o no quieres hacer, con o sin poder estar entera en cualquier momento? Porque si lo que te basta es follar y que te den dinero, te estás equivocando de sitio y yo estoy perdiendo mi tiempo –le dijo Cruz con una mirada serena pero firme-.

Esther calló, aun no entendía nada, pero quería hacerlo así que aflojó.

-       No, perdona… tú mandas –le concedió Esther con las orejas gachas-.
-       Perfecto. Desde el principio… -le ordenó Cruz y le dio al play de la cadena de música-.

Esther empezó de nuevo una especie de coreografía con acrobacias que Cruz le había marcado. La peor parte era la barra por la que debía trepar y mantenerse, para luego caer en remolino. A Esther le dolían los muslos de apretar los adductores para sujetarse, en la voltereta final los brazos notaron el cansancio y casi cayó…

-       ¡No pares! –le gritó Cruz por encima de la música-. Cuando controles tu cuerpo, comenzarás a controlar tu mente, y con ello tu energía… Necesitas disciplina. ¡Otra vez!

Esther apenas tomó aliento para volver a empezar hasta que Cruz le dio un alto.

Siete meses después:

-       ¿Qué hacemos aquí? –le preguntó Esther cuando Cruz aparcó en un callejón.
-       Lo que querías. Investigar un poco –le dijo Cruz saliendo del coche, Esther salió tras ella-.

Miró a su alrededor en busca de chicas de alterne, pero el callejón estaba vació y oscuro, su instinto de alerta se activó, no tenía miedo, pero era prudente.

-       Vamos -le apuró Cruz-.
-       Sí -la siguió Esther sin cuestionar nada. Los meses de entrenamiento, la información a cuenta gotas que Cruz le había ido administrando como instrucciones básicas y la seguridad que había adquirido poco a poco sobre sí misma, le habían dotado de una agradable tranquilidad, templanza y control. La confianza que tenía depositada en Cruz y en ella misma, era máxima. Apresuró el paso para ponerse a la altura de Cruz entonces ésta le habló.
-       Quiero que observes, no te apresures, y lo más importante… siempre ten el control, si no estás a gusto con algo, llévalo a tu terreno. Piensa que si no lo disfrutas tú, no merece la pena, nadie es más importante que tú, aunque paguen.  ¿Estamos? –le preguntó Cruz al llegar a una especie de puerta trasera-.

Esther incorporó aquella información a su formación y la miró.

-       Por supuesto –le contestó Esther-.
-       Esta es mi chica -le susurró Cruz y golpeó una especie de contraseña-

Al cabo de unos segundos la puerta se abrió. Una mujer las miró pero no les dijo nada. Cruz se deslizó por un pasillo y las luces empezaron a florecer. El sonido de la música empezó a aparecer a medida que avanzaba. Esther miraba todo a su alrededor sin dejarse impresionar. Aquello parecía una sala de fiestas top secret. Cruz le tomó la mano, Esther se giró a mirarla, sin preguntas la siguió. Cuando Cruz alcanzó la pista de baile, le agarró por la cintura para acercarla.

-       Enseñémosles lo que tienes. Vendrán como moscas a la miel, y luego tú decidirás todo lo demás. ¿Sí? –le dijo Cruz-.
-       Sí –afirmó Esther-.

Cruz la miró en busca de alguna señal que le indicara que Esther quería retroceder, pero su decisión era firme, quería probar, probarse y a pesar de que Cruz había tenido la esperanza de que tras finalizar sus entrenamientos, aquella energía negativa y aquella curiosidad por la prostitución desapareciera, Esther sin embargo lo tenía más claro que nunca. Así que allí estaban, después de haber velado secretamente por Esther, creando unas reglas inventadas para salvaguardarla y protegerla, reforzando su autoestima y su integridad, tiñendo lo que deberían ser reglas normales de coqueteo con un color económico para tranquilidad de Esther. Ya no era la misma, pensó Cruz al mirarla… era más fuerte, había perdido dulzura e ingenuidad, estaba entera pero extraña. “Encarna… por Dios, perdóname” rogó Cruz, apartó los ojos de Esther poniéndose de espalda a ella, y todo comenzó.

Tras aquella noche, Esther dejó de tener poco a poco pesadillas, dejó poco a poco de sentirse insegura, dejó a un lado los miedos y fragilidades humanas, cubrió su dolor de lo perdido con nuevas caras y con debilidades ajenas. Cada conquista era un refuerzo de autoestima y control, cada mujer que se sentía mejor personalmente tras estar con ella, la gratificaba y la hacía estar más segura del camino tomado. El círculo mágico se había puesto en marcha, todo parecía tener sentido, rodaba como un motor bien engrasado que le dejaba dormir y vivir día a día, sin pensar en el pasado ni en el mañana. Las puertas estaban cerradas, concentrando su mundo tan solo en un tipo de felicidad donde el miedo, la inseguridad, el dolor o la perdida, quedaban apartadas.

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Francia, en la actualidad.

-       ¿En qué piensas? –le preguntó Cruz tras descansar un poco en la arena. Desde que Esther había llegado tras la carrera había permanecido callada y ella había respetado su silencio-.
-       Creo que nunca te agradecí lo que hiciste por mí –le dijo Esther mirándola con dulzura-.

A Cruz aquellas palabras le tocaron, la quería tanto y había tenido tanto miedo de equivocarse con ella.

-       Me sumergí en una oscuridad de la que no sabía cómo salir cuando murió mamá, y viniste a por mí cuando ya no me quedaba nada que perder. Sé que te lo hice pasar fatal con mi rebeldía y mi hastío con el mundo, y creo que nunca te dije lo importante que eres para mí. ¡Me salvaste la vida!, y ahora entiendo lo duro que debió ser verme caminar con los ojos vendados, tratando de respetar que lo hiciera a mi modo a pesar de tener las herramientas para sacarme la venda –siguió Esther, hizo una pausa dudando en si seguir-. Mamá te quería, siempre te quiso, y estoy segura que te agradece que velaras siempre por mí.

Los ojos de Cruz se enrasaron, incapaces de contener aquel brillo acuoso que había aflorado de lo más profundo. Esther estiró los brazos y se abrazó a Cruz, por fin comprendía la realidad de todo, por fin era consciente de la amalgama de eslabones que ella misma había ido colocando creando un camino paralelo a su vida, intercalando realidades paralelas de quién y cómo era. Escondiéndose de la felicidad en un submundo en donde no se permitía sentir aquello que la desestabilizaba o le recordara la posibilidad de caer.

1 comentario:

  1. Hola he leído toda la historia de una sentada, gracias por ella y sigue pronto.
    Saludos desde Gran Canaria.

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