Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
37
Laura
miraba aquel partido de pin pon sin querer decir nada, pocas veces las había
visto así porque Esther nunca se enfadaba con nadie, y Eva jamás se ponía seria
por nada.
-
¡Jodeerrrrr Eva! –Esther se desesperó-.
- ¡Ahhh…
lo vessss! ¡Te estás pillando! –le espetó Eva-.
- No es
eso, pero sí creo que me estoy empezando a obsesionar con el tema. ¡Dioss…
sabes que no soy de quedarme a medias! Estoy segura de que cuando me la tire
todo volverá a la normalidad, volveré a tomar el control y se me pasará esta calentura
que tengo con Maca -Esther habló sin pensar, en realidad estaba preocupada por
el arrebato de celos que había tenido al teléfono con ella, pero más le
preocupaba el ser consciente de que le dolía haberle hecho daño y haberla
enfadado-.
Aquello era
tan confuso, tenía que ser eso, tenía que ser ese deseo inacabado sexual que
sentía hacia ella lo que estaba trastocando su razón. Esther era una mujer de
acción, era quien dominaba las relaciones, y aquella dulzura quinceañera que
estaba impregnando la relación entre la cliente y ella, era lo que sin duda
tenía la culpa de todo.
- ¡Espera!
–Laura votó del asiento-. ¿Estáis hablando de Macarena Wilson? ¿el bellezón de
la moto del juego que tuvimos?
- Ajá… -le
dijo Eva-.
- ¿Te
estás llevando a la Wilson? –volvió a preguntar Laura, pero esta vez buscando
una respuesta de Esther, que sin querer sonrió ante la cara de alucinada de su
amiga-.
- Si, está
conmigo… pero de momento, me lleva ella a mí –le contestó Esther un poco más
tranquila después de haber manifestado su pensamiento en voz alta-.
-
¡Hostiaaaaaaaaa… hostiaaaaaaaaa… hostiaaaaaaaaaa!... ¡Y SE PUEDE SABER PORQUE
COÑOOOO YO NO ME ENTERO DE NADAAAAAA! –Laura estaba eufórica, sin duda Maca
tenía muchas admiradoras, y entre ellas su amiga parecía la número uno-.
¡Joder… es una Diosa!
-
¿Diosaaa? ¡Oyeeee niñaaaaa un poco de respeto a las que estamos en este
mundoooo! –se quejó Eva pues nunca había visto reaccionar a Laura así, y la
verdad es que un poco le molestaba-.
- ¡Ohhh
cállateeee!... ¡Me lo tienes que contar Esther!... no, no lo del trabajo y eso,
que sé que es confidencial,… pero ¿cómo es de cerca?... ¡Dios es un trenazo.. a
que sí…. A que sí!... –la alegría de Laura era contagiosa, y por primera vez en
la noche Esther empezó a sonreír de manera desorbitada, pues el recuerdo de
Maca la reconfortaba aunque no quisiera-.
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Cerca de
las doce de la noche Ana se despidió de Maca. La tarde había sido larga e
intensa, habían reído, llorado, y Ana se
había acordado de toda la familia de Azucena más de un par de veces. Maca
estaba agradecida, Ana la había tranquilizado todo lo que había podido, y
aunque aún guardaba para sí algunas de las razones de su comportamiento, notaba
que su carga era menos pesada por tener otro hombro con el que compartir el peso.
Cuando Ana se marchó, el silencio de la casa le recordó que volvía a estar sola
y que deseaba ver a Esther con todas sus fuerzas. Para no pensar en ello, Maca
enfiló hacia la ducha… sería mejor relajarse un poco antes de tratar de
conciliar el sueño.
El
descapotable de Esther siguió las instrucciones que el GPS le marcaba, tras
hablar de Maca con Laura y Eva, unas ganas irremediables de verla se habían
apoderado de ella. Por supuesto a Eva no le había dicho ni una palabra cuando
le reprochó que no fuera con ellas a bailar, se disculpó diciéndole que estaba
cansada por la semana, y que la llamaría por la mañana. Cuando estuvo frente al
edificio su corazón volvió a recordarle que habitaba en su pecho dando pequeños
saltitos de emoción. Esther aparcó y cogió su móvil, la tecla directa con el
número de Maca empezó a hacer su función, tras más de siete tonos Esther colgó.
“Diosss…
¿no está? ¿dónde está?... ¿estará con ella? ¡pero qué estoy diciendo! ¿por qué
estoy así?...” … La mano de Esther buscó frenética de nuevo la deseada tecla,
espero con el corazón en un puño a unos tonos que le parecían insoportables, de
pronto la claridad se hizo en forma de sonido.
- ¿Sí? –la
voz de Maca sonó agitada, desconcertada, alegre o quizá no tanto… Esther no
sabía que pensar-.
- ¡Soy yo!
¿Aún quieres dormir esta noche conmigo? –le preguntó Esther cerrando los ojos,
estaba rogando por que dijera que sí-.
“¿Estoy
soñandoooo?...” Maca acababa de salir de la ducha a trompicones, la voz de
Esther hizo que se agitara de forma feroz.
- ¡Sabes
que sí! –le dijo Maca-.
Una
sonrisa relajada se dibujó en la cara de Esther tras la respuesta, aún podía
salvar la noche.
- Entonces
será mejor que me abras la puerta gatita, porque estoy en el portal… -le
susurró Esther-.
Y escuchó
acto seguido un ruido y un “auuu”… y luego el timbre de apertura del portal le
indicó que ya podía tirar de la puerta.
- Sube…
-le dijo Maca y a Esther no le dio tiempo a preguntar por el ruido porque el
teléfono se cortó-.
Esperó al
ascensor con ansiedad y subió hasta la planta en la que se encontraba Maca, la
necesidad angustiosa por verla se apoderó de su mente y de sus caderas.
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38
Cuando el
ascensor abrió sus puertas, Esther salió y miró, había cuatro puertas, pero
sólo una estaba entreabierta. Golpeó la madera con su puño.
- ¿Maca?
–preguntó Esther tímidamente y al abrir se topó con ella-.
- Pasa,
pasa… es que me he resbalado y me he torcido el pie… -la invitó a entrar Maca,
mientras se frotaba el pie sentada en el sofá más próximo-. ¡Dios duele un
huevo! ¿Me traes hielo de la nevera, por favor? No quiero que se me hinche.
Esther no
podía reaccionar, acababa de pillar a Maca recién salida de la ducha. Con el
pelo húmero acariciando aquel lindo rostro, una pequeña toalla cubriendo aquel
precioso cuerpo, y dejándole vislumbrar aquellos hombros maravillosos y
sensuales, y aquellas piernas magnánimas entre las que ella deseaba estar.
- ¿Tú
también te has golpeado? –le preguntó de pronto Maca con una sonrisa que a
Esther la dejó en estado de shock-.
- ¿Ehh?
¡Perdona! – “Diossssssss… ¿¿siempre me va a pillar babeando??”, pensó Esther y
se repuso rápidamente-. Es que he subido por las escaleras y estoy un poco
cansada, pero vamos… que voy a por el hielo, ¿la cocina por allí?
- Sí, sí…
-Maca vio como se perdía Esther en la cocina y empezó a hablar de puro nervio,
estaba tan sorprendida porque estuviera allí con ella-. Mira a ver si hay
hielo, sino tráeme cualquier bolsa de congelado en un trapo… ¡Dios como duele!
Menos mal que no parece roto, si ya me lo decía mi madre, que no hay que salir
de la ducha empapado.
La
verborrea de Maca se paró en seco cuando Esther volvió al salón. Su mirada era
intensa, Maca notó como el pulso se le aceleraba con aquella mujer mirándola
fijamente. Esther se sentó en la mesa de centro que había enfrente de donde
ella estaba, Maca se quedó muda. Esther estaba guapísima con aquel suéter rojo
y sus pantalones de paño negro. Su pelo volvía a caer rizado acariciando su
cara, y Maca sentía una necesidad acuciante de acariciarla.
- ¡Dame el
pie! –le ordenó Esther sin dejar de mirarla a los ojos-.
Maca se
quedó idiotizada por el brillo de aquellos ojos, pero sin poder contenerse hizo
lo que le pedía. La caricia de aquellas manos en su tobillo la hicieron apretar
la espalda contra el sofá. “Diosss… no, no puede ser, no me hagas esto…
concéntrate en el dolor”… pensaba Maca, pero no podía, por mucho que le
doliera, la certeza de aquellas manos y aquella mujer superaban cualquier otro
sentimiento o pensamiento. Esther dibujó una sonrisa visceral en su rostro.
- Te has
dado un buen traspies, ¿siempre eres tan patosa? –le preguntó mientras colocaba
el pie de Maca sobre su muslo y le aplicaba el hielo con cuidado-.
- No, creo
que no… -dijo Maca con media sonrisa, pues la mirada de Esther la inquietaba-.
- Por lo
que veo, te he pillado en la ducha -le dijo Esther-.
Y Maca
echó un vistazo a lo que llevaba puesto. De pronto un inmenso calor se
presenció en su piel dándose cuenta de la visión que tendría Esther de ella.
Allí, con aquella pierna elevada y desnuda sobre aquel muslo que tan bien
recordaba, y una toalla que apenas la cubría porque no había podido deshacer la
caja que contenía su albornoz, por haberse pasado la mayor parte de la tarde
hablando con Ana.
“Diosss
que fácil me sería deslizar ahora mismo las manos por esta larguísima pierna…”…
el rugido de Esther era inmenso, estaba convencida de que se le notaba en la
cara, pero de nada serviría si Maca no era la que avanzaba.
- Sí, la
verdad es que sí… ¡oh perdona! ¡Te estoy mojando el pantalón! –Maca trató de
quitar el pie de encima de Esther, pero ésta apresó su pantorrilla con
vehemencia-.
El
escalofrío de Maca fue instantáneo, Esther se asustó y tras dejar la pierna de
Maca sobre ella retiró el contacto.
- Por
favor, déjala donde está, no importa y además podría ponerse peor si te mueves
–le dijo Esther y se concentró en colocar nuevamente la bolsa de hielo sobre
aquel tobillo que se moría por besar-. ¿Cómo va? ¿Mejor?
“Diosss…
¿cómo va a ir mejor, si no me está haciendo nada? ¡No ves que lo estoy
derritiendo a marchas forzadas! Por Dios, que me deje levantarme y ponerme
algo… sino me voy a morir”… pensaba Maca ruborizada.
- Si,
mejor… -le contestó Maca y para cambiar de tema le preguntó-. Pensé que no
podrías venir, ¿qué ha pasado?
“Qué me
tienes comido el seso, eso es lo que ha pasado… y que como no me dejes apagar
esta hoguera que creas en mí, me va a dar un yuyu”… le gritaba su deseo, pero
evidentemente no podía decirlo.
- La cena
con mis amigas terminó antes de lo que pensaba, espero que no te moleste que
haya venido sin avisarte antes… -le dijo Esther-.
- ¡Oh
claro que no! ¡Me alegro de que estés aquí! Aunque te tenga que tener como
enfermera –la sonrisa de Maca se volvió tan afable como siempre-.
“Mierda…
no… ablandándome otra vez nooo… joder”… se reprendió Esther, que no quería que
Maca se le escapara con aquella táctica.
- ¡Soy
realmente buena como enfermera! ¿Quieres hacer tú de doctora?
Sí,
aquello era real. Esther soltó aquella frase en contra de todo pronóstico de cordura,
el deseo que sentía dibujó en su sonrisa una picardía que Maca sólo había
llegado a vislumbrar ligeramente.
“¿¿¿Comorrr???...”
se agitó Maca. Aquella insinuación trepó hasta sus caderas dejándola temblando
de expectación. Sin embargo, fue sentir la mano de Esther trepando por su
pantorrilla desnuda la que hizo que un gemido sensual se escapara de su
garganta.
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