Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
7:
Maca
observó a Esther, que permanecía callada encima de la cama. A pesar de haberse
lavado la cara, se sentía un poco mareada por el alcohol ingerido, pero no lo
suficiente como para perder el norte de dónde y con quién se encontraba. Se
acercó a la cama y se sentó junto a Esther. Sabía que debía hacer algo con
aquella criatura, pero ¿el qué? A pesar del deseo frustrado que sentía no estaba
preparada para perder los papeles de aquella forma.
- ¿Todo
bien? –Esther estaba sorprendida, pero aquella mujer parecía cohibida-.
- Sí,
bien -contestó Maca-. Algo mareada, pero
se me pasará.
Maca
no decía nada, y Esther se impacientaba con la espera, así que decidió dar un
pasito más.
- Mira,
se te nota muchísimo que es tu primera vez, pero ¿sabes qué es lo bueno? Que no
tienes que hacer nada, dime lo que quieres y yo me encargaré -le dijo Esther de
pronto poniéndose de rodillas en la cama frente a ella- ¡Soy una chica fácil!
¿Recuerdas?
La
sinceridad, paciencia y alegría que desprendía aquella mujer eran sorprendentes.
Maca no sabía que decir, se maravillaba de la normalidad con la que asumía el
vender su cuerpo hacia una extraña. Por un momento pensó que ojalá ella pudiera
ofrecerse a alguien con aquella libertad. Las palabras de Esther parecieron
mover algo en aquella mujer de hielo, pues alzó la mirada y sus ojos color miel
se clavaron en los marrones de Esther con intensidad. “Dios, qué guapa es”, pensó
Esther. Pero sus pensamientos se
paralizaron en el mismo momento en que Maca levantó sus manos para coger las
solapas del albornoz que llevaba. Cuando los dedos de aquella hermosa mujer
tocaron su piel, Esther sintió que se calentaba en un instante, tan lentas y
cuidadas eran sus caricias, que no podía evitar perder a ratos el rumbo.
- Es
la primera vez que estoy con una profesional, pero no la primera con una mujer
-dijo Maca y siguió el recorrido de la garganta y el escote de Esther, que a
pesar de haber hecho aquello miles de veces, no sabía por qué aquella mujer le
ponía a tono sólo con que la tocara, la mirara…-. ¡Me gustan las mujeres!
“De
eso no cabe duda”, pensó Esther y trató de concentrarse en otra cosa para no
acelerarse demasiado, pues Maca acababa de entreabrir el albornoz dejando sus
pechos desnudos al descubierto.
- ¡Túmbate!
–le pidió Maca, y Esther la obedeció pensando en cosas menos sugerentes-
“La
barba de mi tía… no mierda, familia no… a ver… el calvo del otro día, tengo que
limpiar la cocina… joder, joder, la tripa no… mierda”
Esther
lo estaba intentando, pero Maca estaba demasiado buena y le acababa de abrir el
albornoz para acariciarla.
“Hidrogeno,
Litio, Sodio, Rubidio….coño, OXIGENO, OXIGENO… por el amor de Dios, ¿pero es
que me piensa masturbar?”. Las manos de Maca ardían, y se paseaban a su antojo
por su piel desnuda. Esther no quería moverse para no estropearlo, pero aquella
posición de tener que dejarse totalmente no era lo suyo.
Cuando
Maca estaba a punto de llegar a su pubis se detuvo abruptamente. Un sonido estridente
y molesto, paralizó por completo las atenciones de aquella mujer de pelo largo
que la estaba poniendo más que caliente.
- Perdona,
tengo que cogerlo -se disculpó Maca-.
- Tranquila,
tranquila, tú mandas… -“Ojuuu María y José… un kit-kat menos mal, porque a este
paso voy a cantar hasta la Traviata, ¿pero que coño me pasa?” “Creo que el
haber hablado tanto de romance con Laura y Eva al final me ha afectado al
subconsciente”, pensó Esther para sí, y con un poco de timidez se cubrió con el
albornoz en cuanto Maca dejó de posar sus ojos en ella-.
Maca
alcanzó un móvil que debía costar una pasta gansa, pero que por lo que parecía
a la bella mujer no le hacía ni pizca de puñetera gracia.
- ¿Qué
pasa ahora? –preguntó Maca con muy mal genio-. Joderrrrrrr… ¿y porqué no la
lleva Juan? –Maca seguía al teléfono y su yugular parecía empezar a tomar
tamaño y forma-. Pues yo no pienso ir, me prometiste que esto no volvería a
pasar. ¡No es mi problema!
Esther
empezaba a entender que algo no iba bien en cuanto vio que Maca salía al balcón
para tener privacidad. Con paciencia se recostó de nuevo en el cabezal de la
cama sin atreverse a cubrirse por entero por si Maca quería seguir por donde lo
habían dejado. Durante algo más de diez minutos vio a Maca desfilar por la
pequeña terraza pasándose nerviosamente la mano por el cabello, haciendo gestos
de desespero y finalmente resoplar y mirar a la noche una vez colgado el
teléfono.
“Genial,
ya nos han jodido la noche”, pensó acertadamente Esther. Y así era, Maca entró
un poco más calmada y su cara lo decía todo.
- Lo
siento, pero voy a tener que irme. Ha surgido una emergencia que no puedo
eludir –se disculpó Maca, fuera lo que fuera, realmente no era del gusto de
aquella mujer-.
- Oh,
vaya… Bueno, no importa, te devolveré el cheque -empezó a decir Esther mientras
se ponía de nuevo el albornoz y empezaba a salir de la cama-.
- No,
no… no quiero que me devuelvas nada, en serio -la detuvo Maca poniéndose frente
a ella-.
Esther
la miró con cierto enojo, cierto que era una puta, pero no una “perra” y ella
no solía cobrar nada que no se hubiera ganado antes.
- Que
sea puta no significa que sea una sin vergüenza, no pienso cobrarte por un
servicio que no hemos tenido -le dijo Esther con mirada desafiante-.
Maca
se rió, y Esther se quedó a cuadros.
- ¿Se
puede saber de qué coño te ríes? –le preguntó enfadada Esther, pues no le
gustaba que se cachondearan de ella-.
- Perdona,
perdona… -Maca hizo un esfuerzo para no reír-. Es que verte ponerte tan seria así
vestida, no sé… me ha hecho gracia.
Esther
se echó un vistazo, el albornoz se lo había colocado hecho jirones por las
prisas haciendo que por el escote se le saliera un pecho. Sin proponérselo se
puso roja en cuestión de segundos y orgullosa como era, en señal de protesta,
se quitó por completo el albornoz y lo tiró a los brazos de aquella mujer.
- Me
alegro de haberte hecho reír, pero no es por eso por lo que me has pagado, así
que te devolveré el dinero -le dijo Esther más cómoda ahora que no se sentía
ridícula, pues su desnudez le hacía sentirse fuerte y segura consigo misma a
diferencia de lo que le ocurría al resto de la gente-.
Maca
desplegó con delicadeza el albornoz y lo sujetó como quien le sujeta a alguien
un abrigo para que se lo ponga. Luego la miró de abajo a arriba con un deseo y
un brillo en los ojos que a Esther la hicieron tambalearse.
- Póntelo,
por favor. Creo que no me he expresado con claridad –dijo Maca con voz sensual
nuevamente-. Yo tengo que irme, pero quiero que tú te quedes. Seguiremos cuando
regrese si te parece bien.
Esther
la miró a los ojos.
- ¿Quieres
que me quede en tu habitación hasta que regreses? –le preguntó-.
- Sí,
eso es –le contestó Maca y esbozó una sonrisa cuando vio que Esther le concedía
el privilegio de volverle a poner el albornoz-.
“Mmmmm…
pequeñita, pero tiene unos huevossss… es una caja de sorpresas”, pensó Maca
mientras terminaba de amarrar el albornoz de aquella criatura que acababa de
adquirir a golpe de talonario.
- ¡Está
bien! No te entendí -dijo Esther a modo de disculpa por el numerito-. Perdona
por lo de antes, no me gusta que me tomen el pelo.
- Yo
nunca te lo tomaré –le dijo Maca a un palmo de su cara, y a Esther pareció
quemarle el aliento de sus palabras, no sabía la razón pero la creía-.
Intentaré no llegar muy tarde.
Y
con aquellas palabras se metió en el baño para cambiarse. Cuando Esther la vio
salir de la habitación respiró hondo. “Dioooossss, ¿y ahora que hago yo hasta
que venga?”. Con una sonrisa maliciosa saltó sobre el colchón y se hizo con el mando
a distancia que había en la mesita de noche mientras la cama vibratoria se
ponía en funcionamiento.
8:
Cuando
Maca bajó de la habitación, Juan ya estaba esperándola con la limusina. Al
entrar en ella, el olor a alcohol y a un perfume que había aprendido a odiar la
golpeó en la cara.
-
Ohhhh…. Cariño, ¿dónde estabas?
Azucena
se echó a su cuello en cuanto Maca tomó asiento.
-
Tu madre no quería decirme dónde estabas, así que tuve que chantajearla un
poco, no te enfades –siguió balbuceando aquella mujer borracha y estúpida-.
Maca
se la quitó de encima con astio y de muy mal humor.
-
Quítate de encima, me das asco –le dijo Maca-. Juan, por favor continúa. Llevémosla
a su casa.
-
Ohhh, nooooo, noooo… subamos a tu habitación, aún tengo cosas que enseñarte -le
ronroneo Azucena volviendo a abalanzarse sobre ella-.
Pero
Juan miró la mirada fría de Maca y su asentimiento le bastó para arrancar el
motor rumbo a la casa de aquella mujer que no había causado más que problemas
desde que entró en la vida de su pequeña Maca.
-
Estate quieta, ¿no tienes ni un poco de dignidad? –le espetó Maca quitándosela de
encima de nuevo-.
-
¿Dignidad?... jajajajajajaja…. – Azucena se echó a reir, a reir con aquella
carcajada sarcástica que la caracterizaba-. No me hables de dignidad Macarena,
podrás jugar con las otras lo que quieras, pero yo te conozco mejor que nadie…
yo he visto tu verdadero ser.
-
No tengo ganas de pelear, ya no me importas, si no lo entiendes es tu problema
–dijo Maca desviando la mirada hacia la ventanilla del auto-.
Azucena
se le quedó mirando por unos instantes tratando de enfocar la poca visión que
aún le quedaba de sobriedad. Decidió que no se encontraba en la mejor forma
física para hacer que Maca se rindiera ante ella, pero no estaba dispuesta a
dejarla victoriosa después de haberla visto desaparecer con aquella fotografa
ridícula que ella misma había terminado follándose tras hacerla confesar que no
se había acostado con Maca.
-
¿Sabes? Tú amiguita ha gritado como una verdadera jabata, lástima que no
terminaras lo que empezaste –le dijo Azucena serena-.
Maca
se volvió a mirarla sorprendida, pero cuando vio en aquel rostro su sonrisa cínica,
supo que le estaba hablando en serio.
-
No me mires así, tenía que sacar información y ella estaba muy caliente, veo
que no has perdido tu tacto cariño –le dijo Azucena mirándola divertida-.
-
¡Eres una puerca! De verdad que no sé lo que pude ver en ti -Maca la miró con
un desprecio frio y oscuro-. Era sólo una muchacha.
-
jajajajajaja… eso no le impidió jadear hasta suplicar, te lo aseguro -le espetó
Azucena -. Pero tranquila amor, nadie suplica como tú, por eso te quiero.
Maca
se tensó como una cuerda, por su cabeza pasaron momentos inconexos de lo
destructivo que había sido la relación con aquella mujer… ciega, sorda, muda…
esclava de aquel placer sexual que Azucena había aprovechado para humillarla
hasta lo innombrable. Sí, Maca había sido humillada por su propia necesidad
convirtiéndose en una marioneta en las manos de una mujer cruel y egocéntrica
que no había parado hasta destrozarla por dentro. Un círculo vicioso del cual
creía estar saliendo, pero con un límite tan difuso que no se veía capaz de
tentar.
-
Pues yo a ti no, por mucho que te cueste aceptarlo –contestó finalmente Maca,
deseando que su voz reflejara más serenidad que la rabia que sentía por
dentro-.
-
Mientes fatal, pero esta bien, hoy estoy muy borracha como para discutir. Me
basta con que estés aquí, dónde debes estar siempre –le dijo Azucena
recostándose en el sillón con una sonrisa de satisfacción-.
El
trayecto se le hizo eterno, pero al menos Azucena no volvió a molestarla. Sin
embargo su cabeza seguía agitada por el recuerdo de lo que había sido su
relación con ella, y por el sentimiento de culpa que sentía por haber dejado a
aquella fotógrafa en manos de su ex. Cuando Juan detuvo el coche enfrente de la
casa, Azucena se apresuró a seguir a Maca fuera del coche.
-
¿Subes? –le preguntó Azucena aun sabiendo cuál sería su respuesta-.
-
No –le dijo tajantemente Maca frente a ella-.
-
jaja… ya me lo imaginaba, aunque me sorprende que me sigas temiendo si tanto
dices que no te importo –le dijo sensualmente Azucena acercándose más a ella-.
Maca
quiso retroceder, pero eso confirmaría las palabras de Azucena y no lo hizo aun
sintiendo que el corazón le golpeaba hasta dolerle.
-
¿Me das mi bolso, por favor? Estoy muy borracha para agacharme y me lo he
dejado en el asiento –le dijo Azucena aparentemente más calmada.
Maca
no pudo hacer nada más que agacharse a por el bolso, pero cuando se giró para
entregárselo, Azucena ya la había acorralado contra el coche y la besaba en la
boca. El cerebro de Maca se llenó de sangre hasta congestionarla, si algo sabía
hacer Azucena era apretar las teclas de una mujer tan sensual y sexual como
Maca, y sus manos eran tan expertas en el cuerpo de aquella mujer que no le
costó torturar a Maca hasta sacarle un gemido delicioso que le daba la
confirmación de su victoria.
Maca
se horrorizó al escucharse, y sin saber cómo, consiguió empujar a Azucena hasta
librarse de ella.
-
jajajajaja… sí, veo que todo sigue dónde lo dejé…jajaja… buenas noches guapísima,
nos veremos… ¡pronto!
Azucena
desapareció por la puerta. Maca apenas pudo decir nada a aquellas últimas
palabras. Agitada, angustiada… odiándose por dentro… “Imbécil, eres una
imbécil…” se recriminaba furiosa, furiosa por no tener control sobre su cuerpo,
por ser débil al placer. El corazón le corría como en un circuito de fórmula
uno, el recuerdo de su propio gemido hizo patente el poco control que sobre su
cuerpo poseía, y se dio asco por sentir de aquella forma, por dejar que mujeres
como aquella le controlaran de un modo tan vil.
Juan
se bajó del coche viendo que Maca andaba de un lado para otro de la cera,
alterada y enfurecida.
-
¿Estás bien pequeña? –le preguntó dulcemente-.
Maca
estaba fuera de sí, y cuando lo miró a los ojos, se avalanzó a sus brazos. El
viejo hombre, la abrazó.
-
Mi niña, tranquilícese. Esa mujer sólo quiere hacerla sufrir, no entiendo
porque su madre no puede ver lo que le está haciendo, no debería dejarla
acercarse a usted, le hace daño.
Maca
tardó unos cinco minutos en reponerse, ella jamás había sido capaz de contarle
a nadie lo que le ocurría con Azucena, pero Juan las había visto un par de
veces en aquel tipo de situaciones, y sabía de buena tinta que aquella mujer era
una arpia de la peor calaña. Sin embargo, jamás se había entrometido por
respeto a Maca.
-
Juan, por favor, ni una palabra a mis padres ni a nadie -le pidió nuevamente
Maca-.
-
Ni oigo, ni veo… tranquila –le sonrió Juan y la soltó de sus brazos-. ¿Nos
vamos a dormir?
Maca
agradeció que todo fuera tan fácil con aquel hombre. Sonrió y asintió. Luego se
montaron en la limusina rumbo al hotel.
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