Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
123
- Mamá,
sólo un momento ¿vale? Necesito hacer una llamada, ahora voy –le pidió Maca a
su madre, que no la había dejado ni un momento a solas desde que había llegado
a casa-.
Cerró la
puerta del despacho de su padre y con los dedos temblorosos marcó la tecla de
llamada automática. Cada tono en silencio era una daga que la atravesaba, a
pesar de haberse propuesto ser fuerte, el hecho de que Esther no hubiera respondido
a ninguna de sus llamadas ni a los dos mensajes que le había dejado, empezaba
ya a preocuparla. Las once de la noche y nada… “ puede dejar un mensaje tras
escuchar la señal, gracias”… Maca cerró los ojos tras escuchar la voz de la
operadora, a pesar del nudo que sentía, se esforzó por dejar un último mensaje.
- Sólo
quería darte las buenas noches, pero supongo que habrás salido o…. –sólo pensar
en que estuviera trabajando le suponía una tortura, no pudo ni mencionarlo-. Necesito
escucharte, sólo eso… Por favor llámame para saber que estás bien, ¿vale? Un
beso.
Colgó el
móvil y lo estampó contra el suelo, tenía ganas de chillar. Se sentía enjaulada
en aquel lugar, cuando lo que de verdad quería era coger un tren, un avión… lo
que fuera por plantarse en un par de horas en Madrid para ir a buscarla. De
pronto la idea de que Esther hubiera estado en la ducha y estuviera
devolviéndole la llamada en aquel instante, la hizo arrojarse al suelo para
recomponer el móvil.
- Mierdaaaa…
la batería… donde coño…
La
angustia crecía, encontró cada pieza y encendió el móvil nuevamente.
- Puto
pin… -se quejaba tras meterlo erróneamente por las prisas-.
Durante
unos instantes siguió quieta de rodillas en el suelo, esperando que la pantalla
de aquel móvil anunciara un mensaje de llamada perdida, algún tipo de señal que
le diera esperanza, pero no lo hizo. Las ganas de llorar se le agolparon en el
pecho, se sentía impotente, en todo el día no había sabido nada de ella.
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Esther
escuchó el móvil dando saltos por la vibración en su mesita de noche. Lo
contempló durante unos instantes, luego le dio la espalda y se acurrucó bajo
las sábanas. Sabía quién llamaba, pero no tenía ni las fuerzas ni las
respuestas que tarde o temprano tendría que darle. El móvil dejó de sonar.
Durante unos minutos la táctica del “no me importa” funcionó… pero pronto la
necesidad de verificar si era otra llamada de Maca pudo más, y cogió el móvil.
“Mensaje en el buzón de voz”, marcaba la pantalla… y allí estaban, aquellas
mariposas de nuevo revoloteándole en el estómago y esa especie de ahogo que
sentía desde que la dejó marchar. Con la mano temblándole y tras meditarlo,
pulsó el botón del buzón de voz… la voz angustiada de Maca le hizo cerrar los
ojos. Lo que le estaba haciendo no era justo, pulsó el número de Maca pero
colgó inmediatamente. “¿Qué voy a decirle?”, se preguntó. Se sentó en la cama y
trató de encontrar una respuesta antes de volver a intentarlo, pero no la
había. Sin esperárselo el móvil empezó a vibrar entre sus manos, tal fue la
impresión que lo soltó dejándolo caer en la cama como acto reflejo, lo observó
durante un instante… la imagen de una foto que le había robado a Maca mientras
se reía de Kate capturó toda su atención y trasformó su miedo en ansias. Cogió
el móvil y lo descolgó.
- Diga…
-acertó a decir-.
- Ehhh…
yooo… ¡Holaa! Pensé que no estabas… -acertó a pronunciar Maca mientras sujetaba
fuertemente el móvil, pues asustada de que tras la caída no funcionara, decidió
probarlo llamándola una vez más, y había tenido suerte-
- Si,
bueno… es que he pasado la tarde haciendo la compra y eso, y no llevaba el
móvil… y ahora acabas de pillarme saliendo de la ducha… perdona que no te haya
llamado, iba a hacerlo ahora –mintió, mintió como una bellaca, pero la verdad
en aquel instante podía ser más dolorosa-. ¿Cómo te ha ido con tus padres?
¿Todo bien?
- Si,
vamos… son unos plastas, mi madre no me ha dejado ni a sol ni a sombra pero
bueno, bien va –le contestó Maca
mientras mirando al cielo daba las gracias porque Esther no se hubiera pasado
el día con otra-. ¿Y tú cómo estás?
- Bien,
la verdad es que no he tenido tiempo para nada - le contestó Esther, pues cómo
decirle que había pasado cuatro horas en el suelo de su cocina a oscuras
sujetando un cartón de leche, que tras eso se había arrastrado a la ducha
tratando de borrar lo imborrable… que había tenido que tomar un par de
pastillas para dormir y así calmarse… que no había salido de la cama desde que
se había despertado, porque no sabía que iba a hacer con su vida ahora que
sentía todo aquello.
- Me
alegro de que te mantengas ocupada, yo la verdad es que tampoco he parado ni un
instante… -le dijo Maca-.
Y durante
unos minutos consiguieron mantener una conversación plana sobre el trabajo y la
familia de Maca, mientras Esther trataba de alejar la pelota cada vez más lejos
de su tejado. Finalmente la voz de la madre de Maca apuró el fin de la llamada.
- Bueno
he de irme, pero me alegro de haber podido darte las buenas noches –le decía
Maca-.
- Yo
también me alegro de poder dártelas a ti. Anda ve, no les hagas esperar –le
dijo Esther-.
- Sí,
voy… un beso, cuídate… -se despidió Maca de ella-.
- Lo
mismo te digo… un beso –se lo devolvió Esther-.
Tras
colgar la llamada, Maca sintió la necesidad de volver a llamarla, pero se
contuvo… lo no dicho, debía quedar en silencio por ahora. Guardó el móvil y
salió en busca de su madre tratando de no pensar más en el frío que había
sentido. Por su parte Esther permaneció un rato más con el móvil entre sus
manos, finalmente lo apagó y volvió a meterse entre las sábanas. Algo le decía
que aquella noche, no tendría fin.
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124
“-
Si, es verdad…. –la mujer trató de acercarse a ella, pero Esther se
levantó con la mirada atónita- ¡Espera cariño!.... ¡No lo entiendes!...
Pero era tarde, una Esther joven y
confundida salía disparada escaleras abajo tratando de asimilar que lo que
sabía era cierto. Al pisar la calle la angustia empezó a atravesarle el pecho, comenzó
a correr con lágrimas en los ojos, tratando de alejarse todo lo que podía de
allí… ahogándose tuvo que detenerse entre hipidos y aquel choque frontal que
sentía… las nauseas aparecieron… en la cuneta empezó a vomitar, incapaz de
digerir lo que estaba pasando…”
Esther dio
una nueva vuelta en la cama sudando, de pronto una nueva imagen de semanas
siguientes a la conversación anterior se sucedieron en su cabeza.
“ – No, no puede ser… -las lágrimas corrían
por sus mejillas-. No, por favor… todavía no, no puede ser.
- Lo siento –le decía aquella voz
masculina en la que no podía encontrar consuelo-.”
Esther
estrujó la almohada. De pronto aquella habitación de hospital se alzaba ante
sí.
“ – Cariño, lo siento… nunca quise hacerte
daño, me hubiera gustado tener más tiempo para explicártelo… -le decía con
suavidad aquella mujer que la acariciaba tratando de que dejara de llorar, de
calmar su dolor-.
- Entonces quédate… explícamelo…
quédate… -la angustia se apoderaba de una Esther inconsolable que se aferraba a
aquella mujer como si le fuera la vida-.
- Oh, mi amor… te quiero, tu llegada
fue un auténtico regalo del cielo para mí, lo más bello que tengo en la vida
eres tú… y debes comprender, que jamás me arrepentí de mis decisiones… así que
por favor, no me juzgues cariño sin entender… -la dificultad en aquella voz era
palpable-. Sólo espero que algún día comprendas, que quienes y cómo somos
define lo que hacemos, y no al revés…
-aquellas palabras se le resbalaron casi sin voz por la garganta-.
- Mamáaaa…. –la llamó Esther-.
La mirada de su madre se posó
cándida sobre Esther, con gran esfuerzo le acarició el rostro por última vez.
Esther cerró los ojos tratando de frenar aquellas lágrimas inútilmente.
- Prométeme que tratarás de ser
feliz -le pidió su madre-.
- Mamá no… -su manera de hablar la
apuñalaba-.
- Prométemelo cariño… prométeme que
no te quedarás varada al lado del camino viendo como otros lo recorren -una
punzada de dolor volvió a reflejarse en su rostro, sin embargo quiso terminar
el último consejo para su hija-. Mi amor, las decisiones no siempre son
fáciles, nunca tienen una única respuesta, pero hay que tomarlas, y jamás hay
que perder de vista la meta, tu felicidad. Allí donde seas tú verdaderamente la
encontrarás. Se fiel a ti misma cariño. ¿Prométemelo?
- Lo prometo, lo prometo… pero no te
esfuerces más, por favor -le dijo Esther para que dejara de hablar, cada vez la
veía más pálida-.
Su madre asintió y sonrió
complacida, dio dos golpes en la sábana y Esther se tumbó a su lado. Su madre
la abrazó…
- Mi niña… -le susurró en la
cabeza-… estarás bien, cariño… no tengas miedo, yo soy feliz porque te tuve a
ti.
Un pitido estridente y continuo,
retumbó en su cabeza”
- Mamaaaaaa…
-se despertó de golpe Esther jadeando-.
Miró
alrededor, y vio su habitación, se llevó las manos a la cara y se la encontró
empapada en lágrimas y sudor. Hacía tanto tiempo que no soñaba con ella… tanto
tiempo. El corazón aún le latía con violencia por el dolor, la cicatriz sabía
que jamás se iría pero le había dejado tantas cosas buenas con las que cubrirla
y la memoria era tan frágil, que agradecía el recuerdo de aquel desgarro que le
acompañaría de por vida. Se acarició en mitad del pecho para tranquilizarse,
casi había olvidado aquel último consejo, creía haber entendido aquellas
palabras durante mucho tiempo, pero ahora volvían a coger un nuevo significado.
Aquella idea la hizo saltar de la cama y empezar a ducharse, si estaba
volviendo a suceder, necesitaba ver a la única persona que pudo contenerla la
última vez.
-------
Al cabo de
un par de horas, alguien llamaba a su puerta. Esther pensó en simular que no
estaba en casa, pero al reconocer el repiqueo de los nudillos de Eva, fue a
abrirle.
- Buenoooooo…
buenoooo… buenooooo… ¡Dichosos los ojos que te ven! –entró como un huracán Eva
tirándose a sus brazos y dándole besos-. Desde luego no tienes perdón, mira que
no llamarme para decirme que estabas de vuelta, menos mal que tengo a tu conserje
comprado. He traído churros para que no tengas que ponerme al día con el
estómago vacío -relataba Eva dirigiéndose hacia la cocina, tan feliz que no era
capaz de reconocer el cansancio y lo que le pasaba a Esther en un primer
momento- ¡Vas a flipar con la noticia que te traigo!
Al dejar
los churros en el banco de cocina y coger dos tazas para servir café, se
percató del silencio que tenía tras de sí. Se volvió a mirarla, reparando por
primera vez en su sonrisa media, esas ojeras ya más calmadas por una ducha
reciente y la mirada cansada de su amiga.
- ¿Qué
es lo que pasa? –le preguntó preocupada acercándose a ella-. ¿Estás bien?
- No,
Eva… no lo estoy –contestó Esther, que no tenía fuerzas ni para fingir a aquellas
alturas-.
Eva se
sentó a su lado, y le acarició la espalda. Pues Esther se había sentado en un
taburete y se había tapado la cara con las manos, mientras se apoyaba con los
codos en el banco de cocina.
- Eyy…
¿pero qué ha pasado? –le preguntó Eva tratando de reconfortarla-. Pensé por la
última vez que hablé contigo, que los días en la sierra iban de fábula.
- Eva,
Maca me ha dicho que me quiere –le dijo Esther sin mirarla-.
A Eva se
le dibujó una sonrisa en la cara, pues tenía esperanzas de que algo así
ocurriría, sin embargo trató de disimular su alegría al volver a hablar.
- Bueno,
¿y?... No es la primera, que yo sepa, que se te declara. Siempre dije que
tenías un don tanto para enamorarlas como para sacarles la venda. ¿Cuál es la
diferencia con ella? –afinó la puntería Eva-
Esther se
giró a mirarla antes de contestar. Eva esperó sin poder descifrar en su rostro
felicidad o tristeza… realmente ahora que la tenía cerca, parecía agotada.
- La
diferencia es que creo que yo también la quiero –le contestó Esther dejándola
con la boca abierta, pues no esperaba que se lo reconociera-.
Eva no
pudo evitar sonreír, Esther esbozó una media sonrisa. Atreverse a reconocer lo
que sentía hacía que aquella mariposa en su estómago aleteara de nuevo, sin
embargo las cuerdas de su prudencia y razón aplacaban su vuelo.
- ¡Pero
eso es estupendo! –la abrazaba Eva y Esther se dejaba abrazar-.
- ¿Lo
es? –preguntó Esther con temor-.
Eva se
separó de ella y la sujetó por los hombros para que la mirara a los ojos.
- Sí,
lo es, porque Maca te quiere de veras, no hay más que verla para saberlo… y si
tú también la quieres, es estupendo, porque tenéis las armas suficientes para
iniciar la batalla –le dijo Eva dulce pero firmemente-.
- ¡Eva
tengo miedo! –le confesó Esther a su amiga-.
- Miedo,
¿por qué? ¿a qué? –le preguntó Eva-.
- Se
llame como sea esto que siento, es mucho más fuerte que yo y tengo miedo de
perderme de nuevo –suspiró Esther antes de seguir-. No dejo de pensar en lo
fácil que sería arrojarme a sus brazos y dejarme llevar, pero soy realista… ¿Qué
pasaría si de pronto siento la necesidad de hacerme cargo de una cliente? ¿Qué
pasa con lo que soy, con lo qué hago… con lo que ha dado sentido a mi vida
todos estos años? Tengo miedo a perderme nuevamente Eva, no quiero volver a
aquel pozo y lo que siento aquí dentro, es tan grande, fuerte y violento, que
sé que me puede arrojar a él en cualquier momento, y me encuentro demasiado
vulnerable para tomar la decisión de arriesgarme a afrontarlo sintiéndome como
me siento.
Eva trató
de leer entre líneas todo lo que le estaba diciendo Esther, y comprendió a qué
se refería exactamente.
- ¿Y
qué piensas hacer, entonces? –le preguntó con cautela-.
- ¡Me
voy! –le contestó Esther-.
- ¿Te
vasss? –se sobresaltó Eva-. Huir no es la solución Esther.
- No
trato de huir, pero necesito tiempo para tomar decisiones y si estoy cerca de
ella no podré –contestó Esther-. No puedo pedirle que asuma quien soy, cuando
ni yo misma sé qué parte de mí es la que puedo ofrecerle.
- Eso
lo debe decidir ella. Míranos a Laura y a mí, tanto marear la perdiz y ahora
estamos plateándonos ir a vivir juntas de la noche a la mañana –le soltó la
noticia sin darse cuenta Eva-
- ¿Os
vais a vivir juntas? –reaccionó al instante Esther con una sonrisa magnánima en
la cara-.
- Bueno…
yo… -dudó Eva, pillada por sorpresa por su metedura de pata- Ainssss mierda, le
prometí que te lo diríamos juntas. Joder, soy una bocazas.
- Jajajaj…
¡me encanta! ¡me encanta! –la abrazó Esther ilusionada por ellas dos-. Pero
basta ya de lo mío, cuéntamelo todo…. Quiero saberlo todo.
Y a pesar
de la sensación de dejar aquella conversación a medias, Eva cedió viendo la
cara risueña de su amiga, pensando que era hora de distraerla un poco de sus
temores y angustias.
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