Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
121
El día
pasó más rápido de lo que esperaban. Sin ganas de salir ni de hacer nada más
que estar juntas, improvisaron comida y cena, y llenaron las horas frente al
televisor una refugiada en la otra. A Maca le hubiera gustado hablar con
Esther, sin embargo cada vez que lo había intentando algo en la mirada de ella
o en su gesto la había contenido, sin darse cuenta que el tiempo se le escapaba
de las manos y que había tantas cosas por zanjar y aclarar. No fue hasta bien
entrada la noche, que los pilotos de urgencia se encendieron en la cabeza de
las dos.
- Es
tarde, deberíamos acostarnos, dentro de unas cuantas horas nos tendremos que
levantar –le recordó Esther mientras el programa que estaban viendo llegaba a
su fin-.
- ¿Qué
hora es? –preguntó Maca. Había estado tan ocupada tratando de retener cada
olor, cada calor, cada detalle de Esther entre sus brazos, que apenas había
prestado atención a aquel televisor que le había servido de aliado para tenerla
a su lado-.
- Las
doce y media –le confirmó Esther mirándose el reloj e incorporándose-.
Tendríamos que salir de aquí no más tarde de las seis si quieres que te de
tiempo a recoger la reserva.
Maca la
miró, no había tiempo, sin embargo el hecho de que Esther aún hablara en plural
en cierta forma la tranquilizaba.
- Sí,
será lo mejor. ¡Venga vamos! –le contestó Maca y se puso de pie tendiéndole una
mano-.
Esther la
siguió callada, sumergida en aquella mezcla de dolor y extraño alivio que
sentía. Desde que aquella llamada había puesto distancia entre ellas, una carga
dentro de sí se había hecho más ligera. ¡Era una cobarde!, se daba cuenta… pero
no encontraba otra forma de poder hacerlo, así que poco a poco se fue
convenciendo de que era lo mejor.
Durante el
cepillado de dientes sus ojos se encontraron en el espejo, clavándose los unos
en los otros con una sensación extraña por lo no dicho. Las dos se agacharon a
la vez para enjuagarse, tratando de esconderse inútilmente. Sin querer, el
chocar en el grifo, las hizo sonreír. Maca le cedió la preferencia y Esther
terminó de enjuagarse y salir del cuarto de aseo. A los pocos minutos Maca la
siguió encontrándola sentada en la cama colocando la hora en el despertador.
- ¿A
qué hora lo pongo? –le preguntó Esther al verla llegar-.
- A
las cinco y media, ¿no? –le sugirió Maca-.
- Como
quieras –contestó Esther esquivándola-.
Al
levantar los ojos, Esther se topó con aquellos otros de color miel que la
esperaban. El silencio se apoderó de las dos, entremezclado con una sensación
de expectación y tristeza. Finalmente Esther se levantó de la cama y se dirigió
hacia el cajón del armario donde tenía su ropa. Maca no dijo nada, sólo la
observaba mientras trataba de reunir las fuerzas para decir lo que llevaba
tiempo queriendo decir. Esther miró el fondo del cajón, aquel que no se había
atrevido a vaciar aun sabiendo que iba a salir corriendo. Cerró los ojos y se
obligó a no pensar, escogió un pijama cualquiera y al sostenerlo entre sus
manos se dio cuenta que volvían a temblarle. Los pasos de Maca resonaron en la
habitación, Esther se giró a mirarla aterrada. No supo cómo, pero algo dentro
de ella le dijo lo que iba a suceder y el corazón se le encogió.
- Esther,
hay algo que necesito decir antes de irme… -aquellas fueron las palabras que
confirmaron su temor-.
La cabeza
de Esther empezó a trabajar frenética, los latidos empezaron a traspasarla
violentamente en aquella espera… “No, no, por favor… no”, pedía con su mirada,
incapaz de que su voz la respaldara.
- El
mes que me otorgaste sé que prácticamente ha finalizado, y sé que no he sido
alguien fácil de entender ni de llevar, que te lo he hecho pasar mal con mis
desmayos y mis silencios… pero quiero que sepas que para mí esto que hemos
tenido ha significado más de lo que te puedo expresar con palabras… para mí ha
sido real.
Las manos
de Maca la alcanzaron tomándola por los hombros, Esther agachó la mirada sabiendo
que el golpe final no había llegado, tratando de controlar aquel torrente de
agua que poco a poco se acercaba cual riada, enérgica e incontrolada.
- Esther
… -la llamó suavemente Maca, cogiéndole el mentón para obligarla a mirar-
Los ojos
de Esther se enrasaron, Maca sabía que no tenía derecho a hacer lo que iba a
hacer, pero no podía dejar de intentarlo e ignoró aquella negación que veía en
ella.
- Me
has devuelto algo que creí que no sería posible… -continuó Maca-. Me has
devuelto la fuerza que di por perdida, y me has dado un camino por el que poder
continuar. Sé que no tengo derecho a hacerte esto, pues los conceptos del
acuerdo siempre fueron claros -Maca tomó aliento y la siguió tomando con
fuerza-, pero es que me resulta insoportable la idea de que pienses que lo yo
te he entregado ha sido algo pasajero… Esther, necesito que sepas lo que
realmente siento por ti.
- ¡Maca!
¡No, por favor!… ¡No lo hagas! -le pidió con un hilo de voz Esther, mientras
una lágrima se le escapaba-.
Por un
segundo la determinación de Maca se paralizó dubitativa ante el quiebro de la
mujer que tenía frente a sí.
- Por
favor… -volvió a suplicar Esther y aquel torrente que contenía se le escapó del
pecho-.
Maca la
estrechó con urgencia, Esther se desplomó en aquellos brazos que no pudieron
sostenerla y la acompañaron despacio hasta el suelo. Las lágrimas de ambas se
entremezclaron en el silencio de aquel dolor compartido.
- No
puedo… lo siento, lo siento… -le repetía Esther entre un llanto desgarrado,
mientras se aferraba a su cuello con fuerza-
- Shhh….
lo sé, cariño… lo sé… -trató de reconfortarla Maca entre lágrimas mientras la
sostenía contra sí sentadas en el suelo y hundía la cara en aquel pelo que era
el mar de su calma-.
- Perdóname…
no es que yo no sienta… -Esther la miró llorosa, tratando de aclararle lo que
ella misma no estaba segura de decir… no estaba preparada-… Maca yo…
- Shhh…
está bien…. –salió a su encuentro Maca cogiéndola de la cara y limpiando con
sus manos aquel rastro salado que había surcado su lindo rostro-… habrá tiempo,
tenemos tiempo.
Esther
quiso creerlo y también trató de borrar las lágrimas de Maca con sus manos. Sus
labios se unieron tan despacio y tan ligeros que la daga fue mortal y las hizo volver
a llorar calladamente. El sentimiento de la pérdida y lo incierto se
materializó en aquel beso de forma insoportable.
- Maca…
-sollozó Esther-.
Maca no
pudo soportar la angustia que se apoderaba de ella, y atrajo fuertemente
aquella boca mojada enganchando a Esther por la nuca. La desesperación
construyó un beso apasionado y anhelante que las dejó sin respiración.
Enzarzadas en aquella lucha entre el dolor y el fuego que sentían, se fueron
desnudando y arrastrando la una a la otra hacia la cama.
Las manos
viajaban por la piel creando marcas imborrables, cada gemido era una entrega
nueva y consciente de lo que existía entre las dos. La suavidad se
entremezclaba con la violencia frenética de retenerse unidas y sus bocas
hablaron de amor en cada beso. Durante horas todo lo que tenían que decir se lo
dijeron con la piel, con miradas que abrasaban e incluso con alguna que otra
lágrima escapada que no pudieron retener.
Aquello
era tan simple como que se habían encontrado y se amaban, tan complicado como
que sus vidas, en cierta forma, ya nos les pertenecían.
122
El coche
de Esther aparcó en doble fila junto a la estación. Apenas habían dormido
tratando de no perder un instante de estar juntas, y el cansancio y aquella rara
sensación de despedida había izado banderas en sus rostros.
- No
me apetece nada irme –pronunció Maca rompiendo aquel silencio entre las dos-.
- Lo
sé –le respondió Esther, acallando aquella voz que nacía únicamente del
sentimiento y le gritaba “yo tampoco quiero que te vayas”-, pero el deber te
reclama, así que céntrate sólo en eso. Has trabajado mucho este mes para que
ahora se eche por tierra el proyecto.
- Tienes
razón … siempre la tienes –añadió Maca girándose a mirarla-.
La mano de
Maca alcanzó un mechón del cabello aún mojado de Esther, se habían duchado tan
precipitadamente que ninguna había podido secárselo, sonrió al recordar la
primera vez que vio su pelo ondulado.
- Anda
ve, o perderás el tren -le dio un empujoncito Esther, incapaz de soportar mucho
más la compostura teniéndola cerca-.
- Sí,
voy -la quiso obedecer Maca, pues no
quería alargar más de lo necesario aquella despedida-.
Maca
estiró el brazo y cogió la chaqueta del asiento trasero. Al volverse a topar
cara a cara con Esther se quedó parada por un momento. Esther la observó y
esperó.
- ¿Puedo
llamarte? –le preguntó Maca, ya algo más insegura por los silencios-.
- Tienes
mi número, ¿no? –le dio como respuesta Esther acariciándole la cara-.
- No
sé cuántos días me llevará, pero imagino que el martes quizá ya esté aquí… ¿te
veré? –le preguntó-.
A Esther
se le revolvieron las tripas ante la pregunta. No quería mentirle, sin embargo…
- Claro…
anda ve –la animó Esther tratando de bromear-, que parece que te vas a la
guerra y sólo vas a casa de tus padres por unos días.
- Jajaj…
es cierto –se serenó Maca tras las respuestas de Esther y aquella sonrisa, que
aunque a medias, le acababa de regalar-. Sólo tengo una última pregunta –le
dijo haciendo una mueca graciosa en su cara-.
- A
ver… dispara –se preparó Esther para sus ocurrencias, pues aquella cara inocente
las acontecía-
- ¿Puedo
besarte antes de irme? –le preguntó mirándola a los ojos-.
A Esther
le cambió la cara de golpe, aquella dulzura de Maca la desarmaba. Se quitó el
cinturón de seguridad y se acercó a ella.
- Tampoco
tienes que pedirme permiso para eso… -le susurró con total sinceridad Esther y
luego la besó.
Maca finalmente
salió del coche viendo que las fuerzas para irse ya estaban casi agotadas.
Esther la miró mientras cerraba la puerta y cruzaba por el paso de cebra rumbo
a la estación, algo dentro de sí empezaba a ahogarla. De pronto Maca se giró, y
salió corriendo de nuevo al vehículo, Esther salió del coche pensando que algo
se le había olvidado como de costumbre. Miró en el asiento de atrás, pero no
había nada y al levantar la vista ya la tenía frente a sí.
- Se
me olvidaba lo más importante… -dijo Maca tomando aliento por la pequeña
carrera-.
A Esther
no le dio tiempo de preguntar qué era, pues Maca la atrajo hasta ella y la
volvió a besar esta vez de forma apasionada. Esther perdió el norte por unos
segundos mientras aquella boca la amaba, al separarse sus ojos apenas tenían
fuerzas para abrirse, sin embargo unas palabras le sirvieron de resorte para
conseguirlo.
- ¡Te
quiero!...
Aquellas
dos palabras retumbaron en el interior de su cuerpo como una onda expansiva,
mientras la imagen de Maca volvía a salir al trote rumbo a la estación sin ya
mirar atrás.
“¿¿Sé
encuentra bien??”… le había preguntado el conserje amablemente cuando la había
observado sentada en el coche en su zona de aparcamiento. “Sí, si… no es nada”
le había contestado Esther, y todo lo opuesto a nada era lo que estaba
sintiendo. Salió del vehículo y se subió al ascensor. Al entrar en el
apartamento encendió la luz pues las cortinas estaban echadas desde hacía días,
pero la claridad del vacío que suponía aquellas paredes la atravesó y volvió a
presionar el interruptor. Todo era tan confuso, tan claro y tan confuso.
Se quitó
los zapatos y arrastró sus pies hasta la cocina. Aquella cocina siempre le
había encantado, gran parte de sus horas libres las pasaba cocinando y sin
embargo… “¿porqué está hueca?” pensó. Miró la estancia, era suya pero la hacía
sentir extraña de repente. Abrió la nevera en busca de algo que beber, al coger
un refresco se tropezó con un cartón de leche, lo cambió por el refresco… cogió
unas tijeras y un vaso, se quedó observando el líquido blanco durante unos
instantes a través del cristal. A ella no le gustaba la leche, sin embargo…
cogió el cartón y bebió un trago directamente del brick. Una lágrima cayó
mojando su mejilla… todo se desmoronaba, otra vez.
--------
El tren
iba a tanta velocidad como aquello que sentía. Miró por enésima vez la pantalla
de su móvil, quería llamarla… necesitaba llamarla, pero no podía, no sabía qué
decir, tenía miedo de las últimas palabras que había pronunciado y sabía que lo
último que necesitaba Esther era más presión. Tenía que darle un poco de
tiempo… estrujó el móvil entre las manos y cerró los ojos, era hora de confiar.
Al llegar
a la estación, Juan, el chófer de la familia, la esperaba.
- Espero
que haya sido agradable el viaje, señorita Wilson –le dijo el afable hombre-.
Sus padres le están esperando en la hacienda de la bodega.
- ¡Hola
Juan! Estupendo, pero ¿podríamos pasar primero por mi casa? –le preguntó Maca-.
- ¡Por
supuesto! –le dijo él-.
- Entonces
vámonos -le contestó Maca siguiéndolo hasta el coche-.
Durante el
trayecto Maca trató de tranquilizar su ánimo, y tenía que reconocer que el aire
de Sevilla lo conseguía. Pensó en cuánto le gustaría que Esther estuviera allí
con ella, volvió a mirar el teléfono pero no había mensajes ni llamadas. “¿Qué
estarás haciendo?” quiso saber, el hecho de no poder contestar aquella pregunta
le produjo una punzada… bajó la ventanilla y miró hacia el Guadalquivir. El sol
y aquella conocida brisa reconfortaron al menos por unos instantes su alma.
Pronto la vería.
Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
121
El día
pasó más rápido de lo que esperaban. Sin ganas de salir ni de hacer nada más
que estar juntas, improvisaron comida y cena, y llenaron las horas frente al
televisor una refugiada en la otra. A Maca le hubiera gustado hablar con
Esther, sin embargo cada vez que lo había intentando algo en la mirada de ella
o en su gesto la había contenido, sin darse cuenta que el tiempo se le escapaba
de las manos y que había tantas cosas por zanjar y aclarar. No fue hasta bien
entrada la noche, que los pilotos de urgencia se encendieron en la cabeza de
las dos.
- Es
tarde, deberíamos acostarnos, dentro de unas cuantas horas nos tendremos que
levantar –le recordó Esther mientras el programa que estaban viendo llegaba a
su fin-.
- ¿Qué
hora es? –preguntó Maca. Había estado tan ocupada tratando de retener cada
olor, cada calor, cada detalle de Esther entre sus brazos, que apenas había
prestado atención a aquel televisor que le había servido de aliado para tenerla
a su lado-.
- Las
doce y media –le confirmó Esther mirándose el reloj e incorporándose-.
Tendríamos que salir de aquí no más tarde de las seis si quieres que te de
tiempo a recoger la reserva.
Maca la
miró, no había tiempo, sin embargo el hecho de que Esther aún hablara en plural
en cierta forma la tranquilizaba.
- Sí,
será lo mejor. ¡Venga vamos! –le contestó Maca y se puso de pie tendiéndole una
mano-.
Esther la
siguió callada, sumergida en aquella mezcla de dolor y extraño alivio que
sentía. Desde que aquella llamada había puesto distancia entre ellas, una carga
dentro de sí se había hecho más ligera. ¡Era una cobarde!, se daba cuenta… pero
no encontraba otra forma de poder hacerlo, así que poco a poco se fue
convenciendo de que era lo mejor.
Durante el
cepillado de dientes sus ojos se encontraron en el espejo, clavándose los unos
en los otros con una sensación extraña por lo no dicho. Las dos se agacharon a
la vez para enjuagarse, tratando de esconderse inútilmente. Sin querer, el
chocar en el grifo, las hizo sonreír. Maca le cedió la preferencia y Esther
terminó de enjuagarse y salir del cuarto de aseo. A los pocos minutos Maca la
siguió encontrándola sentada en la cama colocando la hora en el despertador.
- ¿A
qué hora lo pongo? –le preguntó Esther al verla llegar-.
- A
las cinco y media, ¿no? –le sugirió Maca-.
- Como
quieras –contestó Esther esquivándola-.
Al
levantar los ojos, Esther se topó con aquellos otros de color miel que la
esperaban. El silencio se apoderó de las dos, entremezclado con una sensación
de expectación y tristeza. Finalmente Esther se levantó de la cama y se dirigió
hacia el cajón del armario donde tenía su ropa. Maca no dijo nada, sólo la
observaba mientras trataba de reunir las fuerzas para decir lo que llevaba
tiempo queriendo decir. Esther miró el fondo del cajón, aquel que no se había
atrevido a vaciar aun sabiendo que iba a salir corriendo. Cerró los ojos y se
obligó a no pensar, escogió un pijama cualquiera y al sostenerlo entre sus
manos se dio cuenta que volvían a temblarle. Los pasos de Maca resonaron en la
habitación, Esther se giró a mirarla aterrada. No supo cómo, pero algo dentro
de ella le dijo lo que iba a suceder y el corazón se le encogió.
- Esther,
hay algo que necesito decir antes de irme… -aquellas fueron las palabras que
confirmaron su temor-.
La cabeza
de Esther empezó a trabajar frenética, los latidos empezaron a traspasarla
violentamente en aquella espera… “No, no, por favor… no”, pedía con su mirada,
incapaz de que su voz la respaldara.
- El
mes que me otorgaste sé que prácticamente ha finalizado, y sé que no he sido
alguien fácil de entender ni de llevar, que te lo he hecho pasar mal con mis
desmayos y mis silencios… pero quiero que sepas que para mí esto que hemos
tenido ha significado más de lo que te puedo expresar con palabras… para mí ha
sido real.
Las manos
de Maca la alcanzaron tomándola por los hombros, Esther agachó la mirada sabiendo
que el golpe final no había llegado, tratando de controlar aquel torrente de
agua que poco a poco se acercaba cual riada, enérgica e incontrolada.
- Esther
… -la llamó suavemente Maca, cogiéndole el mentón para obligarla a mirar-
Los ojos
de Esther se enrasaron, Maca sabía que no tenía derecho a hacer lo que iba a
hacer, pero no podía dejar de intentarlo e ignoró aquella negación que veía en
ella.
- Me
has devuelto algo que creí que no sería posible… -continuó Maca-. Me has
devuelto la fuerza que di por perdida, y me has dado un camino por el que poder
continuar. Sé que no tengo derecho a hacerte esto, pues los conceptos del
acuerdo siempre fueron claros -Maca tomó aliento y la siguió tomando con
fuerza-, pero es que me resulta insoportable la idea de que pienses que lo yo
te he entregado ha sido algo pasajero… Esther, necesito que sepas lo que
realmente siento por ti.
- ¡Maca!
¡No, por favor!… ¡No lo hagas! -le pidió con un hilo de voz Esther, mientras
una lágrima se le escapaba-.
Por un
segundo la determinación de Maca se paralizó dubitativa ante el quiebro de la
mujer que tenía frente a sí.
- Por
favor… -volvió a suplicar Esther y aquel torrente que contenía se le escapó del
pecho-.
Maca la
estrechó con urgencia, Esther se desplomó en aquellos brazos que no pudieron
sostenerla y la acompañaron despacio hasta el suelo. Las lágrimas de ambas se
entremezclaron en el silencio de aquel dolor compartido.
- No
puedo… lo siento, lo siento… -le repetía Esther entre un llanto desgarrado,
mientras se aferraba a su cuello con fuerza-
- Shhh….
lo sé, cariño… lo sé… -trató de reconfortarla Maca entre lágrimas mientras la
sostenía contra sí sentadas en el suelo y hundía la cara en aquel pelo que era
el mar de su calma-.
- Perdóname…
no es que yo no sienta… -Esther la miró llorosa, tratando de aclararle lo que
ella misma no estaba segura de decir… no estaba preparada-… Maca yo…
- Shhh…
está bien…. –salió a su encuentro Maca cogiéndola de la cara y limpiando con
sus manos aquel rastro salado que había surcado su lindo rostro-… habrá tiempo,
tenemos tiempo.
Esther
quiso creerlo y también trató de borrar las lágrimas de Maca con sus manos. Sus
labios se unieron tan despacio y tan ligeros que la daga fue mortal y las hizo volver
a llorar calladamente. El sentimiento de la pérdida y lo incierto se
materializó en aquel beso de forma insoportable.
- Maca…
-sollozó Esther-.
Maca no
pudo soportar la angustia que se apoderaba de ella, y atrajo fuertemente
aquella boca mojada enganchando a Esther por la nuca. La desesperación
construyó un beso apasionado y anhelante que las dejó sin respiración.
Enzarzadas en aquella lucha entre el dolor y el fuego que sentían, se fueron
desnudando y arrastrando la una a la otra hacia la cama.
Las manos
viajaban por la piel creando marcas imborrables, cada gemido era una entrega
nueva y consciente de lo que existía entre las dos. La suavidad se
entremezclaba con la violencia frenética de retenerse unidas y sus bocas
hablaron de amor en cada beso. Durante horas todo lo que tenían que decir se lo
dijeron con la piel, con miradas que abrasaban e incluso con alguna que otra
lágrima escapada que no pudieron retener.
Aquello
era tan simple como que se habían encontrado y se amaban, tan complicado como
que sus vidas, en cierta forma, ya nos les pertenecían.
122
El coche
de Esther aparcó en doble fila junto a la estación. Apenas habían dormido
tratando de no perder un instante de estar juntas, y el cansancio y aquella rara
sensación de despedida había izado banderas en sus rostros.
- No
me apetece nada irme –pronunció Maca rompiendo aquel silencio entre las dos-.
- Lo
sé –le respondió Esther, acallando aquella voz que nacía únicamente del
sentimiento y le gritaba “yo tampoco quiero que te vayas”-, pero el deber te
reclama, así que céntrate sólo en eso. Has trabajado mucho este mes para que
ahora se eche por tierra el proyecto.
- Tienes
razón … siempre la tienes –añadió Maca girándose a mirarla-.
La mano de
Maca alcanzó un mechón del cabello aún mojado de Esther, se habían duchado tan
precipitadamente que ninguna había podido secárselo, sonrió al recordar la
primera vez que vio su pelo ondulado.
- Anda
ve, o perderás el tren -le dio un empujoncito Esther, incapaz de soportar mucho
más la compostura teniéndola cerca-.
- Sí,
voy -la quiso obedecer Maca, pues no
quería alargar más de lo necesario aquella despedida-.
Maca
estiró el brazo y cogió la chaqueta del asiento trasero. Al volverse a topar
cara a cara con Esther se quedó parada por un momento. Esther la observó y
esperó.
- ¿Puedo
llamarte? –le preguntó Maca, ya algo más insegura por los silencios-.
- Tienes
mi número, ¿no? –le dio como respuesta Esther acariciándole la cara-.
- No
sé cuántos días me llevará, pero imagino que el martes quizá ya esté aquí… ¿te
veré? –le preguntó-.
A Esther
se le revolvieron las tripas ante la pregunta. No quería mentirle, sin embargo…
- Claro…
anda ve –la animó Esther tratando de bromear-, que parece que te vas a la
guerra y sólo vas a casa de tus padres por unos días.
- Jajaj…
es cierto –se serenó Maca tras las respuestas de Esther y aquella sonrisa, que
aunque a medias, le acababa de regalar-. Sólo tengo una última pregunta –le
dijo haciendo una mueca graciosa en su cara-.
- A
ver… dispara –se preparó Esther para sus ocurrencias, pues aquella cara inocente
las acontecía-
- ¿Puedo
besarte antes de irme? –le preguntó mirándola a los ojos-.
A Esther
le cambió la cara de golpe, aquella dulzura de Maca la desarmaba. Se quitó el
cinturón de seguridad y se acercó a ella.
- Tampoco
tienes que pedirme permiso para eso… -le susurró con total sinceridad Esther y
luego la besó.
Maca finalmente
salió del coche viendo que las fuerzas para irse ya estaban casi agotadas.
Esther la miró mientras cerraba la puerta y cruzaba por el paso de cebra rumbo
a la estación, algo dentro de sí empezaba a ahogarla. De pronto Maca se giró, y
salió corriendo de nuevo al vehículo, Esther salió del coche pensando que algo
se le había olvidado como de costumbre. Miró en el asiento de atrás, pero no
había nada y al levantar la vista ya la tenía frente a sí.
- Se
me olvidaba lo más importante… -dijo Maca tomando aliento por la pequeña
carrera-.
A Esther
no le dio tiempo de preguntar qué era, pues Maca la atrajo hasta ella y la
volvió a besar esta vez de forma apasionada. Esther perdió el norte por unos
segundos mientras aquella boca la amaba, al separarse sus ojos apenas tenían
fuerzas para abrirse, sin embargo unas palabras le sirvieron de resorte para
conseguirlo.
- ¡Te
quiero!...
Aquellas
dos palabras retumbaron en el interior de su cuerpo como una onda expansiva,
mientras la imagen de Maca volvía a salir al trote rumbo a la estación sin ya
mirar atrás.
“¿¿Sé
encuentra bien??”… le había preguntado el conserje amablemente cuando la había
observado sentada en el coche en su zona de aparcamiento. “Sí, si… no es nada”
le había contestado Esther, y todo lo opuesto a nada era lo que estaba
sintiendo. Salió del vehículo y se subió al ascensor. Al entrar en el
apartamento encendió la luz pues las cortinas estaban echadas desde hacía días,
pero la claridad del vacío que suponía aquellas paredes la atravesó y volvió a
presionar el interruptor. Todo era tan confuso, tan claro y tan confuso.
Se quitó
los zapatos y arrastró sus pies hasta la cocina. Aquella cocina siempre le
había encantado, gran parte de sus horas libres las pasaba cocinando y sin
embargo… “¿porqué está hueca?” pensó. Miró la estancia, era suya pero la hacía
sentir extraña de repente. Abrió la nevera en busca de algo que beber, al coger
un refresco se tropezó con un cartón de leche, lo cambió por el refresco… cogió
unas tijeras y un vaso, se quedó observando el líquido blanco durante unos
instantes a través del cristal. A ella no le gustaba la leche, sin embargo…
cogió el cartón y bebió un trago directamente del brick. Una lágrima cayó
mojando su mejilla… todo se desmoronaba, otra vez.
--------
El tren
iba a tanta velocidad como aquello que sentía. Miró por enésima vez la pantalla
de su móvil, quería llamarla… necesitaba llamarla, pero no podía, no sabía qué
decir, tenía miedo de las últimas palabras que había pronunciado y sabía que lo
último que necesitaba Esther era más presión. Tenía que darle un poco de
tiempo… estrujó el móvil entre las manos y cerró los ojos, era hora de confiar.
Al llegar
a la estación, Juan, el chófer de la familia, la esperaba.
- Espero
que haya sido agradable el viaje, señorita Wilson –le dijo el afable hombre-.
Sus padres le están esperando en la hacienda de la bodega.
- ¡Hola
Juan! Estupendo, pero ¿podríamos pasar primero por mi casa? –le preguntó Maca-.
- ¡Por
supuesto! –le dijo él-.
- Entonces
vámonos -le contestó Maca siguiéndolo hasta el coche-.
Durante el
trayecto Maca trató de tranquilizar su ánimo, y tenía que reconocer que el aire
de Sevilla lo conseguía. Pensó en cuánto le gustaría que Esther estuviera allí
con ella, volvió a mirar el teléfono pero no había mensajes ni llamadas. “¿Qué
estarás haciendo?” quiso saber, el hecho de no poder contestar aquella pregunta
le produjo una punzada… bajó la ventanilla y miró hacia el Guadalquivir. El sol
y aquella conocida brisa reconfortaron al menos por unos instantes su alma.
Pronto la vería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario