Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
113
A pesar de
haber dormido poco, la necesidad de saborear el tener a Esther desnuda junto a
ella hizo que Maca se despertara a las pocas horas de haberse rendido al sueño.
Esther sin embargo yacía inerte entre sus brazos cual ángel que hubiera perdido
sus alas. Maca le acarició el cabello, contempló aquel rostro sereno y le
pareció estar viviendo un sueño. Besó su cabeza, luego su cara… Esther hizo un
sonido encantador de refunfuño y a Maca se le cayó la baba queriendo estrujarla
como a un osito de peluche pero se contuvo recordando lo agridulce de aquellas
lágrimas que habían enturbiado el rostro de Esther antes de arrastrarse
mutuamente a la pasión y el desenfreno. Por
un segundo aquel llanto y aquel momento desesperado de Esther se manifestó
nítido en su cabeza. El corazón volvió a agitarse ante su dolor, pero a la vez
algo de luz se instauraba en él. Quizá aquel llanto le abriría las puertas de
una esperanza, pues Esther parecía estar luchando con algo y tímidamente
esperaba ser un factor de aquella lucha.
El sol
empezó a colarse por la ventana entrecerrada. Maca sintió como poco a poco el
calor del cuerpo de Esther sobre el suyo empezó a excitarla. Una sonrisa traviesa
se dibujó en su rostro y se dijo que era hora de despertarla, acarició con
sensualidad la extensión de la desnudez de aquella mujer, y su cuerpo se
apretujó contra el de ella encontrando la forma de acoplar. Esther refunfuñó
por el movimiento, pero no fue hasta sentir la humedad de los labios de Maca
insistir sobre los suyos que no tuvo conciencia de dónde estaba ni lo que
pasaba. Con una sonrisa, trató de abrir los ojos, aunque le pesaban agotados…
- ¿Ya
no tienes sueño? –le preguntó haciendo un gran esfuerzo-.
Maca la
besó en los labios como respuesta, y Esther sintió su humedad al instante,
estaba claro que aquello era un rotundo no.
- ¿Y
tú? –le preguntó Maca dándole un poco de tregua para que terminara de
despertar-.
- Mmmm…
no sé, aun lo tengo que pensar -se hizo la dubitativa Esther con una sonrisa,
el sexo con aquella mujer ya sin miedos, había sido todo un descubrimiento y sólo
de recordarlo su ánimo parecía incansable-.
- Bueno,
puede que esto te ayude a decidirte –le susurró Maca y le mordisqueó el labio
para luego apartarse-.
Aquel
juego inacabado, empezó a despertar un cosquilleo creciente en el cuerpo de
Esther, la cual se vio tratando de atrapar la boca de Maca.
- Aggrrrr…
te vas a enterar –gruñó Esther-.
Maca se
rió de ver a Esther de pronto tan despierta, pero ésta aprovechó su risa para
subirse sobre ella y encajar el muslo entre los de Maca. Al golpe de su cadera
Maca se calló en el acto teniendo que respirar. A Esther se le hizo la boca
agua, Maca era tan sexual que apenas necesitaba de nada para estar a punto… ¡Le encantaba!
- Ya
no te veo tan valiente -le pinchó Esther a escasos centímetros de su boca-.
Maca
repasó con sus ojos aquella boca roja que la llamaba, luego los clavó oscuros
en los de Esther para poder añadir…
- ¿Y
quién quiere hacerse la valiente, si la derrota es tenerte a ti?
A Esther
ya no le dio tiempo a nada más que a sentir como Maca se alzaba y atrapaba de
improvisto la boca entreabierta que había dejado con sus palabras. Tras media
hora de calor, saliva, gotas de sudor y fluidos… las dos volvieron a mirarse de
frente mientras trataban de calmar sus respiraciones una en brazos de la otra.
- Tengo
un hambre que te cagas -dijo de pronto Esther con Maca sobre su pecho-.
- Pues
mejor no te digo yo lo que tengo -contestó Maca empezando a besar el vientre de
Esther-.
- Jajajaja…
¿tú qué quieres, matarme? –le preguntó entre risas Esther cuando notó que la
lengua de Maca empezaba a dar trazos largos sobre su estómago dejando pequeños
mordiscos de vez en cuando-.
- Mmm…
en verdad sólo comerte –le dijo Maca poniéndose sobre ella, y atrapando con los
labios un pezón de Esther-.
- Jajajaja…
Diossssss… -reaccionó Esther cogiéndole la cara entre las manos para que la
liberara-…¡Me vas a matar! … y en serio que me muero de hambre.
- Bueno,
pues en ese caso creo que tendré que hacerme cargo primero de tu apetito -dijo
Maca con una encantadora sonrisa, y se levantó de la cama-.
Esther se
quedó mirando aquella figura esbelta que trataba de encontrar algo que ponerse
para bajar a la cocina, el sólo hecho de mirar su desnudez provocaba en su
interior un rugido inexplicable y eso, era otra de las muchas novedades que
experimentaba con Maca y que con otras clientes jamás le había sucedido.
- ¡Es
una pena! –dijo de pronto Maca y se le quedó mirando con picardía mientras
encontraba una camiseta que ponerse-.
- ¿El
qué es una pena? –picó Esther pues sabía que algo tramaba… la sonrisa de Maca
se le contagió con malicia-.
- ¡Qué
esté tan desentrenada! Nadie me había cambiado antes por un desayuno, creo que
mis armas de seducción están desengrasadas –le dijo Maca mientras se ponía unas
bragas y terminaba de colocarse la camiseta-. ¡Una pena!
Los
pezones de Maca marcándose bajo la camiseta de manga corta acapararon toda la
atención de Esther, que recordó al instante los gemidos que salían de aquella
mujer cuando entregada se rompía con ellos en boca ajena, un escalofrío le
recorrió la espalda de pronto… “Por Diosssss…. ¿Qué me hace? ¡Me tiene como una
burra!”, pensó para sí Esther, pero sin quererlo ya evitar saltó también de la
cama y se acercó a Maca mientras ésta trataba de encontrar las zapatillas.
- ¡De
desentrenada nada, que me llevas enferma todo el día! –le susurró Esther
cogiendo aquel culo perfecto entre sus manos, acercando a Maca contra sí-.
- Jajajaja…
¿ah sí? Pues menos mal, porque pensé que sólo me pasaba a mí –le dijo Maca
pasándole los brazos por el cuello y dejándose estrujar antes de que ambas
terminaran envueltas en un beso tórrido que las hizo regresar de nuevo a la
cama-.
114
El rugido
de las tripas de Esther fue al final la campana de compasión que acabó con las
horas de cama de las dos protagonistas. Maca salió disparada hacia la cocina en
busca de víveres, y Esther aprovechó para ir al baño a refrescarse. Tras
estirar de la cadena del baño, se paró frente al espejo para lavarse las manos
y al alzar los ojos se topó con una gran sorpresa.
- Ohhhh…
mierdaaaaaaaaa…. –dijo Esther mientras se apresuraba a apartarse el pelo del
cuello y contemplaba un par de chupetones enormes que empezaban a enrojecer y a
enrojecer-. ¡Joder, lo que no dejé que me hicieran a los quince años, me los
hacen ahora y sin darme cuenta!
Esther
quiso enfadarse, pero no pudo recordando como ella misma había aprisionado la
cabeza de Maca contra su yugular en pleno frenesí por sentir aquellos labios,
aquella lengua… aquellos dientes blancos y perfectos que la mataban en cada
sonrisa.
- ¡Qué
fuerte! … -se dijo a sí misma y una sonrisa tímida se le dibujó en los ojos
mientras se miraba de cerca la mala cara que aquellos moratones iban a presentar
a lo largo del día- ¡Si es que me tiene burra, está clarísimo!.. jajaj.. Mejor
me pego una ducha, porque sino a ver como aguanto yo a esta yegua desbocada.
Y Esther
se metió en la bañera para tratar de dar un poco de paz a sus músculos
doloridos por la batalla.
----
El
avisador del microondas sonó, Maca sacó las dos tazas -una con café, la otra
con leche- y las puso junto a un par de vasos con zumo, unas galletas, unos
bollos de chocolate que había encontrado, y una flor que había cortado del
jardín para Esther. Lo repasó todo en la bandeja, y subió hasta la habitación.
Al entrar vio que Esther no se había molestado en rehacer la cama, lo cual le
pareció una magnifica señal, escuchó el sonido del agua y supo que se estaba
duchando, así que colocó la bandeja en una de las mesitas, abrió un poco para
ventilar la habitación y acomodó la ropa de cama que estaba hecha girones. Se
apartó y contempló la imagen, satisfecha cogió unas cuantas galletas y entró en
el baño.
- Servicio
de habitaciones -anunció Maca risueña, mientras se zampaba una galleta-.
- Ehhhhh…
¿qué estás comiendo? –le preguntó acusadoramente Esther tras escuchar aquel
sonido crujiente-.
- Jajaja…
una galleta, ¿por qué? ¿es que quieres? –se rió Maca y le enseñó una galleta
juguetonamente en una mano, mientras ella terminaba de comerse la suya-.
- Pues
claro que quiero, estoy muerta de ham… bre… -empezó a decir Esther, pero casi
se quedó muda cuando Maca sin quitarse ni la camiseta ni las bragas se metió
directa en la bañera- ¡Estás como una cabra!
Le dijo
Esther y una sonrisa visceral empezó a dibujarse en su cara, ante una Maca
empapada y radiante, que sostenía una galleta a salvo del agua.
- Bueno,
estaré como una cabra, pero soy la que mantiene seca y a salvo tu galleta, así
que… ¿qué me das a cambio de dártela? –la retó Maca tras echarse el pelo mojado
hacia atrás, y conducir a Esther un paso para atrás a fin de que no cayera el
agua sobre ellas y poder hablar-.
Esther
sintió como sus sentidos volvían a ponerse febriles ante aquella mujer. Si la dulzura
de Maca le traspasaba el corazón, aquella travesura suya la ponía del revés y
le encendía la sangre hasta la ebullición. Jamás hubiera pensado que aquel
estado fuera posible, y es que sentir que con aquella mujer el deseo y los
afectos no tenían límites, le estaba quitando completamente la razón.
- ¿Y
bueno? –volvió a preguntar Maca lanzando una mirada lasciva a los labios de
Esther.
Esther le
aguantó la mirada, notando como cada vez el agua le parecía más caliente y el
pulso se le aceleraba. “Esto es una locura… lo que me hace es una locura” pensó
para sí.
- Bueno,
si no te decides, me la como yo… -dijo Maca y se dispuso a comerse la galleta-.
Entonces
ocurrió, Esther atrapó el brazo de Maca parándolo a mitad de camino. Maca se
giró sonriente para mirar a Esther, y al ver en su rostro de nuevo la pasión un
escalofrío de emoción la recorrió.
- Creo,
que la tuya ya te la has comido -le dijo Esther con la voz algo oscurecida-
Y sin
apartar los ojos de Maca, condujo la mano de ésta hacia su boca… Esther mordió
la galleta, Maca se quedó tonta mirando como se la comía, hasta que tras
terminar el último bocado, Esther se quedó con la mano de Maca entre las suyas,
la miró y comenzó a besar su palma, sus dedos… la imagen sensual de Esther con
los ojos cerrados besando cada centímetro de su mano, la excitó de inmediato,
pero no fue hasta sentir la humedad de su boca chupando su dedo corazón que las
piernas no le fallaron…
- Ohhh…
Dios… -gimió Maca y se sujetó con la otra mano en los baldosines-.
A Esther
se le dibujó una sonrisa malvada en el pecho tras escuchar aquella victoria.
Liberó el dedo de Maca y con travesura le dijo…
- Bueno,
estaba muy rica la galleta pero creo que ya se terminó -le dijo Esther seria y
le dio la espalda a Maca simulando que prefería seguir duchándose-.
Maca sintió
como su cuerpo se quebraba en dos con aquel “stop” frío e inesperado. Por un
momento su cabeza dio vueltas como si reviviera un hecho pasado, sus fuerzas
flaquearon. Tomó aire y repasó la espalda desnuda de Esther con la mirada
tratando de poner orden en aquel caos que ese juego lascivo había provocado en
ella. De pronto recordó el fuego en los ojos de Esther y una luz volvió a darle
cobijo… supo con certeza cristalina que en esta ocasión estaba frente a una
igual, que Esther no era Azucena con sus juegos depravados de control en los
que disfrutaba llevándola a un límite cada vez mayor para luego castigarla sin
saciar lo provocado. Supo que con ella, jamás se sentiría incomprendida ni
sola.
Esther
esperó, Maca empezaba a tardar demasiado en mover su ficha en aquel tablero, se
empezó a preocupar. Justo antes de que se girara para ver qué pasaba, volvió a sentir
aquella boca sobre su hombro, aquel pecho contra su espalda, aquellos brazos
rodeándole la cintura…
- Por
un momento, me perdí… y tuve miedo –le dijo de pronto Maca abrazándola con
fuerza-.
Esther se
estremeció, se volvió para mirarla lentamente y vio que en los ojos de Maca
algo se había teñido de pronto.
- ¿Qué
ocurre? –le preguntó, la angustia por sentir su velo de tristeza era mayor que
la de su deseo sin lugar a dudas-.
- Ella
solía tratarme así… -dijo Maca con amargura y cierta vergüenza-.
- ¿Así
cómo? Maca no te entiendo.. ¿qué pasa? –insistió Esther ya preocupada por el
temor que veía en los ojos de aquella mujer-.
Maca se
abrazó a ella, le daba aún mucha vergüenza su pasado y ante Esther se sentía
más desnuda de lo que jamás podría reconocerle a nadie. Esther le sostuvo el
abrazo, esperando a que aquellas nubes pasaran de largo, besándole la cara y
acariciando aquella espalda de camiseta mojada que ya no despertaba su deseo
sino su necesidad de protegerla.
- Azucena
solía excitarme hasta el límite para luego golpearme con su frialdad. Disfrutaba
de aquel rol de poder, y por un momento, cuando te giraste y me diste la espalda…
algo en mí se confundió, pero no, eres tú, eres tú… -le dijo Maca sumergida en
su piel, aferrándose como loca a su cuerpo para no dejarla marchar-… tú nunca
harías algo así. Perdona… perdóname.
Esther
comprendió todo en un segundo, la ira por querer arrancarle el pelo de cuajo a
la zorra de Azucena se arremolinó en su interior, entremezclándose con aquella
necesidad imperiosa de cuidar y colmar de ternuras a la mujer que tenía entre
sus brazos. Finalmente, Maca ganó en aquel duelo de sentimientos y Esther
empezó a besarla en la cara y a estrecharla con fuerza.
- No
tengo nada que perdonarte, y sí, yo nunca te haría es… así que olvídalo cariño,
no dejes que esa zorra vuelva a influir en tu vida, ¿vale? –le dijo Esther y
Maca la miró y asintió con la cabeza-. ¡Esta es mi chica! Vamos a secarnos y
así desayunamos más galletas de esas, ¿quieres?
- No
–dijo de pronto Maca cogiéndola de la mano en cuanto vio que Esther se separaba
de ella-.
- ¿No?
–preguntó extrañada Esther, pero la miró y esperó a que hablara-.
Maca se
puso roja de repente ante los ojos de Esther, sabía que la magia había sido
rota por aquel momento de duda que había tenido, pero ese hecho no había
aplacado aún al estado de su cuerpo. Esther observó su rubor, su mirada
esquiva, y entonces comprendió, que aunque aquella mujer ya no se fuera
desmayando o le fuera subiendo la fiebre, seguía siendo la misma persona que
necesitaba de tiempo para reequilibrarse cuando la excitación la inundaba y no
encontraba salida de escapatoria.
- Quiero
decir, que mejor ve saliendo tú, yo me quedo un poco –dijo finalmente Maca
todavía sin ser capaz de mirarla mucho tiempo a la cara-.
Una
sonrisa dulce y de comprensión se posó en el rostro de Esther. Estaba claro que
Maca no le diría ni le pediría nunca, lo que ahora mismo le sucedía y
necesitaba. Se acercó hasta ella, y le levantó el mentón con una mano. Maca la
miró a los ojos, y se quedó paralizada por el “¿amor?”, que creyó ver en ellos,
pero fue un breve instante, apenas medio minuto, antes de que Esther volviera a
besarla y con dulzura extrema volviera a inundar su cuerpo de aquella sensación
furtiva que terminó por hacerlas correrse una en manos de la otra.
Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
113
A pesar de
haber dormido poco, la necesidad de saborear el tener a Esther desnuda junto a
ella hizo que Maca se despertara a las pocas horas de haberse rendido al sueño.
Esther sin embargo yacía inerte entre sus brazos cual ángel que hubiera perdido
sus alas. Maca le acarició el cabello, contempló aquel rostro sereno y le
pareció estar viviendo un sueño. Besó su cabeza, luego su cara… Esther hizo un
sonido encantador de refunfuño y a Maca se le cayó la baba queriendo estrujarla
como a un osito de peluche pero se contuvo recordando lo agridulce de aquellas
lágrimas que habían enturbiado el rostro de Esther antes de arrastrarse
mutuamente a la pasión y el desenfreno. Por
un segundo aquel llanto y aquel momento desesperado de Esther se manifestó
nítido en su cabeza. El corazón volvió a agitarse ante su dolor, pero a la vez
algo de luz se instauraba en él. Quizá aquel llanto le abriría las puertas de
una esperanza, pues Esther parecía estar luchando con algo y tímidamente
esperaba ser un factor de aquella lucha.
El sol
empezó a colarse por la ventana entrecerrada. Maca sintió como poco a poco el
calor del cuerpo de Esther sobre el suyo empezó a excitarla. Una sonrisa traviesa
se dibujó en su rostro y se dijo que era hora de despertarla, acarició con
sensualidad la extensión de la desnudez de aquella mujer, y su cuerpo se
apretujó contra el de ella encontrando la forma de acoplar. Esther refunfuñó
por el movimiento, pero no fue hasta sentir la humedad de los labios de Maca
insistir sobre los suyos que no tuvo conciencia de dónde estaba ni lo que
pasaba. Con una sonrisa, trató de abrir los ojos, aunque le pesaban agotados…
- ¿Ya
no tienes sueño? –le preguntó haciendo un gran esfuerzo-.
Maca la
besó en los labios como respuesta, y Esther sintió su humedad al instante,
estaba claro que aquello era un rotundo no.
- ¿Y
tú? –le preguntó Maca dándole un poco de tregua para que terminara de
despertar-.
- Mmmm…
no sé, aun lo tengo que pensar -se hizo la dubitativa Esther con una sonrisa,
el sexo con aquella mujer ya sin miedos, había sido todo un descubrimiento y sólo
de recordarlo su ánimo parecía incansable-.
- Bueno,
puede que esto te ayude a decidirte –le susurró Maca y le mordisqueó el labio
para luego apartarse-.
Aquel
juego inacabado, empezó a despertar un cosquilleo creciente en el cuerpo de
Esther, la cual se vio tratando de atrapar la boca de Maca.
- Aggrrrr…
te vas a enterar –gruñó Esther-.
Maca se
rió de ver a Esther de pronto tan despierta, pero ésta aprovechó su risa para
subirse sobre ella y encajar el muslo entre los de Maca. Al golpe de su cadera
Maca se calló en el acto teniendo que respirar. A Esther se le hizo la boca
agua, Maca era tan sexual que apenas necesitaba de nada para estar a punto… ¡Le encantaba!
- Ya
no te veo tan valiente -le pinchó Esther a escasos centímetros de su boca-.
Maca
repasó con sus ojos aquella boca roja que la llamaba, luego los clavó oscuros
en los de Esther para poder añadir…
- ¿Y
quién quiere hacerse la valiente, si la derrota es tenerte a ti?
A Esther
ya no le dio tiempo a nada más que a sentir como Maca se alzaba y atrapaba de
improvisto la boca entreabierta que había dejado con sus palabras. Tras media
hora de calor, saliva, gotas de sudor y fluidos… las dos volvieron a mirarse de
frente mientras trataban de calmar sus respiraciones una en brazos de la otra.
- Tengo
un hambre que te cagas -dijo de pronto Esther con Maca sobre su pecho-.
- Pues
mejor no te digo yo lo que tengo -contestó Maca empezando a besar el vientre de
Esther-.
- Jajajaja…
¿tú qué quieres, matarme? –le preguntó entre risas Esther cuando notó que la
lengua de Maca empezaba a dar trazos largos sobre su estómago dejando pequeños
mordiscos de vez en cuando-.
- Mmm…
en verdad sólo comerte –le dijo Maca poniéndose sobre ella, y atrapando con los
labios un pezón de Esther-.
- Jajajaja…
Diossssss… -reaccionó Esther cogiéndole la cara entre las manos para que la
liberara-…¡Me vas a matar! … y en serio que me muero de hambre.
- Bueno,
pues en ese caso creo que tendré que hacerme cargo primero de tu apetito -dijo
Maca con una encantadora sonrisa, y se levantó de la cama-.
Esther se
quedó mirando aquella figura esbelta que trataba de encontrar algo que ponerse
para bajar a la cocina, el sólo hecho de mirar su desnudez provocaba en su
interior un rugido inexplicable y eso, era otra de las muchas novedades que
experimentaba con Maca y que con otras clientes jamás le había sucedido.
- ¡Es
una pena! –dijo de pronto Maca y se le quedó mirando con picardía mientras
encontraba una camiseta que ponerse-.
- ¿El
qué es una pena? –picó Esther pues sabía que algo tramaba… la sonrisa de Maca
se le contagió con malicia-.
- ¡Qué
esté tan desentrenada! Nadie me había cambiado antes por un desayuno, creo que
mis armas de seducción están desengrasadas –le dijo Maca mientras se ponía unas
bragas y terminaba de colocarse la camiseta-. ¡Una pena!
Los
pezones de Maca marcándose bajo la camiseta de manga corta acapararon toda la
atención de Esther, que recordó al instante los gemidos que salían de aquella
mujer cuando entregada se rompía con ellos en boca ajena, un escalofrío le
recorrió la espalda de pronto… “Por Diosssss…. ¿Qué me hace? ¡Me tiene como una
burra!”, pensó para sí Esther, pero sin quererlo ya evitar saltó también de la
cama y se acercó a Maca mientras ésta trataba de encontrar las zapatillas.
- ¡De
desentrenada nada, que me llevas enferma todo el día! –le susurró Esther
cogiendo aquel culo perfecto entre sus manos, acercando a Maca contra sí-.
- Jajajaja…
¿ah sí? Pues menos mal, porque pensé que sólo me pasaba a mí –le dijo Maca
pasándole los brazos por el cuello y dejándose estrujar antes de que ambas
terminaran envueltas en un beso tórrido que las hizo regresar de nuevo a la
cama-.
114
El rugido
de las tripas de Esther fue al final la campana de compasión que acabó con las
horas de cama de las dos protagonistas. Maca salió disparada hacia la cocina en
busca de víveres, y Esther aprovechó para ir al baño a refrescarse. Tras
estirar de la cadena del baño, se paró frente al espejo para lavarse las manos
y al alzar los ojos se topó con una gran sorpresa.
- Ohhhh…
mierdaaaaaaaaa…. –dijo Esther mientras se apresuraba a apartarse el pelo del
cuello y contemplaba un par de chupetones enormes que empezaban a enrojecer y a
enrojecer-. ¡Joder, lo que no dejé que me hicieran a los quince años, me los
hacen ahora y sin darme cuenta!
Esther
quiso enfadarse, pero no pudo recordando como ella misma había aprisionado la
cabeza de Maca contra su yugular en pleno frenesí por sentir aquellos labios,
aquella lengua… aquellos dientes blancos y perfectos que la mataban en cada
sonrisa.
- ¡Qué
fuerte! … -se dijo a sí misma y una sonrisa tímida se le dibujó en los ojos
mientras se miraba de cerca la mala cara que aquellos moratones iban a presentar
a lo largo del día- ¡Si es que me tiene burra, está clarísimo!.. jajaj.. Mejor
me pego una ducha, porque sino a ver como aguanto yo a esta yegua desbocada.
Y Esther
se metió en la bañera para tratar de dar un poco de paz a sus músculos
doloridos por la batalla.
----
El
avisador del microondas sonó, Maca sacó las dos tazas -una con café, la otra
con leche- y las puso junto a un par de vasos con zumo, unas galletas, unos
bollos de chocolate que había encontrado, y una flor que había cortado del
jardín para Esther. Lo repasó todo en la bandeja, y subió hasta la habitación.
Al entrar vio que Esther no se había molestado en rehacer la cama, lo cual le
pareció una magnifica señal, escuchó el sonido del agua y supo que se estaba
duchando, así que colocó la bandeja en una de las mesitas, abrió un poco para
ventilar la habitación y acomodó la ropa de cama que estaba hecha girones. Se
apartó y contempló la imagen, satisfecha cogió unas cuantas galletas y entró en
el baño.
- Servicio
de habitaciones -anunció Maca risueña, mientras se zampaba una galleta-.
- Ehhhhh…
¿qué estás comiendo? –le preguntó acusadoramente Esther tras escuchar aquel
sonido crujiente-.
- Jajaja…
una galleta, ¿por qué? ¿es que quieres? –se rió Maca y le enseñó una galleta
juguetonamente en una mano, mientras ella terminaba de comerse la suya-.
- Pues
claro que quiero, estoy muerta de ham… bre… -empezó a decir Esther, pero casi
se quedó muda cuando Maca sin quitarse ni la camiseta ni las bragas se metió
directa en la bañera- ¡Estás como una cabra!
Le dijo
Esther y una sonrisa visceral empezó a dibujarse en su cara, ante una Maca
empapada y radiante, que sostenía una galleta a salvo del agua.
- Bueno,
estaré como una cabra, pero soy la que mantiene seca y a salvo tu galleta, así
que… ¿qué me das a cambio de dártela? –la retó Maca tras echarse el pelo mojado
hacia atrás, y conducir a Esther un paso para atrás a fin de que no cayera el
agua sobre ellas y poder hablar-.
Esther
sintió como sus sentidos volvían a ponerse febriles ante aquella mujer. Si la dulzura
de Maca le traspasaba el corazón, aquella travesura suya la ponía del revés y
le encendía la sangre hasta la ebullición. Jamás hubiera pensado que aquel
estado fuera posible, y es que sentir que con aquella mujer el deseo y los
afectos no tenían límites, le estaba quitando completamente la razón.
- ¿Y
bueno? –volvió a preguntar Maca lanzando una mirada lasciva a los labios de
Esther.
Esther le
aguantó la mirada, notando como cada vez el agua le parecía más caliente y el
pulso se le aceleraba. “Esto es una locura… lo que me hace es una locura” pensó
para sí.
- Bueno,
si no te decides, me la como yo… -dijo Maca y se dispuso a comerse la galleta-.
Entonces
ocurrió, Esther atrapó el brazo de Maca parándolo a mitad de camino. Maca se
giró sonriente para mirar a Esther, y al ver en su rostro de nuevo la pasión un
escalofrío de emoción la recorrió.
- Creo,
que la tuya ya te la has comido -le dijo Esther con la voz algo oscurecida-
Y sin
apartar los ojos de Maca, condujo la mano de ésta hacia su boca… Esther mordió
la galleta, Maca se quedó tonta mirando como se la comía, hasta que tras
terminar el último bocado, Esther se quedó con la mano de Maca entre las suyas,
la miró y comenzó a besar su palma, sus dedos… la imagen sensual de Esther con
los ojos cerrados besando cada centímetro de su mano, la excitó de inmediato,
pero no fue hasta sentir la humedad de su boca chupando su dedo corazón que las
piernas no le fallaron…
- Ohhh…
Dios… -gimió Maca y se sujetó con la otra mano en los baldosines-.
A Esther
se le dibujó una sonrisa malvada en el pecho tras escuchar aquella victoria.
Liberó el dedo de Maca y con travesura le dijo…
- Bueno,
estaba muy rica la galleta pero creo que ya se terminó -le dijo Esther seria y
le dio la espalda a Maca simulando que prefería seguir duchándose-.
Maca sintió
como su cuerpo se quebraba en dos con aquel “stop” frío e inesperado. Por un
momento su cabeza dio vueltas como si reviviera un hecho pasado, sus fuerzas
flaquearon. Tomó aire y repasó la espalda desnuda de Esther con la mirada
tratando de poner orden en aquel caos que ese juego lascivo había provocado en
ella. De pronto recordó el fuego en los ojos de Esther y una luz volvió a darle
cobijo… supo con certeza cristalina que en esta ocasión estaba frente a una
igual, que Esther no era Azucena con sus juegos depravados de control en los
que disfrutaba llevándola a un límite cada vez mayor para luego castigarla sin
saciar lo provocado. Supo que con ella, jamás se sentiría incomprendida ni
sola.
Esther
esperó, Maca empezaba a tardar demasiado en mover su ficha en aquel tablero, se
empezó a preocupar. Justo antes de que se girara para ver qué pasaba, volvió a sentir
aquella boca sobre su hombro, aquel pecho contra su espalda, aquellos brazos
rodeándole la cintura…
- Por
un momento, me perdí… y tuve miedo –le dijo de pronto Maca abrazándola con
fuerza-.
Esther se
estremeció, se volvió para mirarla lentamente y vio que en los ojos de Maca
algo se había teñido de pronto.
- ¿Qué
ocurre? –le preguntó, la angustia por sentir su velo de tristeza era mayor que
la de su deseo sin lugar a dudas-.
- Ella
solía tratarme así… -dijo Maca con amargura y cierta vergüenza-.
- ¿Así
cómo? Maca no te entiendo.. ¿qué pasa? –insistió Esther ya preocupada por el
temor que veía en los ojos de aquella mujer-.
Maca se
abrazó a ella, le daba aún mucha vergüenza su pasado y ante Esther se sentía
más desnuda de lo que jamás podría reconocerle a nadie. Esther le sostuvo el
abrazo, esperando a que aquellas nubes pasaran de largo, besándole la cara y
acariciando aquella espalda de camiseta mojada que ya no despertaba su deseo
sino su necesidad de protegerla.
- Azucena
solía excitarme hasta el límite para luego golpearme con su frialdad. Disfrutaba
de aquel rol de poder, y por un momento, cuando te giraste y me diste la espalda…
algo en mí se confundió, pero no, eres tú, eres tú… -le dijo Maca sumergida en
su piel, aferrándose como loca a su cuerpo para no dejarla marchar-… tú nunca
harías algo así. Perdona… perdóname.
Esther
comprendió todo en un segundo, la ira por querer arrancarle el pelo de cuajo a
la zorra de Azucena se arremolinó en su interior, entremezclándose con aquella
necesidad imperiosa de cuidar y colmar de ternuras a la mujer que tenía entre
sus brazos. Finalmente, Maca ganó en aquel duelo de sentimientos y Esther
empezó a besarla en la cara y a estrecharla con fuerza.
- No
tengo nada que perdonarte, y sí, yo nunca te haría es… así que olvídalo cariño,
no dejes que esa zorra vuelva a influir en tu vida, ¿vale? –le dijo Esther y
Maca la miró y asintió con la cabeza-. ¡Esta es mi chica! Vamos a secarnos y
así desayunamos más galletas de esas, ¿quieres?
- No
–dijo de pronto Maca cogiéndola de la mano en cuanto vio que Esther se separaba
de ella-.
- ¿No?
–preguntó extrañada Esther, pero la miró y esperó a que hablara-.
Maca se
puso roja de repente ante los ojos de Esther, sabía que la magia había sido
rota por aquel momento de duda que había tenido, pero ese hecho no había
aplacado aún al estado de su cuerpo. Esther observó su rubor, su mirada
esquiva, y entonces comprendió, que aunque aquella mujer ya no se fuera
desmayando o le fuera subiendo la fiebre, seguía siendo la misma persona que
necesitaba de tiempo para reequilibrarse cuando la excitación la inundaba y no
encontraba salida de escapatoria.
- Quiero
decir, que mejor ve saliendo tú, yo me quedo un poco –dijo finalmente Maca
todavía sin ser capaz de mirarla mucho tiempo a la cara-.
Una
sonrisa dulce y de comprensión se posó en el rostro de Esther. Estaba claro que
Maca no le diría ni le pediría nunca, lo que ahora mismo le sucedía y
necesitaba. Se acercó hasta ella, y le levantó el mentón con una mano. Maca la
miró a los ojos, y se quedó paralizada por el “¿amor?”, que creyó ver en ellos,
pero fue un breve instante, apenas medio minuto, antes de que Esther volviera a
besarla y con dulzura extrema volviera a inundar su cuerpo de aquella sensación
furtiva que terminó por hacerlas correrse una en manos de la otra.
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