martes, 17 de noviembre de 2015

Pretty Bollo -cap 125 y 126-


Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.

125

Esther entró por la puerta de su apartamento, movida por la petición de Eva de que pasara el día con ella y Laura, aunque para ello hubiera cedido a posponer su viaje hasta el día siguiente. Colgó el abrigo, fue hasta la cocina y al levantar la mirada se topó con el reloj de pared. “La una de la madrugada… es tardísimo, seguro que está acostada” pensó instintivamente en Maca, la echaba de menos. Abrió la nevera pero no vio nada que pudiera cerrar aquel agujero en el estómago, sabía que no era hambre lo que le rugía por dentro y la volvió a cerrar. Se sacó el móvil del bolsillo y jugueteo un poco con él, quería escucharla, sólo escucharla, pero lo dejó en la encimera y lo miró desde lejos tratando de aclararse. Maca no la había llamado, aquello le preocupaba y la aliviaba en cierta forma, pues no tenía fuerzas para decirle que desaparecería por algún tiempo de Madrid. Sin embargo, ver en qué se había convertido la relación de Eva y Laura, la tenía bailando con las posibilidades. Volvió a acercarse al móvil, pulso la llamada automática y escuchó el primer tono… “la voy a despertar, la voy a despertar…” pensaba cada vez más nerviosa, pero algo le impedía terminar la llamada. Cinco tonos, silencio tras el auricular, colgó. Se llevó el móvil al pecho y se dejó caer suavemente contra los muebles de la cocina hasta llegar al suelo. Le había costado tanto llamarla, ¿y si la despertaba? Miró la pantalla, quizá debía volver a intentarlo… se lo pensó, quería escucharla… marcó. De nuevo aquel primer tono… “uno, dos… tres… vamos… cuatro … mierda”….

-       ¿Siii?

Esther se incorporó de un salto del suelo, como si aquella voz le hubiera pellizcado sin piedad.

-       ¿Esther? –preguntó Maca al percibir el silencio al otro lado-.
-       Buenas noches gatita, pensé que ya dormías -reaccionó Esther agarrando el móvil con fuerza para que no se le escapara-.
-       No, no… espera un segundo… -le dijo Maca-.

Esther escuchó música y jaleo de fondo, alguien había parado a Maca y ella se despedía amablemente diciendo que tenía que atender una llamada, Esther empezó a pensar que la había interrumpido en medio de algo importante. De pronto las voces y el ruido de fondo empezó a disminuir, un golpe seco, seguramente una puerta, y la tranquilidad del silencio se hizo…

-       Ya, perdona… ¿qué me decías? –le preguntó Maca que no había podido oírla bien-.
-       Que pensé que ya dormías, pero creo que te interrumpí en mitad de algo importante -le dijo Esther que se había sentado en el sofá-.
-       No me has interrumpido, en realidad acabas de salvarme de una fiesta desquiciante. Llevo todo el día encerrada entre mi actitud de correcta hija y eficiente trabajadora. Creo que podremos resolver el asunto de la exportación al final –le comunicó Maca-.
-       Nunca dudé de ello, estando tu al mando –le dijo Esther con una sonrisa-.
-       ¿Detecto un piropo en esas palabras? –le preguntó alegre Maca, pues había decidido afrontar las cosas entre ellas con paciencia y determinación-.
-       ¿Tú qué crees? –la esquivó Esther más relajada por su actitud-.
-       Jajaja… ¿Cómo te fue a ti el día? Cuéntame cosas… -le pidió Maca que ya se había acomodado en el sillón de su padre-.

Esther desechó la idea de contarle su sueño y sus planes, y se limitó a hablarle sobre el día que había pasado con Laura y Eva. Maca recibió con gran alegría y sorpresa, la noticia de que estuvieran bien juntas y que pensaran en compartir piso. 

-       Me alegro tanto por ellas. Seguro que les va bien, se lo merecen –le dijo Maca-.
-       Sí, yo también creo que les irá bien –contestó Esther feliz por sus amigas, triste porque el escuchar a Maca y haber visto a sus amigas, le había puesto las cosas más difíciles-. Maca…
-       Tengo unas ganas horrorosas de verte… -se entrecruzaron al hablar Maca y Esther-.

Esther se paró en seco, ella también quería verla pero si lo hacía sabía que volvería a aquella noria de la cual no podría bajarse, no ahora que había abierto la puerta de lo que sentía.

-       Maca, de eso te quería hablar -siguió Esther-.
-       Dime… -le animó Maca sin esperar lo que vendría a continuación-.
-       Voy a tener que salir unos días de Madrid –le dijo Esther, pues en el último momento le había parecido rastrero y cruel el no avisarla-.
-       ¿Muchos días? –preguntó Maca nerviosa-.
-       Aún no lo sé, voy a ver a una amiga y no sé cuánto tiempo estaré fuera. Espero que poco, quizá una semana, dos… un mes, quizá –dijo a media voz Esther, no quería mentirle pero tampoco quería asustarla-.

Maca sintió que su corazón se desbocaba, se irguió en el asiento incapaz de controlar el huracán que había empezado a soplar en su cabeza destruyéndolo todo a su paso. “¿Un messsssssss? ¡Yo no puedo estar sin verte un mes….!” Quiso gritar Maca, pero se había quedado muda.

-       Maca, di algo -le pidió Esther-.
-       ¡No te vayas! –le pidió Maca enérgicamente, sin pensar-.

A Esther aquella petición la pilló de improvisto, no era propio de Maca decir lo que quería sin tener en cuenta la situación de los demás, su ímpetu y necesidad la quebró.

-       Maca… yo no… no puedo –le contestó finalmente Esther-.
-       ¿Por qué no? ¿Es que le pasa algo a tu amiga? ¿Está enferma?... –Maca estaba fuera de sí, se resistía a quedarse sumisa sin luchar, dejando que se marchara sin ninguna explicación-.
-       No, no está enferma… la que necesito ir a verla soy yo, necesito una vacaciones, estar tranquila, pensar… -le dijo Esther nerviosa-.
-       ¿Esto es porque te dije que te quiero? –allí estaba la pregunta. Esther se estremeció, nunca pensó que Maca reaccionaría con tanta determinación poniéndola contra la pared-. Porque si es por eso, no necesitas huir, te quiero, pero no voy a obligarte a nada… no voy a perseguirte ni acosarte ni voy a llorarte por los rincones, si tú no sientes lo mismo lo aceptaré… te dejaré en paz, yo no soy una cliente Esther, no lo soy. Si no quieres verme dilo, dilo y te dejaré…
-       Maca, no lo eres, ya sé que no lo eres… -la detuvo Esther, notando como en la voz de Maca crecía la ansiedad y la angustia por mucho que quisiera aparentar madurez en asimilar aquellas posibilidades-… Pero no estoy huyendo, ¿vale? Sólo necesito un poco de tiempo para mí.
-       Pues tómatelo, pero no necesitas irte para ello, ¿no?  -Maca tenía que intentar retenerla, el hecho de pensar que Esther se marchara, de no poder localizarla, era insoportable… ¿y si desaparecía para siempre?-

Esther suspiró, debía tranquilizarse, pero la angustia de Maca la atravesaba más que la suya propia.

-       No puedo, me gustaría, pero sé que así no puedo -dijo Esther con voz apagada-.
-       ¿Pero por qué? ¿Por qué, no lo entiendo? –insistía Maca-
-       Porque no puedo sabiendo que estás cerca -le gritó Esther, casi llorando-. Creo que me he enamorado de ti, y no puedo tomar decisiones por mí misma si sé que estas cerca… ¿no lo entiendes?

Maca se quedó perpleja ante aquello… “¿me quiere?... ¡ME QUIERE!” aquella idea retumbaba en su cabeza anulando cualquier atisbo de cordura.

-       Por favor, di algo… no te quedes callada –le pidió suavemente Esther, confesarle aquello la tenía aterrada-.
-       ¿Has dicho que crees que me quieres? –le preguntó Maca todo lo calmada que podía, casi en un susurro-.
-       Sí… eso he dicho –le contestó Esther en un suspiro-.
-       ¿Me quieres? –volvió a preguntar Maca incrédula-.
-       Sí… -contestó otra vez Esther, que cada vez que repetía aquello parecía que empezaba a ser más consciente-.
-       Pero… espera... Me quieres, pero de quererme vaya… no de que me tienes cariño.. sino de que tú y yo… quizá.. tú y yo juntas…. En fin… -Maca empezó a balbucear, poniéndose cada vez más nerviosa y alegre-.
-       Por favor… quieres matarme ,¿no?… -le suplicó Esther tapándose la cara con una mano, mientras no podía evitar que la angustia se hubiera empezado a envolver de una sensación de felicidad extraña para ella-… ¡Te quiero! ¿Qué más quieres que te diga?

Maca sintió como el pecho se le inflaba en un segundo, la quería y ella parecía sentir lo mismo, no estaba luchando por un imposible, podía ser tan real como que existían.

-       Entonces quédate, Esther quédate… te prometo que iremos despacio, que esperaré a que tomes tus decisiones. Mira, si es por lo de dormir juntas, no lo haremos… cada una en su casa, ¿vale? Hasta que tú digas, semanas, meses,… lo que quieras, haré lo que tú quieras hasta que estés convencida. No te pediré nada, no haré nada… -le pidió Maca, incapaz de dejarla marchar ahora que tenía tan cerca de sí la posibilidad de estar con ella-.
-       Cariño, no puedo… de verdad que no puedo -le dijo Esther a pesar de ver como toda la poca voluntad que le quedaba le flaqueaba ante aquella voz-.
-       ¿Pero por qué? –le preguntó Maca-.
-       Porque no tengo miedo de ti, sé que tú respetarás todo aquello que me digas, pero yo no podré. Si pudiera ahora mismo, si supiera que estás en Madrid ahora mismo… iría corriendo a tus brazos, me muero por besarte, por olerte, por hacer el amor contigo… Ese es el problema, que no puedo estar cerca de ti y pensar, no puedo, simplemente no puedo –le dijo Esther-.  Necesito hacer esto sola, sino no saldrá bien, Maca… debes confiar en mí.

Maca respiró, Esther se iría y ella tendría que soportarlo, la cosa era así.

-       Siempre confié en ti, no voy a empezar a dudar ahora. ¿Cuándo te vas? –cedió Maca-.
-       Mañana -le dijo Esther-.
-       ¿Puedo preguntar a dónde? –le dijo Maca-.
-       Maca… -dudó Esther-.
-       No voy a ir a buscarte, es sólo que me resulta insoportable no saber en qué parte del planeta estarás -se desesperó sin querer Maca-.
-       Estaré lo suficientemente lejos para no correr en busca tuya en unas horas, lo suficientemente cerca para en un día poder plantarme en Madrid… dejémoslo así, ¿vale? –le contestó Esther-.
-       ¿Podré llamarte? –preguntó-.
-       Maca por favor, no me lo pongas más difícil, te lo ruego -le suplicó Esther-.
-       Lo siento… lo siento… es que no… -Maca se tapó la cara con la mano-. ¿Cómo sabré que estás bien? No puedo quedarme quieta sin saber cómo estarás, debes comprenderlo.

Esther también había pensado en aquello, ella misma no sabía si tendría la fuerza suficiente de permanecer sin noticias de Maca, así que le había dejado un recado a Eva por si la emergencia de tener noticias sobre Maca la acuciaba.

-       Anota este número… -le dijo Esther y Maca anotó cada cifra en un papel-. Es el número de Eva, ella estará para ti si necesitas algo, ¿vale?
-       Esther… -se quiso quejar Maca-.
-       Maca por favor… no, no hay nada más que decir sobre esto… no insistas o colgaré –la amenazó Esther, pues no veía otra forma de contener la mínima parte de voluntad que le quedaba-.

Maca se asustó con la posibilidad de que le colgara, así que no insistió más. Los últimos minutos al teléfono fueron para evitar una despedida forzada, concentrándose tan solo en la idea de que cuando se volvieran a ver, quizá las cosas pudiera tomar un camino más equitativo y cómplice.

…….

126


Como no podía dormir, emprendió el camino cuando el amanecer aún no había irrumpido. Puso música, encendió el GPS y se colocó cómoda en el asiento. Le esperaba un largo recorrido, pero se había auto-negado a cubrir la distancia en un avión, necesitaba aquello, la conducción mantendría su mente ocupada, la soledad le serviría para darse cuenta que era “una” y que era fuerte. No sabía cuánto le llevaría aquello, no sabía qué se encontraría ni cómo lo abarcarían, simplemente necesitaba estar allí, al lado de quien conocía el inicio. Pisó el acelerador, y no miró atrás.

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-       ¿Aún no se sabe nada? –le preguntó Maca a Eva por decima vez-.
-       No, ya te he dicho que cuando llegara me llamaría y acto seguido te llamaría yo a ti –le dijo Eva tratando de ser paciente -. Te quieres tranquilizar, es normal que aún no haya llegado.
-       ¡Pero si son las nueve de la noche! ¿Dónde coño se ha ido… a Tailandia? –Maca no llevaba nada bien no saber ni dónde ni cómo estaba Esther, estaba de los nervios-.
-       Vamos a ver, no se ha ido tan lejos, pero la muy cazurra ha ido en coche, y me llamó cuando paró a tomar un café a las siete, por lo visto había parado más de la cuenta para mirar paisajes. No te preocupes que ya no le debe quedar mucho y en cuanto sepa algo te llamo yo, te lo juro –le garantizó Eva-.
-       ¡Dios mío, y ahora resulta que está en carretera! –A Maca se le ponían los pelos de punta de pensar que Esther fuera conduciendo tantos kilómetros-.
-       ¡Qué está bien Maca! Anda relájate -Eva ya no sabía que hacer con Maca, cuando llamara Esther se iba a enterar por haberla metido en aquel marrón en lugar de llevar el móvil consigo-.
-       Vale, vale… llámame al segundo de hablar con ella, ¿eh? Sea la hora que sea, ¿vale? –le pidió Maca-.
-       Que siiiiii, pesadaaaaa…. Y relájate un poco, que al final me vas a poner nerviosa a mí también, coñoo –le pidió Eva y a los pocos segundos ambas colgaron.

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Eran un poco más de las diez de la noche cuando el descapotable de Esther entró por el sendero que llevaba a aquella casita en la costa francesa. Aparcó al lado de un todoterreno impresionante que no conocía, al bajarse lo bordeó examinándolo… “Desde luego… siempre pidiendo guerra, hay cosas que nunca cambian” pensó para sí Esther y sin darse cuenta una sonrisa se posó en su rostro. Tiró de la maleta y se plantó en la puerta de la casa, llamó pero nadie abría, así que echó un vistazo y reconoció una escultura pequeña y horrenda que le resultó muy familiar, se acercó y estiró de un par de adornos que tenía, al instante un cajetín oculto salía de ella tendiéndole la llave de la casa.

Recuerdos de Esther:
“-¿No tienes miedo de que un día alguien te robe la figura y con ello la llave de tu casa?  –le preguntaba una Esther de unos quince años a su dueña-“
“-Es demasiado fea para que alguien quiera robarla y soy tan despistada que necesito un sitio seguro donde guardar una copia además, así tú podrás entrar siempre que quieras en casa … -le había dicho sacándole una sonrisa a la joven-.”

Esther cruzó el umbral y dejó la maleta en mitad del salón. Desde fuera la casa parecía vieja y maltratada por el salitre, pero por dentro todo era lujo y exquisitez, igual que su pequeño apartamento de Madrid. Cruzó la sala y luego la cocina, abrió la puerta trasera y la brisa del mar impactó en su cara. Aquello era maravilloso. Cerró los ojos unos segundos para oler todo aquello, luego salió para acercarse a la arena. Miró a ambos lados, estaba oscuro y solo ligeras farolas alumbraban sin llegar a iluminar del todo la orilla. De pronto se paralizó, el corazón empezó a bombearle enérgicamente, la figura imponente de aquella mujer empezó a aparecer aproximándose a la casa. La observó paralizada, hacía más de seis años que no se veían, pero aquella mujer parecía que no cambiaba, con unos piratas negros y una camiseta de tirantes del mismo color, parecía aún aquella joven de 23 años que conoció en la casa de su madre y la dejó fascinada. Su pelo y ojos oscuros, penetrantes… su fuerza, su templanza… había olvidado ya, lo impactante que siempre le pareció su presencia.

En mitad de la oscuridad, sus ojos se encontraron, ambas se quedaron apenas unos instantes quietas, hasta que la mujer unos diez años mayor que ella, empezó a borrar la distancia que las separaba mientras poco a poco una sonrisa muy especial teñía su cara y sus ojos. A Esther se le contagió de igual modo, y al sentir aquel abrazo cerró los ojos, respiró su aroma y se sintió a salvo. Aquella era su otra casa, la casa que sustituía su sentimiento familiar.

-       Tenía tantas ganas de verte –le susurró la mujer aún estrechándola entre sus brazos-.
-       Y yo a ti, no sé cómo he dejado pasar tanto tiempo –se disculpó Esther con ella, por esos años que sólo habían sido de llamadas-.
-       Lo importante es que ya estás aquí –le dijo separándola y mirándola a los ojos-. Ven, vamos a dentro, voy a preparar tu plato favorito para cenar.

A Esther se le iluminó la cara, se aferró a la cintura de aquella mujer que la llevaba por los hombros, y deshizo lo andado hasta llegar de nuevo a la casa, como si el tiempo ni la distancia hubiera pasado entre las dos.

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Dos semanas después.

Escena Maca:
-       ¿A qué hora llegas? –le preguntaba Eva desperezándose como podía-.
-       ¿Quién es, cariño? –le preguntó Laura adormilada entre sus brazos-.
-       Es Maca… -le susurró Eva dándole un beso en la frente mientras Laura volvía a agachar la cabeza y volvía a dormir sobre su pecho-. No, no te preocupes, si ya me había puesto el despertador para ir a recogerte… No digas tonterías, voy yo a por ti, sí… dentro de hora y media en la estación, vale… -le confirmó Eva con decisión-. Ah, Maca… -la llamó Eva cuando Maca ya estaba a punto de colgar-… ella también te quiere, así que tranquila.

Ambas colgaron el móvil. Hacía dos semanas que Esther se había ido de Madrid y el contacto telefónico entre Eva y Maca se había hecho constante, amigable y tranquilizador, sobretodo para Maca, que incapaz de volver a Madrid sola para afrontar aquello, había pospuesto su regreso lo máximo posible refugiándose en las bodegas a pesar de tener que soportar los constantes asedios de su madre ante sus ojeras, sus constantes llamadas, su aspecto pálido y su entrega enfermiza a horas de trabajo. No saber de Esther la estaba matando.

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Escena Esther:

Aquella noche había sido tan larga como las otras, a pesar de encontrarse más tranquila durante el día, era tocar el colchón y añorarla enormemente. Salió de la ducha y se puso algo cómodo, luego entró en la cocina en busca de un café que bebió a sorbos mientras miraba con ausencia por la ventana. Todo era equilibrado, sereno, sin embargo ella seguía con aquel rugido por dentro y ni siquiera había conseguido encontrar el camino. Se desplazó por la casa, subió unas pequeñas escaleras y llamó a la puerta de la habitación.

-       Pasa… -la invitó a entrar-. Buenos días princesa. ¿Qué tal la cama hoy?
-       Igual -le contestó Esther poniendo una mueca en su cara mientras le daba un sorbo al café-.

La mujer soltó la barra en la que estaba haciendo dominadas, dejándose caer hasta el suelo.

-        ¡Ya veo! – le contestó Cruz, mientras se quitaba las muñequeras y cogía una toalla-. Ven, siéntate aquí conmigo.

Esther obedeció, y fue hasta el banco donde Cruz se había sentado.

-       Sabes que no soy de meterme en las cosas de nadie, y que para mí es un regalo tenerte en casa de nuevo, pero desde que llegaste no puedes dormir, estas más apagada de lo normal y sé que hay algo que quieres decir y que por alguna extraña razón no eres capaz de hablar conmigo, así que empiezo a preocuparme –Cruz se detuvo un momento, miró a Esther y la vio jugando con la taza de café en silencio-. ¿Esther, debo preocuparme?

Al recibir aquella pregunta directamente, Esther se giró a mirarla sin evitar sentir aquel nudo en la garganta. No podía posponer por más tiempo sus decisiones, parecía haber llegado el momento.

Escena de Maca:

Eva recogió a Maca en la estación como le había prometido. Nada más verla detectó que había perdido peso y que el cansancio marcaba su rostro. Sin pensárselo la abrazó cuando se encontraron de frente.

-       ¡Me alegro de que hayas venido! –le dijo Eva-. Ya verás, como aquí estarás mejor.
-       ¿Tú crees? –le preguntó Maca con desaliento-.
-       Ya verás cómo sí, de momento, vámonos a casa que Laura se quedó preparando algo para comer y luego ya trataremos de encontrar una forma de ocupar el tiempo sin subirnos por las paredes, ¿vale? –le propuso Eva sonriéndole-.
-       Eva, quiero que vuelva… -dijo Maca dando un resoplido-

A Eva se le encogió un poco el alma, Esther era su amiga y no quería traicionar la palabra que le había dado, pero Maca se merecía explicaciones, noticias, algo… quizá era hora de iluminar un poco aquella oscuridad.

-       Lo sé, tranquila volverá… anda vamos


Tras la comida, y unas cuantas copas, Maca se quedó dormida en el sofá. Laura la cubrió con una manta y se reunió en la cocina con Eva que estaba limpiando los platos.

-       ¿crees que nos hemos pasado con el tranquilizante? –le preguntó Laura preocupada-.
-       No lo creo, además ya has visto las ojeras que trae… venía agotada. Cuando pille a Esther se le va a caer el pelo, solo a ella se le ocurre dejarla incomunicada después de soltarle que la quiere –Eva estaba enfadada, enfadada por tener que apoyarlas a las dos sin terminar traicionando a ninguna, enfadada por estar en medio de aquello cuando veía tan claras las respuestas-.
-       Bueno no te enfades… ya sabes que no es fácil para ninguna de las dos, así que esperemos que Cruz sea la llave que necesita Esther y que vuelva pronto –trató de tranquilizarla Laura abrazándola por la espalda-.
-       Tienes razón, si no escucha a Cruz no creo que sea capaz de escuchar a nadie… -reconoció Eva cerrando el grifo del fregadero-. Laura…
-       Dime –le contestó-.
-       ¿Crees que traicionaría a Esther si le aclaro algunas cosas a Maca sobre su pasado? –le preguntó girándose para ver su expresión-.

Laura lo pensó un segundo, luego acarició a Eva en la cara y le regaló una sonrisa.

-       No cariño, no lo creo… Además, alguien tendrá que darle algo a lo que aferrarse a esa pobre mujer… está en un sin vivir –le dijo Laura apoyándola-.
-       Eso mismo creo yo…–se animó Eva con la respuesta de Laura-. Cuando se levante hablaré con ella.
-       ¡Me parece una gran idea! –le contestó Laura, dándole un beso-.

Eva la correspondió y luego se le quedó mirando con una sonrisa atronadora. A Laura se le contagió.

-       ¿Qué? –le preguntó Laura viendo que quería decir algo pero no lo decía-
-       Que te quiero, y que me alegro de haber abierto los ojos a tiempo para verlo –le contestó Eva-.
-       Yo también te quiero… -le contestó Laura y la volvió a besar-. Pero que sepas que me las hiciste pasar putas, nunca mejor dicho… jajaja

A Eva se le desencajó la mandíbula por la referencia hacia su profesión y aquellos días de refugio que pasó de clienta en clienta después de aquel beso robado y borracho que le dio a Laura en la discoteca y que retiró las vendas definitivamente entre ellas.

-       Eres mala… -se quejó Eva ante las risas de Laura por su cara-.
-       Jajajja…  si, y más vale que no lo olvides, porque como te acerques a cualquier otra, te morderé.. y no precisamente del modo que te gusta a ti… jajajja …- volvió a reír Laura ante la cara que puso a continuación Eva-.
-       ¿Desde cuándo te volviste tan loba? –se hizo la sorprendida Eva- Te juro que a veces tengo la sensación de que a pesar de los años, jamás te vi.
-       Eso cariño, es porque nunca miraste bien… -le dijo Laura dándole un azote y alejándose de ella-.


Eva sonrió, jamás pensó que las cosas con Laura se sucederían así, pero cada día que pasaba estaba más segura del camino que habían empezado a andar juntas. Sólo esperaba que su amiga corriera la misma suerte y felicidad que ellas estaban viviendo.

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