“DIBUJADA EN MI MENTE"
(Fanfic escrito para el foro Maca&Esther –Hospital Central-, por Sageleah)
DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.
39
En cuanto se vistieron con ropa cómoda sobre
el traje de baño y tuvieron preparada la comida, las dos salieron del piso en
dirección al coche. Maca quiso hacer una parada para comprar bebida fresca y
algunos aperitivos de los que no disponía en su cocina, y Esther aprovechó el tener
que esperarla dentro del coche en segunda fila para serenarse pues aunque ambas
intentaban comportarse como si nada, la atmósfera parecía más tensa desde aquella
conversación incompleta en la cocina. “Deja de pensar en ello… si quiere
contártelo, lo hará. Tú limítate a
disfrutar de su compañía”, se dijo mentalmente Esther mientras esperaba, y Maca
debió tener una sensación muy parecida en aquel rato que se habían separado,
pues cuando entró en el coche se sonrieron y ambas empezaron a dejar al
silencio cada vez más lejos como los kilómetros que tuvieron que dejar atrás
hasta alcanzar aquel rincón a las afueras de la ciudad del que Maca le iba
hablando. El día les sonreía. Un sol estival les acompañó en su paseo turístico
por la hermosa vegetación, las sedujo invitándolas a desprenderse de sus
prendas de vestir para acariciar sus pieles a la orilla del lago, y las colmó
hasta que tuvieron que huir de él tomándose un chapuzón y refugiarse a la
sombra de un gran árbol para poder comer tranquilas. A pesar de que había
gente, todo era tranquilo y agradable entre ellas. Sus conversaciones eran
entretenidas y divertidas a pesar de no entrañar grandes cosas, sus juegos como
siempre, provocativos y tímidos mientras se hacían aguadillas, competían en
nadar hasta una roca o se escondían tras salpicar a otros bañistas afectados
por su guerra competitiva incansable. Todo las invitaba a estar juntas y todo
se nubló en un sólo instante.
-
Tenía
tanta hambre que me podría haber comido un elefante. ¡Qué rico estaba todo!
–dijo Esther mientras se dejaba caer sobre la toalla boca arriba para reposar
la comida y disfrutar del momento-. ¡Esto es el cielo!
Maca sonrió mientras terminaba de guardar las
cosas en la mochila, estaba disfrutando tanto de su compañía que apenas podía
contener cada mirada, cada deseo de tocarla, cada segundo de necesidad de estar
a su lado. Simplemente, era maravilloso estar así con ella. Esther se incorporó
un poco apoyándose sobre sus codos para mirar lo que estaba haciendo Maca, y la
descubrió nuevamente mirándola con aquel brillo en los ojos radiantes de luz,
que tímida y rápidamente apartó distrayéndolos en otras cosas. A Esther el
corazón se le aceleró de inmediato. Nunca había tenido aquella sensación tan
poderosa de atraerle a alguien hasta tal punto. La respiración se le
entrecortaba sólo de imaginar lo que sería capaz de hacerle si tan sólo le
dejara acercarse lo suficiente. Esther agachó la mirada, si seguía viendo aquel
rostro tímido y sin embargo tan seductor durante unos minutos más, el cuerpo
empezaría a arderle como una antorcha. Era muy frustrante para ella por fin
encontrar a alguien a quien quisiera con tanta intensidad física y
emocionalmente, y no poder manifestarlo. Con Maca empezaba a entender el verdadero
significado de “volverse loco por alguien”, y sonrió resignada ante aquella
idea mientras volvía a tumbarse boca arriba sin decir nada.
-
¿En
qué piensas? –le preguntó Maca tras unos minutos. El rostro de Esther no dejaba
de sonreír cínicamente, y aunque posiblemente se arrepintiera de la pregunta,
era un sufrimiento quedarse al margen de cada pensamiento, acto o emoción que
Esther tuviera. De ella lo necesitaba todo-.
Esther giró la cara para mirarla, y en cuanto
sus ojos se encontraron Maca supo qué clase de pensamientos estaba teniendo. La
sonrisa y la mirada de Esther se dulcificaron en cuanto vieron la sorpresa y el
arrepentimiento en los ojos de Maca, no le cabía la menor duda de que se sentía
culpable por no saber o estar preparada para hacer que las cosas trascurrieran
de otro modo.
-
Somos
un desastre, ¿te das cuenta, no? –le dijo entonces Esther-.
Maca se obligó a seguir mirándola. No era
justo dejar todo el peso de aquello sobre ella. A fin de cuentas, recordaba muy
bien cómo se sintió la primera vez que descubrió que tenía sentimientos por una
chica, y Esther debía estar pasando por todos aquellos sentimientos tan
difíciles y tan bonitos a la vez, a pesar de que su madurez y naturalidad le
hicieran olvidarse de ello casi por completo.
-
Sí.
Aunque creo que el único desastre aquí soy yo realmente –admitió Maca y a
continuación sintió la necesidad de disculparse-. Lo siento.
Esther se le quedó mirando en silencio, y
Maca lo respetó sosteniéndole la mirada pues en realidad sentía que la
abandonaba cuando dejaba de hacerlo, y aquel sentimiento era el único que no
quería trasmitirle a Esther por nada del mundo. La quería.
-
¡Me
muero por tocarte! –soltó de pronto Esther tras apartar sus ojos de ella. Su
belleza la asfixiaba-. Se que tú no quieres o no puedes pensar en llevar
nuestra relación a otro terreno, pero te aseguro que ésto no está siendo nada
fácil para mí. ¡Eres la primera persona en mi vida que deseo realmente! –le
confesó Esther a pesar de todo y en ese punto volvió a mirar a Maca que no
había dejado de fijar sus ojos en ella-. ¡Te deseo tanto que a veces es casi un
dolor físico!
-
Esther
yo… -Maca empezó a temblar de pies a cabeza, sorprendida por la valentía y la
fuerza que trasmitía Esther en cada palabra. Tenía tanto miedo-.
-
Incluso
ahora… no puedo dejar de pensar en nada más que en tu boca… -a Esther se le
cortó la respiración mientras permanecía presa entre los labios entreabiertos y
temblorosos de Maca, y en aquel rubor y vulnerabilidad casi palpables de aquel
aspecto frágil que trasmitía todo su cuerpo. Se incorporó hasta sentarse-.
¡Quiero besarte! Ni te imaginas, cuánto deseo hacerlo…
-
Esther,
no sigas… yo… -Maca sentía que iba a llorar de un momento a otro y ni siquiera
ella misma podía explicar el por qué. Un nudo de sentimientos se atropelló en
su pecho ahogándola, mientras su cuerpo temblaba de miedo y por un deseo que la
sacudía por dentro como un terremoto. Ella también quería besarla con una
fuerza demoledora, hacerla suya sería… sería… A Maca se le encogía el pecho sólo
de imaginar lo mucho que quería entregarle. Sin embargo estaba paralizada, algo
que pensaba ya superado había vuelto a su presente transformándose en un muro
de hormigón que retenía aquel río de sentimientos hacia ella, de un modo
desesperante, triste, irracional e
incapacitante-.
Esther se detuvo en el acto. Al incorporarse
y prestarle mayor atención de cerca, se dio cuenta de que Maca temblaba y de
que su piel se había puesto “de gallina” a pesar del calor que estaba haciendo.
Sabía que tan sólo tendría que cruzar la distancia y besarla para que Maca se
rindiera por entero a ella una vez más, y aquel pensamiento, aquella certeza
que ni siquiera sabía de dónde provenía, la dejaron confusa, excitada y aterrada
todo al mismo tiempo. Los sentimientos por ella la sobrecogieron.
-
Perdona
–le dijo Esther de pronto apartando la mirada-, no sé en que estaba pensando,
yo…
-
¡NO!
–Maca la detuvo. “¡Por el amor de Dios, no es culpa tuya!... No te disculpes,
te lo ruego… ¿Qué estoy haciendo?” pensó en menos de una centésima de segundo
Maca que cuando se fue a dar cuenta ya tenía a Esther sujeta por los hombros,
obligándola a mirarla-.
Sus ojos se encontraron, otra vez. Las
respiraciones agitadas bailaban entre ambas como un festival de controversia y
un grito desesperado al desenfreno. Maca tuvo que hacer un verdadero esfuerzo
para no besarla, quería hacerlo, ¿por qué no lo hacía? Acarició su cara entre
las manos mientras Esther contenía el aliento, y cerró los ojos rendida
mientras su respiración trataba de serenarse presa del momento. Esther también
tuvo que cerrarlos al sentir su proximidad, y cuando sus frentes se apoyaron
una en la otra, pensó que ambas se morirían si no dejaban que pasara lo que
estaba claro que iba a pasar entre ellas si seguían viéndose, si permanecía cerca.
Durante unos instantes permanecieron así.
-
Maca,
no podemos seguir así –dijo Esther finalmente-.
-
No,
no podemos –admitió sin más Maca para sorpresa de Esther que abrió los ojos y
se separó de ella cuando las caricias de Maca sobre su rostro volvieron a
sucederse-.
Las llamas de la tentación bailaron en sus
pupilas a pesar de las dudas y los nubarrones desconocidos.
-
Haré
lo que tú quieras, lo que me pidas… no quiero que “esto” te aparte de mí. Sólo
dime qué quieres que haga, lo haré –le dijo Maca con un nudo en la voz-.
De pronto Esther sintió su entrega como una
tremenda losa sobre sus hombros. Aquello no era lo que quería oír, ni tampoco
sentir aquella debilidad en Maca que parecía agotada de repente.
-
Maca,
no es eso de lo que se trata, déjalo –Esther se separó de ella y se puso en
pie. De pronto se sintió como la acosadora de aquella historia, sin saber por
qué se le vino a la cabeza aquellas historias en los chats donde las lesbianas
hablaban de la curiosidad de las heteros… ¿acaso a Maca se le habría pasado por
la cabeza que eso era lo que buscaba Esther?... Negó con la cabeza aquella idea
absurda de su mente, ella sólo quería que Maca sintiera aquella necesidad de
intimidad que a ella le consumía. ¿Por qué no lo decía? ¿por qué no lo admitía?
¿a caso se estaba equivocando a la hora de descifrar sus miradas, sus gestos?
En aquel momento Esther se encontró más confusa que nunca, sus diecinueve años
y su falta de experiencia decidieron jugar su papel justo en ese instante
dejándola insegura, ansiosa, enojada, triste y vulnerable. Si hubiera estado
allí su madre, se hubiera arrojado en sus brazos en busca de consejo y
consuelo.
40
-
Es
tarde, será mejor que nos vayamos –pronunció Esther dándole la espalda, abatida.
En silencio empezó a ponerse los pantalones y la camiseta encima del bikini ya
seco-.
Maca la contempló sintiendo como se le removían
todas las entrañas por dentro. Le estaba haciendo daño a causa de su parquedad,
su distancia y su silencio, podía verlo claramente, y aun así permanecía
quieta, muda… ¿por qué estaba permitiendo aquello? Se rebeló consigo misma.
-
Hubo
alguien, hace mucho tiempo… -pronunció Maca como si algo o alguien la
destripara de repente, haciéndole escupir aquellas primarias palabras-.
El tono apresurado y amargo de su voz, hizo
girarse a Esther hacia ella. Maca se tomó su tiempo antes de atreverse a elevar
la mirada, pues sabía que tendría que enfrentarse a los interrogantes de sus
ojos, acababa de atreverse a abrir el baúl de sus pesadillas.
-
Tú
me la recuerdas –añadió Maca y Esther se vino abajo-.
“Mierdaaaa, ahora resulta que me parezco a la
hija de puta que le rompió el corazón… ¡estupendo! ¡vamos mejorando!
¡Mierdaaa!” se dijo mentalmente Esther, desde que había escuchado el nombre de
“Marta” en sus sollozos, sabía que una historia de desamor aparecería. Su cara
debió reflejar su disgusto, pues Maca sintió la necesidad de explicárselo
mejor.
-
En
realidad, es cómo me siento cuando estoy contigo lo que me la recuerda… Creo
que me he enamorado de ti –le dijo Maca sin más-.
Esther se quedó en silencio clavada en su
sitio. Las palabras le habían llegado, pero el baile frenético que estaba
llevando a cabo su corazón producía que la sangre que acudía a su cerebro la
mareara enlenteciendo su capacidad de reacción.
-
Acabas
de admitir que… que ¿estás enamorada de mí? –quiso verificarlo Esther, habían
hecho mucho el tonto como para cometer errores de comprensión llegadas a aquel
punto-.
-
Sí,
hace mucho que lo siento pero esperaba que tan sólo quedara en algo platónico
entre nosotras, luego esa noche en el pub me besaste… nos besamos –Maca corrigió
aquel punto mientras esquivaba la mirada ansiosa que de repente lucía Esther.
La observó mientras tomaba de nuevo asiento a su lado, y tomó aire para aplacar
sus nervios, tenía que seguir explicándole cómo se sentía, quería que ella la
entendiera-… todo se volvió demasiado real en muy poco tiempo. Pensé que
podíamos borrarlo, hacer como si no hubiera ocurrido y regresar a lo que
teníamos antes… -Maca esbozó una sonrisa
amarga y levantó los ojos para encontrarse con los de ella-, ¡qué estúpida fui!
¿no?
Esther no sonrió, la tristeza que tenía Maca
en los ojos no era algo de lo que alegrarse. No terminaba de entenderla. ¿Tanto
daño le habían hecho que no se alegraba de volver a amar a alguien de nuevo?
-
¿Hubieras
preferido que no nos besáramos aquella noche? –le preguntó de pronto Esther,
sintiéndose culpable por haberlo propiciado todo-.
-
Sí,
y no… -le contestó sinceramente Maca-. Realmente me abriste en canal aquella
noche ¿sabes? –Maca esbozó una tierna sonrisa tras notar como Esther se
espantaba ante sus palabras-, pero llevaba tanto tiempo soñando con hacer lo
mismo que no se cómo pude detenerme… te hubiera hecho el amor en cualquier
rincón de la sala de haber podido –confesó Maca y Esther se puso como un tomate
cuando el brillo de sus ojos le habló de su deseo-.
Maca se obligó a dejar de mirarla de aquella
forma. Aún no le había contado todo lo que se había desatado desde aquella
noche, aún tenía que advertirle a Esther de que no sabía si su relación sería
posible.
-
Esther,
hay algo sobre mí que necesitas saber y que necesito explicarte –le dijo Maca
tomando fuerzas-.
-
Soy
toda oídos –le dijo Esther que guardaba contenidas todas sus emociones con tal
de no interrumpir o espantar a Maca. Por fin parecía que avanzaban en algo, y
no quería tentar a su suerte haciendo que Maca volviera a cerrarse en banda-.
-
No
se por dónde empezar, no es algo fácil de contar… yo… ¡Diablos!… -Maca empezó a
angustiarse. Esther vio como se frotaba la frente nerviosa, como si fuera a
sufrir un ataque de migraña o algo parecido. No podía verla así, y le cogió la
mano tratando de ayudarla. Maca levantó la vista al sentir su contacto y Esther
le sonrió dulcemente-.
-
Empieza
por el principio, no pasa nada –le aseguró Esther y Maca asintió, tomando
aire-.
-
¿Recuerdas
lo que hablamos esta mañana sobre mi familia, sobre mi infancia? –le preguntó
Maca-.
-
Sí,
claro que sí –le respondió Esther-.
-
¿Recuerdas
que te comenté que al ser la pequeña había tenido privilegios, como poder
acudir a una escuela concertada cerca de mi casa? –le hizo otra pregunta Maca y
Esther asintió para darle pie a que prosiguiera-. Bueno, pues por aquel entonces
yo tendría unos nueve o diez años. Las bodegas de mis padres estaban pasando
por una mala racha, y hacían verdaderos malabares para que no saltaran las
alarmas en su entorno social. Hasta entonces yo había recibido educación
privada, y se suponía que vendría como interna a una escuela de Madrid ese mismo
año, pero con tanto follón, mis padres se olvidaron de rellenar las solicitudes
necesarias. De pronto se vieron teniendo que matricularme en el único colegio
para ellos “mínimamente decente” que encontraron en Jerez disponible a aquellas
alturas de inicio de curso, y con lo de “decente” me refiero a que era católico
aunque era mixto, pero lo verdaderamente importante para ellos era que no era
público, y que podrían justificar ante sus amistades que “Pedro, no soportaba
tener a la niña de sus ojos a cientos de kilómetros todo el año, y que por eso
me habían matriculado cerca de casa”. Esa fue la excusa que dieron y la que yo
creí hasta que supe lo que de verdad había pasado.
-
Perdona
que te lo diga Maca, pero tus padres son un “poco” cabrones ¿eh? –Esther no
pudo evitar hacer aquel comentario, y Maca rió con ganas tras escucharlo-.
-
Sí,
lo son, pero son los que tengo –Maca se encogió de hombros al decirlo-. Además,
aquello supuso un gran alivio para mí. Imagínate, de soportar clases aburridas
con una institutriz en casa, a poder pasar desapercibida en una clase con un
montón de compañeros, jugar en el recreo y poder hacer artes plásticas hasta
ponerme perdida el delantal de clase…jajaj… era estupendo.
-
Si,
me lo imagino –le dijo Esther, que estaba encantada de conocer cosas de ella,
pero pronto llegó el contrapunto-.
-
Allí
nos conocimos –Maca bajó la voz imperceptiblemente-. Se llamaba Marta –
“MARTAAA!!!”, se encendió un piloto rojo en la cabeza de Esther-, íbamos a la
misma clase y un día se acercó a mí en el recreo. Yo, aunque no lo parezca
ahora, era bastante tímida. Ella solía decirme que si no dejaba de ser tan estirada
al final tendrían que venir a sacarme el palo del culo…. Jajaja… la primera vez
que se lo escuché me asusté tanto que me puse blanca, entonces ella frunció la
nariz y se rascó la cabeza alegremente diciendo que es lo que le escuchaba
decir a su padre a algunos señores de la tele, pero que en realidad no pensaba
que alguien fuera tan tonto de meterse algo por “ahí” –Maca sonrió al recordar
lo que daban de si los pensamientos de los niños a aquellas edades-. Me espantó
su vulgaridad al hablar, jamás había escuchado ciertas palabras en casa, y ella
se las sabía todas…jajaja… recibí un curso acelerado que hizo que readaptara mi
sensibilidad auditiva, pero me encantaba estar con ella. En muy poco tiempo nos
hicimos inseparables, hasta nos apuntamos juntas a actividades deportivas y de
baile después del colegio, que a mis padres les parecieron estupendas ya que no
tenían que preocuparse por mí hasta las ocho y media de la noche. Ella tenía
una vitalidad arrolladora, estar a su lado esos años me permitió crecer siendo
realmente yo, y no ese personaje “perfecto” y “enseñable” en el que tenía que
transformarme para los actos sociales de mis padres. ¡Era mi mejor amiga!
Esther vio una luz de añoranza en su rostro y
Maca se tomó su tiempo antes de seguir con aquel recuerdo. Esther esperó.
-
Todo
empezó a cambiar cuando entramos en el instituto. Convencí a mis padres para
quedarme e ir al mismo instituto que Marta. Ellos no se resistieron mucho, pues
mis notas eran inmejorables y se regodeaban presumiendo de ello con sus
amistades. Hasta cambiaron de opinión, y empezaron a decir que su hija no iba a
una escuela de pago, porque en ellas se compraban los sobresalientes… ¿te
imaginas? ¡hipócritas! –apuntó Maca meneando la cabeza. Estaba claro que a
pensar de no querer desaprobarlos como progenitores, se sentía herida por ellos
y hacia esfuerzos por no odiarlos. Aquella cualidad tan generosa en ella, ya le
había llamado la atención a Esther hacía mucho tiempo-. Marta y yo, no coincidimos
en la misma clase, lo que supuso una gran decepción para nosotras que siempre
habíamos estado juntas. Sin embargo, salíamos al pasillo entre clase y clase
para reírnos y hablar, nos juntábamos en el recreo y a la salida del instituto,
después de comer, nos reuníamos para hacer deberes, charlar, ir de compras… en
fin, lo que habíamos hecho siempre. Las dos sabíamos que había algo muy fuerte
entre nosotras, pero no supimos ponerle nombre hasta que un día en el recreo
vimos a dos chicas de cursos superiores dándose un beso detrás de uno de los
árboles. Pensé que el corazón se me saldría del pecho cuando Marta me apretó la
mano que me tenía cogida para detenerme y me cubrió con la otra la boca para
que no las alertara. Sin darnos cuenta habíamos sido testigos de algo que debía
ser privado, pero ninguna dejó de mirar por ello. A partir de ese momento ya no
pude mirarla del mismo modo, cada vez que veíamos a esas chicas pasar nos
quedábamos mirándolas calladas, y yo empecé a ponerle nombre a aquellos
sentimientos que hacía tiempo sentía por Marta aunque nunca se lo hubiera dicho.
Pasó otro año, y tampoco pudimos acudir a clase juntas. Como pasa a esas
edades, conocimos gente nueva y empezamos a no poder reunirnos a solas en los recreos.
A mí me bastaba con verla a ella, la gente que nos acompañaba no me importaba,
pero se ve que a ella empezó a afectarle que ciertas chicas se acercaran a mí.
Empezamos a tener peleas, y un día que me quedaba a dormir en su casa, me
espetó que yo tenía la culpa… que no podía ser tan complaciente con la gente,
que esa “puta” educación mía que me hacía incapaz de negarme a nada, las
confundía y hacía que pensaran que yo me moría por ser “amiguita” de ellas. Yo
por supuesto me enojé en lugar de reírme de ella, pues en realidad aun no
entendía que lo que estábamos teniendo era un ataque de celos, y estábamos en
una edad en que las hormonas nos pedían más guerra que paz. Así que me
sorprendí diciéndole que estaba loca, y que me daba igual lo que las demás
pensasen, que si no se había dado cuenta de que a mí sólo me importaba ella, es
que no me conocía realmente. Aun no sé como ocurrió, pero cuando nos fuimos a
dar cuenta nos estábamos besando. Nunca me había vuelto a sentir tan aterrada y
tan feliz al mismo tiempo como aquel día, hasta que tú y yo nos besamos aquella
noche… quizá por eso, todo aquel recuerdo tan doloroso ha venido a mí de golpe
–le dijo Maca deteniéndose unos segundos para mirarla a los ojos-.
Esther le sostuvo la
mirada, no muy segura de querer escuchar como Maca había amado a aquella chica.
Continuó hablando.
-
Empezamos
una relación mucho más estrecha. Nos encerrábamos en los baños para besarnos y
encontrábamos mil excusas para quedarnos a solas. Yo estaba enamorada de ella,
y mi cuerpo tenía necesidad de su proximidad casi constantemente –Esther trató
de que no se le notara el dolor que sentía en la tripa en aquellos momentos-.
Hablamos sobre hacerlo, yo lo deseaba tanto que a penas controlaba mis impulsos
cuando teníamos sesiones de “besuqueo” en su cuarto después de estudiar. Así
que una noche de feria, pasó. Nos quedamos en su casa a solas, y lo hicimos
antes de que sus padres volvieran de la fiesta. Fue maravilloso para ambas, y
tras aquella vez hubo muchas más, yo era tan feliz que no me di cuenta de que
algo poco a poco estaba cambiando entre nosotras. Por fin al año siguiente
coincidimos en la misma clase, yo estaba encantada pues en el verano no
habíamos podido vernos tanto como otras veces, las vacaciones de su familia y
la mía habían sido en meses diferentes. Sin embargo ella empezó a comportarse
de forma extraña, a pesar de haber sido siempre la más lanzada, estaba retraída
cuando nuestras compañeras de clase socializaban con nosotras y nos invitaban a
quedar los sábados. De repente un día me dijo que quería perder peso, yo le
dije que estaba estupenda tal como estaba, pero ella se empeñó en hacer dieta y
yo para ayudarla evité comer cosas que la tentaran durante ese tiempo. Las dos
perdimos peso, y la convencí para que pasáramos ya de dietas, ella pareció aceptar
y durante un tiempo todo volvió a ser como antes, hasta que la pillé vomitando
un día. Al principio creí que le había sentado mal la cena, como me había
dicho, pero el caso es que a pesar de verla comer, cada vez la notaba más flaca
cuando nos acostábamos juntas, hasta que empezó a evitar aquellos encuentros
íntimos, lo cual nos trajo algunas peleas pues cuando yo la buscaba ella se
enfadaba diciéndome que sólo pensaba en “eso”, más tarde entendí que lo que no
quería era tener que desnudarse delante mía. Empecé a preocuparme por su salud,
pensaba que estaba enferma, pero volví a pillarla vomitando y esta vez se lo
estaba provocando después de un cumpleaños al que habíamos asistido. Me encerré
con ella en el baño de chicas, y me enfadé muchísimo. Quería que me explicara
qué es lo que pensaba que estaba haciendo, ella se puso a llorar y me dijo que sólo
lo había hecho unas cuantas veces, y me rogó que no se lo dijera a su madre, yo
a cambio le hice prometer que me dejaría ayudarla y que no volvería a hacerlo.
Pero no cumplió ninguna de las dos cosas y me evitaba todo lo que podía.
Estábamos en su casa cuando descubrí que volvía a tener llagas recientes en los
nudillos de los dedos de la mano derecha de haberse estado provocando el vómito,
me levanté de un salto y le dije que ya era suficiente, que tenía un problema y
que iba a contárselo a su madre –Maca se detuvo en seco, el rostro se le
contrajo de pronto ante el recuerdo-. Me detuvo casi al instante, y yo jamás
había visto tanto odio en sus ojos. Me agarró de los brazos con fuerza, yo
podría haberme soltado con facilidad, pero me sorprendió su respuesta tanto que
me quedé paralizada. De pronto me dijo que todo era culpa mía, que no había
tenido suficiente con lo que ya me daba, y que mi necesidad de más había sido
muy egoísta… yo no la entendí hasta que empezó a recitar las veces que lo habíamos
hecho. Habló de la presión a la que yo la sometía, a la que las demás la
sometían, que nunca me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor, de que las
demás eran crueles con ella a mis espaldas todo porque yo quería mucho, pero
era incapaz de dar nada. Me reprochó ser
igual que mis padres, fingiendo una cara delante de la gente, siempre
comportándome políticamente correcta y amigablemente con todas, pero que a la
hora de la verdad no había sabido anteponerla. Sus palabras y sus acusaciones
me cogieron por sorpresa, nunca la había visto así, y salí casi corriendo de su
casa cuando me dijo que estaba cansada de ponerse a mi altura, y que en
realidad no sabía si me había querido nunca de aquella forma… Me pasé la noche
en vela rogando porque todo hubiera sido fruto de mi imaginación, y de que
aquel encuentro hubiera sido sólo una más de nuestras adolescentes peleas, pero
no fue así. Dejó de venir a clase, y yo estaba demasiado aterrada como para enfrentarme
a la realidad e ir a su casa, a la semana empezó a haber rumores de que estaba
enferma. La gente me preguntaba a mí, y yo no sabía que responderles, me sentía
la culpable de todo, y estaba avergonzada por sus palabras. En su ausencia
empecé a ser consciente de lo crueles y envidiosos comentarios que hacían sobre
Marta sólo porque yo estaba con ella, y las demás, niñas con afán de protagonismo
y aires de grandeza, que querían adherirse a mi culo tanto como a mi apellido,
jamás lo conseguirían mientras ella lo estuviera, o eso es lo que ilusamente
debieron pensar pues yo jamás sentí ningún interés en ser su amiga. Marta
regresó a las dos semanas para alivio mío, pero no volvió a sentarse a mi lado
en clase y no dejó que me acercara a ella. Se que debí insistir en pedirle una
explicación, en intentar solucionar lo que había pasado entre nosotras… pero
ella parecía estar más tranquila en aquellos momentos sin mí y en realidad creí
que sería cuestión de tiempo, algo pasajero que podríamos retomar en cualquier
momento cuando todo se calmara. Cuando me fui a dar cuenta habían pasado meses,
de pronto me enteré que sus padres le habían ingresado en una clínica. Hablé
con su madre porque quería verla, pero me dijo que no se les permitía el acceso
ni siquiera a ellos, no durante aquel primer periodo. Creo que su madre se
sentía tan culpable como yo por no haberse dado cuenta antes de que a su hija
le pasaba algo, así que nos limitamos a guarda silencio y darnos la espalda
para no afrontar el hecho de saber que lo que más queríamos estaba sufriendo.
A Maca empezaron a temblarle las manos y Esther
se las tomó entre las suyas para que pudiera terminar de contarlo. Maca
necesitaba soltar aquella carga que llevaba dentro como fuera.
-
En
agosto me llegó una carta de ella. Sólo ponía: “Lo siento, nunca quise decir lo
que te dije, no era realmente yo. Perdóname por no luchar. Te quiero” -a Maca empezaron a resbalarle por la cara
unas silenciosas lágrimas, pero se obligó a continuar como si estuviera muy
lejos del presente en aquellos momentos-. A los dos días supe que Marta se había
suicidado aprovechando uno de los permisos que le habían dado por buen
comportamiento en la clínica. Sólo tenía quince años.
-
Oh
cariño… -Esther se apresuró en ir a su encuentro para abrazarla. Maca se aferró
a ella con fuerza y desahogó su llanto en su hombro dejándole empapada la
camiseta-.
-
La
quería, ¿por qué no me di cuenta…? -sollozaba Maca, y Esther le acariciaba el
pelo mientras su dolor se le contagiaba y le susurraba que ella no tenía la
culpa-.
Cuando se desahogó y empezó a sentirse mejor,
liberó a Esther de su férreo y convulso abrazo. Aún necesitaba explicarle
algunas cosas.
-
Después
de aquello me rebelé con todo el mundo, me negué a hacer los exámenes en
septiembre de las asignaturas que había dejado de hacer durante el curso porque
sólo estaba pendiente de ella. Mis padres se pusieron como locos cuando se
enteraron de lo que había hecho con mis estudios, menospreciaron mi dolor, y yo
les conté todo… que era lesbiana, que Marta y yo éramos pareja, pero ellos se
negaron como siempre a afrontar la realidad y simplemente cerraron los ojos e
hicieron lo mejor que saben hacer, fingir que nada había ocurrido y enviar
lejos a los problemas, en este caso, a mí. Por eso tuve que terminar mi
bachillerato en Madrid. A los muy gilipollas, no se les ocurrió otra cosa que
meterme de interna en un colegio de mojas sólo para chicas ¿te imaginas? –a
Maca le salió una risa cínica, que no dejaba de ser una muestra más del dolor
por todo lo que había pasado. No sólo por haber perdido a la única persona que
había amado, sino por el modo en que lo había hecho y por lo sola que se había
sentido teniendo que afrontar algo tan doloroso con apenas dieciséis años-. Ni
siquiera se como sobreviví, me volví cínica y perversa, y de repente un día
alguien me besó y descubrí que algo en mí seguía vivo, me aferré a ello con
todas mis fuerzas. Descubrí que me era muy fácil identificar a aquellas de mis
compañeras que podían y querían darme más de aquello, y me dejé llevar
reponiéndome poco a poco de mis heridas. Al año siguiente, incluyeron en la
plantilla a una psicóloga y me obligaron a ir a ella cuando me pillaron acostándome
con una compañera en uno de los confesionarios. Al principio iba allí, y no
hablaba de nada, era una psicóloga joven, y yo aún seguía queriendo fingir que
nada me importaba, así que también jugué a echarle los tejos a ella. No se como
lo consiguió, pero al tener que visitarla tan a menudo por mis escarceos con
compañeras, terminó haciendo que me abriera. Entonces dejé de ser tan
destructiva conmigo misma, fue allí donde decidí que quería estudiar medicina,
pediatría… necesitaba ayudar a niños, ya que no había podido ayudarla a ella.
Supongo que aprendí a focalizar mi rabia, y a normalizar un poco mi vida y mi
comportamiento como persona –Maca se detuvo y clavó la mirada en Esther con
tanta intensidad que la sobrecogió-. En realidad creí que lo había superado,
que todo estaba bien, hasta que apareciste tú y me hiciste sentir cosas que
hacía mucho tiempo no sentía. Tú has hecho que me de cuenta del vacío que aún
existe en mí como persona, y no deja de ser aterrador verse a través de ese
cristal y no saber si puedo ser capaz de cambiar, de ser alguien completo para
ti.
Las dos se quedaron mirándose con un nudo en
la garganta.
Continuará...
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