martes, 3 de noviembre de 2015

Pretty Bollo -cap 121 y 122-


Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.


121

El día pasó más rápido de lo que esperaban. Sin ganas de salir ni de hacer nada más que estar juntas, improvisaron comida y cena, y llenaron las horas frente al televisor una refugiada en la otra. A Maca le hubiera gustado hablar con Esther, sin embargo cada vez que lo había intentando algo en la mirada de ella o en su gesto la había contenido, sin darse cuenta que el tiempo se le escapaba de las manos y que había tantas cosas por zanjar y aclarar. No fue hasta bien entrada la noche, que los pilotos de urgencia se encendieron en la cabeza de las dos.

-       Es tarde, deberíamos acostarnos, dentro de unas cuantas horas nos tendremos que levantar –le recordó Esther mientras el programa que estaban viendo llegaba a su fin-.
-       ¿Qué hora es? –preguntó Maca. Había estado tan ocupada tratando de retener cada olor, cada calor, cada detalle de Esther entre sus brazos, que apenas había prestado atención a aquel televisor que le había servido de aliado para tenerla a su lado-.
-       Las doce y media –le confirmó Esther mirándose el reloj e incorporándose-. Tendríamos que salir de aquí no más tarde de las seis si quieres que te de tiempo a recoger la reserva.

Maca la miró, no había tiempo, sin embargo el hecho de que Esther aún hablara en plural en cierta forma la tranquilizaba.

-       Sí, será lo mejor. ¡Venga vamos! –le contestó Maca y se puso de pie tendiéndole una mano-.

Esther la siguió callada, sumergida en aquella mezcla de dolor y extraño alivio que sentía. Desde que aquella llamada había puesto distancia entre ellas, una carga dentro de sí se había hecho más ligera. ¡Era una cobarde!, se daba cuenta… pero no encontraba otra forma de poder hacerlo, así que poco a poco se fue convenciendo de que era lo mejor.

Durante el cepillado de dientes sus ojos se encontraron en el espejo, clavándose los unos en los otros con una sensación extraña por lo no dicho. Las dos se agacharon a la vez para enjuagarse, tratando de esconderse inútilmente. Sin querer, el chocar en el grifo, las hizo sonreír. Maca le cedió la preferencia y Esther terminó de enjuagarse y salir del cuarto de aseo. A los pocos minutos Maca la siguió encontrándola sentada en la cama colocando la hora en el despertador.

-       ¿A qué hora lo pongo? –le preguntó Esther al verla llegar-.
-       A las cinco y media, ¿no? –le sugirió Maca-.
-       Como quieras –contestó Esther esquivándola-.

Al levantar los ojos, Esther se topó con aquellos otros de color miel que la esperaban. El silencio se apoderó de las dos, entremezclado con una sensación de expectación y tristeza. Finalmente Esther se levantó de la cama y se dirigió hacia el cajón del armario donde tenía su ropa. Maca no dijo nada, sólo la observaba mientras trataba de reunir las fuerzas para decir lo que llevaba tiempo queriendo decir. Esther miró el fondo del cajón, aquel que no se había atrevido a vaciar aun sabiendo que iba a salir corriendo. Cerró los ojos y se obligó a no pensar, escogió un pijama cualquiera y al sostenerlo entre sus manos se dio cuenta que volvían a temblarle. Los pasos de Maca resonaron en la habitación, Esther se giró a mirarla aterrada. No supo cómo, pero algo dentro de ella le dijo lo que iba a suceder y el corazón se le encogió.

-       Esther, hay algo que necesito decir antes de irme… -aquellas fueron las palabras que confirmaron su temor-.

La cabeza de Esther empezó a trabajar frenética, los latidos empezaron a traspasarla violentamente en aquella espera… “No, no, por favor… no”, pedía con su mirada, incapaz de que su voz la respaldara.

-       El mes que me otorgaste sé que prácticamente ha finalizado, y sé que no he sido alguien fácil de entender ni de llevar, que te lo he hecho pasar mal con mis desmayos y mis silencios… pero quiero que sepas que para mí esto que hemos tenido ha significado más de lo que te puedo expresar con palabras… para mí ha sido real.

Las manos de Maca la alcanzaron tomándola por los hombros, Esther agachó la mirada sabiendo que el golpe final no había llegado, tratando de controlar aquel torrente de agua que poco a poco se acercaba cual riada, enérgica e incontrolada.

-       Esther … -la llamó suavemente Maca, cogiéndole el mentón para obligarla a mirar-

Los ojos de Esther se enrasaron, Maca sabía que no tenía derecho a hacer lo que iba a hacer, pero no podía dejar de intentarlo e ignoró aquella negación que veía en ella.

-       Me has devuelto algo que creí que no sería posible… -continuó Maca-. Me has devuelto la fuerza que di por perdida, y me has dado un camino por el que poder continuar. Sé que no tengo derecho a hacerte esto, pues los conceptos del acuerdo siempre fueron claros -Maca tomó aliento y la siguió tomando con fuerza-, pero es que me resulta insoportable la idea de que pienses que lo yo te he entregado ha sido algo pasajero… Esther, necesito que sepas lo que realmente siento por ti.
-       ¡Maca! ¡No, por favor!… ¡No lo hagas! -le pidió con un hilo de voz Esther, mientras una lágrima se le escapaba-.

Por un segundo la determinación de Maca se paralizó dubitativa ante el quiebro de la mujer que tenía frente a sí.

-       Por favor… -volvió a suplicar Esther y aquel torrente que contenía se le escapó del pecho-.

Maca la estrechó con urgencia, Esther se desplomó en aquellos brazos que no pudieron sostenerla y la acompañaron despacio hasta el suelo. Las lágrimas de ambas se entremezclaron en el silencio de aquel dolor compartido.

-       No puedo… lo siento, lo siento… -le repetía Esther entre un llanto desgarrado, mientras se aferraba a su cuello con fuerza-
-       Shhh…. lo sé, cariño… lo sé… -trató de reconfortarla Maca entre lágrimas mientras la sostenía contra sí sentadas en el suelo y hundía la cara en aquel pelo que era el mar de su calma-.
-       Perdóname… no es que yo no sienta… -Esther la miró llorosa, tratando de aclararle lo que ella misma no estaba segura de decir… no estaba preparada-… Maca yo…
-       Shhh… está bien…. –salió a su encuentro Maca cogiéndola de la cara y limpiando con sus manos aquel rastro salado que había surcado su lindo rostro-… habrá tiempo, tenemos tiempo.

Esther quiso creerlo y también trató de borrar las lágrimas de Maca con sus manos. Sus labios se unieron tan despacio y tan ligeros que la daga fue mortal y las hizo volver a llorar calladamente. El sentimiento de la pérdida y lo incierto se materializó en aquel beso de forma insoportable.

-       Maca… -sollozó Esther-.

Maca no pudo soportar la angustia que se apoderaba de ella, y atrajo fuertemente aquella boca mojada enganchando a Esther por la nuca. La desesperación construyó un beso apasionado y anhelante que las dejó sin respiración. Enzarzadas en aquella lucha entre el dolor y el fuego que sentían, se fueron desnudando y arrastrando la una a la otra hacia la cama.

Las manos viajaban por la piel creando marcas imborrables, cada gemido era una entrega nueva y consciente de lo que existía entre las dos. La suavidad se entremezclaba con la violencia frenética de retenerse unidas y sus bocas hablaron de amor en cada beso. Durante horas todo lo que tenían que decir se lo dijeron con la piel, con miradas que abrasaban e incluso con alguna que otra lágrima escapada que no pudieron retener.

Aquello era tan simple como que se habían encontrado y se amaban, tan complicado como que sus vidas, en cierta forma, ya nos les pertenecían.

122

El coche de Esther aparcó en doble fila junto a la estación. Apenas habían dormido tratando de no perder un instante de estar juntas, y el cansancio y aquella rara sensación de despedida había izado banderas en sus rostros.

-       No me apetece nada irme –pronunció Maca rompiendo aquel silencio entre las dos-.
-       Lo sé –le respondió Esther, acallando aquella voz que nacía únicamente del sentimiento y le gritaba “yo tampoco quiero que te vayas”-, pero el deber te reclama, así que céntrate sólo en eso. Has trabajado mucho este mes para que ahora se eche por tierra el proyecto.
-       Tienes razón … siempre la tienes –añadió Maca girándose a mirarla-.

La mano de Maca alcanzó un mechón del cabello aún mojado de Esther, se habían duchado tan precipitadamente que ninguna había podido secárselo, sonrió al recordar la primera vez que vio su pelo ondulado.

-       Anda ve, o perderás el tren -le dio un empujoncito Esther, incapaz de soportar mucho más la compostura teniéndola cerca-.
-       Sí, voy  -la quiso obedecer Maca, pues no quería alargar más de lo necesario aquella despedida-.

Maca estiró el brazo y cogió la chaqueta del asiento trasero. Al volverse a topar cara a cara con Esther se quedó parada por un momento. Esther la observó y esperó.

-       ¿Puedo llamarte? –le preguntó Maca, ya algo más insegura por los silencios-.
-       Tienes mi número, ¿no? –le dio como respuesta Esther acariciándole la cara-.
-       No sé cuántos días me llevará, pero imagino que el martes quizá ya esté aquí… ¿te veré? –le preguntó-.

A Esther se le revolvieron las tripas ante la pregunta. No quería mentirle, sin embargo…

-       Claro… anda ve –la animó Esther tratando de bromear-, que parece que te vas a la guerra y sólo vas a casa de tus padres por unos días.
-       Jajaj… es cierto –se serenó Maca tras las respuestas de Esther y aquella sonrisa, que aunque a medias, le acababa de regalar-. Sólo tengo una última pregunta –le dijo haciendo una mueca graciosa en su cara-.
-       A ver… dispara –se preparó Esther para sus ocurrencias, pues aquella cara inocente las acontecía-
-       ¿Puedo besarte antes de irme? –le preguntó mirándola a los ojos-.

A Esther le cambió la cara de golpe, aquella dulzura de Maca la desarmaba. Se quitó el cinturón de seguridad y se acercó a ella.

-       Tampoco tienes que pedirme permiso para eso… -le susurró con total sinceridad Esther y luego la besó.

Maca finalmente salió del coche viendo que las fuerzas para irse ya estaban casi agotadas. Esther la miró mientras cerraba la puerta y cruzaba por el paso de cebra rumbo a la estación, algo dentro de sí empezaba a ahogarla. De pronto Maca se giró, y salió corriendo de nuevo al vehículo, Esther salió del coche pensando que algo se le había olvidado como de costumbre. Miró en el asiento de atrás, pero no había nada y al levantar la vista ya la tenía frente a sí.

-       Se me olvidaba lo más importante… -dijo Maca tomando aliento por la pequeña carrera-.

A Esther no le dio tiempo de preguntar qué era, pues Maca la atrajo hasta ella y la volvió a besar esta vez de forma apasionada. Esther perdió el norte por unos segundos mientras aquella boca la amaba, al separarse sus ojos apenas tenían fuerzas para abrirse, sin embargo unas palabras le sirvieron de resorte para conseguirlo.

-       ¡Te quiero!...

Aquellas dos palabras retumbaron en el interior de su cuerpo como una onda expansiva, mientras la imagen de Maca volvía a salir al trote rumbo a la estación sin ya mirar atrás.


“¿¿Sé encuentra bien??”… le había preguntado el conserje amablemente cuando la había observado sentada en el coche en su zona de aparcamiento. “Sí, si… no es nada” le había contestado Esther, y todo lo opuesto a nada era lo que estaba sintiendo. Salió del vehículo y se subió al ascensor. Al entrar en el apartamento encendió la luz pues las cortinas estaban echadas desde hacía días, pero la claridad del vacío que suponía aquellas paredes la atravesó y volvió a presionar el interruptor. Todo era tan confuso, tan claro y tan confuso.

Se quitó los zapatos y arrastró sus pies hasta la cocina. Aquella cocina siempre le había encantado, gran parte de sus horas libres las pasaba cocinando y sin embargo… “¿porqué está hueca?” pensó. Miró la estancia, era suya pero la hacía sentir extraña de repente. Abrió la nevera en busca de algo que beber, al coger un refresco se tropezó con un cartón de leche, lo cambió por el refresco… cogió unas tijeras y un vaso, se quedó observando el líquido blanco durante unos instantes a través del cristal. A ella no le gustaba la leche, sin embargo… cogió el cartón y bebió un trago directamente del brick. Una lágrima cayó mojando su mejilla… todo se desmoronaba, otra vez.

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El tren iba a tanta velocidad como aquello que sentía. Miró por enésima vez la pantalla de su móvil, quería llamarla… necesitaba llamarla, pero no podía, no sabía qué decir, tenía miedo de las últimas palabras que había pronunciado y sabía que lo último que necesitaba Esther era más presión. Tenía que darle un poco de tiempo… estrujó el móvil entre las manos y cerró los ojos, era hora de confiar.

Al llegar a la estación, Juan, el chófer de la familia, la esperaba.

-       Espero que haya sido agradable el viaje, señorita Wilson –le dijo el afable hombre-. Sus padres le están esperando en la hacienda de la bodega.
-       ¡Hola Juan! Estupendo, pero ¿podríamos pasar primero por mi casa? –le preguntó Maca-.
-       ¡Por supuesto! –le dijo él-.
-       Entonces vámonos -le contestó Maca siguiéndolo hasta el coche-.

Durante el trayecto Maca trató de tranquilizar su ánimo, y tenía que reconocer que el aire de Sevilla lo conseguía. Pensó en cuánto le gustaría que Esther estuviera allí con ella, volvió a mirar el teléfono pero no había mensajes ni llamadas. “¿Qué estarás haciendo?” quiso saber, el hecho de no poder contestar aquella pregunta le produjo una punzada… bajó la ventanilla y miró hacia el Guadalquivir. El sol y aquella conocida brisa reconfortaron al menos por unos instantes su alma. Pronto la vería.

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