martes, 20 de octubre de 2015

Pretty Bollo -cap 117 y 118-


Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.



117

A Maca le llevó algún tiempo recobrar el aliento. Esther se quedó admirando aquel rostro sonrosado, mientras con las yemas de los dedos borraba con suaves caricias las pequeñas gotas de sudor que habían perlado aquella frente.

-       ¿Mejor? –le preguntó Esther con una sonrisa-.
-       ¡Mucho mejor! –le contestó Maca con una sonrisa traviesa, mientras le tomaba el rostro y besaba con devoción su boca-.

Esther pudo sentir de nuevo aquella suavidad que anunciaba el inicio de otra tormenta.

-       Kate y Bea deben estar al llegar -puso de escusa Esther entre beso y beso-.
-       Entonces no perdamos tiempo -le contestó Maca volviendo a besarla mientras conseguía tenderse sobre Esther-.

El corazón de Esther empezó a latir con violencia, las caricias de Maca eran certeras y sus besos un laberinto muy difícil de abandonar. La necesidad de aplacar sus miedos le hizo hablar más de la cuenta.

-       En serio te has propuesto hacerme trabajar todo lo del mes en un par de días, ¿eh?… -le dijo Esther en tono de broma, tratando de calmar sus nervios tras las emociones vividas al poseer el cuerpo de Maca-.

Las palabras escogidas clavaron una daga con sirenas de emergencia en el pecho de Maca, que se detuvo abruptamente. Esther se arrepintió al instante de lo dicho, y más cuando Maca se separó de ella.

-       Perdona… yo no, no pretendía… -trató de disculparse Maca mientras se sentaba en el sofá y liberaba a Esther-.

Esther se sentó también, queriendo borrar el dolor que veía reflejado en el rostro esquivo de Maca.

-       No quise decir… era una broma, Maca –trató de corregir Esther, aunque había algo dentro de ella que le impedía decir las palabras correctas para corregir aquel mal entendido-.
-       ¡Tranquila! Es cierto, Bea y Kate tienen que estar al caer… no es plan de que nos pillen en medio de su salón -Maca se levantó del sofá sin mirarla-. Voy a por agua, ¿tú quieres algo?
-       Eh.. no –acertó a contestar Esther, que sintió como se le helaba la sangre cuando los ojos de Maca se clavaron en los suyos, fríos e hirientes. Jamás los había visto así, se sorprendió-.

Maca salió del salón sin decir nada más, dejando a Esther con una sensación de desolación en el sofá.

Esther: Joderrr… joderrr… joderrr…. ¡por qué tengo que ser tan bocazas!
Conciencia de Esther: porque no lo puedes evitar, y cuánto más acojonada estás peor.
Esther: ¿y tú como sabes que estoy acojonada?
Conciencia de Esther: Sencillo, no la dejaste hablar…

Esther se dejó caer en el sofá tapándose los ojos con el brazo. Era cierto, no la había dejado hablar… había pasado por situaciones muy parecidas con otras clientes, e intuía cuándo le iban a confesar algún sentimiento hacia ella que traspasaba lo profesional. Por lo general, ella solía escucharlas, las trataba con dulzura, las hacía comprender lo equivocadas que estaban respecto a esos sentimientos y las rechazaba con cortesía, tratando de hacerles entrar en razón, pero con Maca las fuerzas le flaqueaban, una parte de si le decía que debía desengañarla y continuar con su vida como siempre, que con el tiempo Maca se daría cuenta de su capricho y ella se quedaría rota. Otra parte sin embargo quería creerla y arriesgarse, y aquello sin duda ero lo que más le aterraba de todo.

-       ¡No, no quiero! ¡No puedo oírlo todavía! –se dijo en voz alta Esther, tratando de imponer a su corazón una cordura que ya no tenía-.

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A pesar de beberse un par de vasos de agua helada, y de poner distancia con Esther, las manos y las piernas aun le temblaban. Se apoyó en una silla, pero no fue suficiente, y terminó sentándose tratando de tranquilizarse.

-       Oh, por favor, deteneros… -les pidió Maca a sus piernas, mientras las frotaba con sus manos, pero no cedían-.

Su cabeza iba a mil por hora, su corazón le bombeaba herido y ella no podía contener aquel temblor que empezó a producirle un castañeo de dientes conocido. Cruzó los brazos sobre su pecho, y luego flexionó el tronco contra sus piernas, cerró los ojos y trató de respirar. Los nervios siempre le habían jugado malas pasadas, pero aquello era distinto… “te has propuesto hacerme trabajar… trabajar…” aquel verbo la golpeaba una y otra vez, la hacía sentirse sucia y cobarde, y no podía soportar la idea de que Esther imaginara que cuando le hacía el amor, era porque se sentía con derecho a ello por haber pagado aquel burdo dinero. Empezó a marearse, agotada por el esfuerzo físico y por las nauseas que empezó a sentir tras ser consciente de lo que estaba haciendo. “La he comprado… ¡no!… ¡no!… no se puede comprar a quien quieres, pero qué, qué estoy haciendo…” …. “no debí acostarme con ella… no hasta que hubiera terminado el contrato… ahora piensa que soy como las demás… que pido lo que pagué…”  Maca trató de ponerse en pie, los temblores habían retorcido sus tripas y sentía ganas de vomitar; trató de dar unos pasos para alcanzar un apoyo en la encimera, pero antes de llegar, la vista se le nubló y cayó al suelo.

Desde el salón un ruido sordo seguido del estruendo de unas sillas cayendo al suelo hicieron incorporarse a Esther de golpe…

-       ¡Macaaaa! –gritó Esther, y salió corriendo hacia la cocina con el corazón en un puño-.

118

Bea: bueno, tranquilízate Esther… ya has oído a Alejandro, sólo necesita descansar y estará bien.
Esther: ya… menos mal que veníais de camino y tu amigo el médico estaba cerca, porque cuando conseguí que abriera los ojos, y volvió a desmayarse, me asusté de veras –ahora la que no podía dejar de temblar era ella, que sin contención empezó a llorar-.
Kate: venga… no te apures, que todo está bien –abrazó Kate a Esther para reconfortarla-. De todas formas, lo de su tensión hay que mirarlo más seriamente, esta mujer no se puede estar desmayando cada dos por tres.

Las voces de aquellas tres mujeres cada vez sonaban en sus oídos con mayor claridad. Maca trató de abrir los ojos, pero sólo el intentarlo le produjo una punzada de dolor en la nuca que le hizo cerrarlos de golpe. Tragó saliva, tenía la garganta seca y no podía hablar, sin embargo consiguió articular una sola palabra.

-       ¡Esther! –la llamó en un hilo de voz-.

Esther se giró rápidamente ante aquel susurro, se secó la cara torpemente y se arrodilló junto al sofá acariciando su frente.

-       ¡Estoy aquí, cariño! –le dijo Esther con dulzura-.
-       Agua… -pidió Maca-.
-       Agua… enseguida… -contestó Esther, y antes de que pudiera levantarse a por un vaso, Bea se lo tendió. Esther miró a los ojos a Bea tan sólo un instante, pero en su mirada se vislumbraban tan a flor de piel sus emociones, que Bea pudo entender su agradecimiento, su dolor y su miedo por el estado de Maca sin necesidad de escuchar una sola palabra-. ¡Aquí tienes cariño!

Esther le sujetó la nuca un poco para incorporarla, Maca apretó los ojos por el dolor, pero alcanzó el borde del vaso y bebió apenas un par de sorbos antes de volver a descansar la cabeza sobre lo que percibía que era un cojín. Sus párpados se suavizaron al recobrar la posición, la saliva volvió a formarse en su boca suavizando la sequedad, trató de respirar antes de volver a intentar decir algo. Los dedos de Esther seguía acariciándole el pelo, y una mano tomaba su mano.

-       ¿Mejor? –le preguntó Esther, que no podía soportar no saber cómo estaba Maca-.
-       Sí -le contestó Maca, y el tono más nítido de su voz, fue suficiente para que a Esther se le escapara de nuevo una lágrima que secó con prisas-.

Había pasado tanto miedo, había tenido que actuar tan fría y rápidamente para que Maca volviera en sí cuando la encontró desplomada en el suelo de la cocina, que todo ese terror que había sentido, todos esos nervios, ahora se desbordaban en ella al mínimo detalle.

-       ¡Esther! –la volvió a llamar Maca, pero esta vez consiguió abrir los ojos y encontrarse con su rostro-. ¡Lo siento!

Esther sintió que no podía controlar aquello por más tiempo, se derrumbó sobre su pecho y empezó a llorar. Maca se quedó desconcertada una milésima de segundo, luego empezó a acariciar a Esther tratando de apaciguarla. Bea y Kate se miraron, y desaparecieron del comedor viendo que necesitaban algo de intimidad, aunque permanecieron atentas por si se les requería.

-       ¡Me diste un susto de muerte! –sollozaba Esther-.
-       ¡Lo sé!... ¡Lo siento! Perdóname… -se disculpó Maca acariciándole la cabeza-.

Durante largos e intensos minutos, permanecieron así. Esther desahogando aquel amasijo de emociones que tenía contenidas y no sabía dónde ubicar, y Maca tratando de serenar a una mujer mucho más vulnerable y más preocupada por ella de lo que hubiera imaginado. Una pequeña luz, se abrió al final de aquel largo y tortuoso camino.
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Un par de horas más tarde, Maca había conseguido poder incorporarse y comer un poco de la sopa que Kate había preparado especialmente para ella. A pesar de no tener apetito, Maca se había esforzado en comer algo para tratar de calmar un poco la angustia que había visto en el rostro de Esther, algo que sin duda consiguió, cuando tras finalizar un par más de cucharadas dijo…

-       ¡Hay que joderse! Con lo bicho que es y lo buena que le sale la sopa -Maca sonrió a Kate-. ¿Seguro que la has hecho tú?
-       ¡La hostia! Pues claro que la he hecho yo, blanducha -le respondió Kate, que se tranquilizó tras ver que Maca parecía estar mejor-.
-       No sé yo, no sé yo… tendría que haber estado en la cocina para asegurarme –le siguió pinchando Maca-.
-       Si no te hubieras propuesto eso de “matarse a polvos”, seguramente habrías podido verlo -le espetó Kate-.

Y Maca empezó a reírse con ganas, aún con algunos intervalos de dolor que la hicieron sujetarse el cogote. Esther no pudo evitar también sonreír, aliviada de ver que Maca parecía estar bien.

-       Anda, no te rías más, que te duele… -le dijo Esther acariciándole la nuca-.

Maca la miró a los ojos y le regaló una sonrisa dulce y estremecedora.

-       ¡Vale! –contestó Maca y luego se dirigió hacia Kate-. Ya has oído a mi reina, así que no me hagas reír petarda.
-       ¡¡Ahhh!!... –Kate puso cara de inocente-… pero si yo no empecé, ¿qué he hecho yo ahora?

Las cuatro estallaron en risas tras ver la expresión de Kate, que una vez más sirvió de punto de distensión entre ellas, e inicio de conversaciones más despreocupadas y amenas.


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