La empresa de Pedro Wilson, está a punto de sacar al mercado un láser quirúrgico que revolucionará el mundo de la medicina, el cual ha sido creado por una joven prodigio en ingeniería robótica que resulta que además es su hija, Macarena Wilson. Sin embargo, otros intereses ocultos acechan al proyecto y amenazan con cambiar el futuro de Maca para siempre, si finalmente su trabajo sale a la luz en toda su magnitud. Con la amenaza de perder a su hija, Pedro aceptará la contratación de Esther García, una mujer misteriosa que tomará las riendas de la empresa en pro de un único fin, proteger a la joven. Algo que no le será fácil, dado el espíritu rebelde, guerrero y liberar de Maca, que ajena a lo que sucede a su alrededor, verá a Esther como su única amenaza.
76
La persiana ligeramente echada terminó por
no lograr retener la luz solar. Maca empezó a sentir el calor en su cara, abrió
ligeramente un párpado molesta por la interrupción y lo volvió a cerrar
mientras procesaba la información. De repente se le abrieron los ojos como
platos. ¡Ya era de día!, y lo más importante, ¡ya era “mañana”! Se incorporó de
un salto y le bastaron un par de pasos para reconocer su despertador estampado
contra el armario. Lo había vuelto a hacer, lo había apagado de un manotazo y
ahora tendría que darse prisa si quería recuperar el tiempo perdido. Abrió el
armario y pilló un par de pantalones cortos y una camiseta. No podía creerse
que después de aquella interminable noche de insomnio, se hubiera dormido
malgastando horas sin duda valiosas. Se vistió en tiempo récord, y se recolocó
el cabello con unos movimientos enérgicos de cabeza y unos cuantos pases de sus
dedos. Miró el reloj, eran casi las doce.
-
¡No puedo creerlo... no puedo creerlo! -se lamentaba-.
Y se apresuró a salir de la habitación. En
un primer impulso estuvo a punto de llamar a Esther para ubicarla, pero
rápidamente se dio cuenta de que parecería demasiado ansiosa. Desestimó la idea
y anduvo por la casa, el camino parecía despejado y decidió aprovechar para ir
al baño y asearse un poco. Ya iba saliendo por la puerta del aseo cuando
escuchó a alguien trastear en la cocina.
-
Esther -se dijo-.
Y se encaminó hacia su encuentro sin
sospechar que se quedaría clavada como una estúpida cuando la tuviera delante.
-
Buenos... buenos días -consiguió finalmente articular las palabras-.
Esther se giró enseguida terminando de beber
agua de una botella. Inquieta como estaba después de la noche nefasta que había
pasado, y nerviosa por ver que Maca no despertaba, había decidido salir a
correr unos kilómetros más. Así que ahora, mientras veía a Maca con aquellos
pantalones cortos y aquella camiseta que destacaba evidentemente sus atributos,
se lamentó de que la primera visión que
Maca tuviera de ella aquel día fuera la de una cara colorada por el
esfuerzo, y un cuerpo en top y pantalones de chándal empapados en sudor.
-
Buenos días -le contestó Esther con una sonrisa-. Como no despertabas
fui a correr -se justificó por inercia-.
-
Ya lo veo -le dijo Maca que no apartaba los ojos de ella-.
Esther no supo que pensar, y mucho menos que
decir hasta que el silencio fue demasiado incluso para ella.
-
Será mejor que me de una ducha mientras desayunas algo. En seguida estoy
contigo, ¿vale? -se escabulló como pudo Esther, y Maca se lo permitió-.
En cuanto la imagen de Esther salió de su
alcance, Maca se acordó de respirar. Ahora que el hormigueo incómodo de la pasión
había dormido no sabía cómo encarar a aquella mujer que la dejaba paralizada
por completo. Pensar en acercarse a ella con la cabeza despejada, era sin duda
mucho más complejo que dejarse llevar una vez embotados los sentidos de su
olor, su sabor, sonido y contacto.
“Estupendo... ya estamos solas, ¿y ahora
qué?” se dijo Maca para sí, mientras se decidía a abrir la nevera y meter
directamente la cabeza en el frigorífico en busca de un poco de sana frescura
mental.
Esther tardó en salir del baño, pues había
necesitado algo de tiempo a solas para prepararse ante lo que se suponía iba a
acontecer entre ellas. A pesar de haberse pasado la noche imaginando cómo
sería, envuelta en los recuerdos de la pasión que les había reportado el día
anterior, ahora a la luz de un nuevo día todo parecía más difícil. Sabía lo que
quería, lo sabía con dolorosa exactitud. Podía notar como cada partícula de su
cuerpo se exaltaba sólo con la esperanza de ser tocada, rozada o besada por
aquella boca que parecía tener grabado a fuego su nombre como un conjuro que
acabaría con ella, pero ¿cómo plantearlo? Había sido tan fácil dejarse llevar
el día anterior, había sido tan fácil coquetear con ella después de que el infierno
se abriera bajo sus pies. Fácil como lo hace la certeza de que se navega en una
misma frecuencia, algo que habían compartido y que la noche y la separación
forzosa no sabía si había enfriado e incluso corrompido. Ahora tendría que
averiguarlo, y lo peor de todo era que tendría que averiguarlo de forma sutil y
civilizada, pues le aterraba la idea de que Maca se hubiera arrepentido o que
pensara que lo que buscaba era sólo un revolcón.
Se vistió y salió del baño. En el comedor la
televisión sonaba indicándole un zapping frenético de canales, se sonrió por la
esperanza que le abría aquel hecho. Caminó hasta el comedor en busca de Maca, y
en cuanto llegó no le pasó desapercibido que ésta ocultaba el mando y se
concentraba en la pantalla. Aquello aún la hizo sonreír más.
“Está nerviosa”, pensó Esther, y se sentó en
el sofá con ella.
-
Es increíble como una buena ducha puede hacerte sentir humana de nuevo
-mencionó Esther fijando la vista también en la pantalla-. ¿Qué estás viendo?
Maca trató de concentrarse en las imágenes a
las que apenas había prestado atención para poder darle una respuesta.
-
Las tortugas ninja -reconoció al fin Maca, y puso los ojos en blanco al
darse cuenta de la imagen lamentable que le estaba dando a Esther-.
“Genial... ahora va a pensar que me mola la
programación infantil, muy maduro, si señora... mierda” pensó para sí, pero no
apartó los ojos de la pantalla, porque ya era bastante amedrantador luchar con
el olor que le llegaba de Esther, como para atreverse a contactar visualmente
con ella. Estaba completamente convencida de que sus ojos delatarían aquel
cosquilleo que sentía en la boca del estómago sólo con tenerla cerca.
Permanecieron en silencio unos minutos,
fingiendo estar atentas a los dibujos cuando lo que en realidad hacían era
buscar la forma de aproximarse sin que se les viera desesperadas. Finalmente fue
Esther la que volvió a mover la primera ficha.
-
Me llamó Laura a las once para decirme que habían llegado bien al
pueblo. Resulta que la tienda de accesorios que le indiqué no abre hasta las
cinco de la tarde, así que no vendrán a comer, ¿qué raro no? -le dijo Esther-.
Maca no pudo evitar mirarla, pues en su tono
se reflejaba la suspicacia pero también la sonrisa traviesa que se le había
dibujado en la cara. Esther sin embargo no la miró, siguió anclada a la
pantalla de televisión con una sonrisa en su rostro, mientras a Maca le daba un
escalofrío por la directa que acababa de enviarle.
“ Si no abren hasta las cinco entonces....
un par de horas para regresar, tenemos hasta las siete y son.... la una... seis
horas. ¡Tenemos seis horas! “, calculó mentalmente Maca mientras sentía como el
pulso se le aceleraba ante la perspectiva.
-
Lo que es raro es que al final se tragaran el anzuelo -contestó Maca
finalmente y también sonrió-.
-
¡¡¿Qué anzuelo?!! -se hizo la loca Esther y esta vez si se giró a
mirarla-.
-
jajaja... -Maca se tuvo que reír, pese a lo seria que parecía Esther, lo
cierto era que tenía un gran sentido del humor y que era capaz de poner caras
de lo más cómicas-. Vaya, ¿entonces enviarlas a por los chismes esos no era
ningún anzuelo?
-
No -contestó Esther conteniendo una risa y fingió hablar en serio-. Me
parece fundamental que tengamos cuanto antes las linternas iónicas y los
repelentes de mosquitos.
-
¡Oh, que decepción! -siguió con el tonteo Maca mientras apoyaba un codo
en el respaldo del sofá para girarse en su dirección y la miraba ladeando la
cabeza coquetamente-.
-
Decepción, ¿y eso? -le siguió el juego Esther también girándose en el
sofá para mirarla a la cara-.
-
Albergaba la esperanza de que fuera una treta para que dispusiéramos de
tiempo a solas para poder meternos mano, pero ya veo que no... -le soltó Maca
envalentonada por aquel juego que siempre las envolvía-.
-
Ajáaa! Lo sabía... -contestó Esther señalándola-.
-
Jajaja ... ¿Qué sabías? -se rió Maca por su reacción claramente
guasona-.
-
¡Qué te morías porque nos metiéramos mano! -le dijo Esther sonriendo y
ladeando también la cabeza-.
-
Jajajaja... “elemental, mi querido Watson” -le contestó Maca-.
Y las dos estallaron en risas que poco a
poco se fueron calmando y dejando paso
de nuevo a una tensión que las mantenía atadas.
-
¿Entonces qué? -preguntó Esther viendo que ninguna daba el paso-.
-
¿qué, de qué? -le contestó Maca con otra pregunta, no estaba dispuesta a
ser ella la del siguiente movimiento-.
-
Te has propuesto ponérmelo difícil, ¿no? -se quejó Esther poniendo los
ojos en blanco-
-
Ni idea de lo que me hablas -le contestó Maca-.
-
Aggrrr.... -gruñó Esther desesperada, aquel tonteo adolescente la estaba
matando-
Maca no pudo evitar reírse.
-
¿Te ríes? -le preguntó Esther con una ceja alzada en señal de amenaza, y
alcanzando sus tobillos, tiró de ella para borrar el espacio de sofá que las
separaba-.
-
jajaja... como para no hacerlo -contestó Maca ya a unos dos palmos del
cuerpo de Esther, la sonrisa no se le podía borrar de la cara-.
-
Tú has oído eso de que el último ríe mejor, ¿no? -le dijo Esther en
señal de advertencia-.
-
jajaja… algo he oído, sí -reconoció Maca que no podía dejar de reír, con
esa risa tonta que sólo un estado de nervios consigue desbocar sin razón-.
Esther alzó una mano y le acarició la cara
mientras le colocaba el cabello para poder contemplarla. Maca tardó aún un poco
en contener la risa, pero al final pudo más la plena consciencia de aquella
mirada y aquellos dedos que empezaron a consumirla.
-
¿Y ahora, qué? -esta vez fue Maca la que interrumpió aquel momento de
silencio, pues el pulso le golpeaba en las sienes estando tan cerca de aquella
boca-.
-
¿Qué, de qué? -le hizo Esther lo mismo que Maca le había hecho-.
Maca le miró los labios con intensidad,
luego la miró a los ojos como si con su recorrido hablara con ella. A Esther le
dio un vuelco el corazón, acababan de llegar al mismo punto dónde lo habían
dejado el día anterior.
-
Dejemos de jugar... -musitó Maca mientras franqueaba la distancia-.
Y en una milésima de segundo todo empezó a
borrarse a su alrededor mientras sus labios hallaban el camino hacia un mundo
de verdadera perdición.
77
Parecía imposible, pero fue encontrarse y
desatarse un nudo de pasión intenso y estrecho que las dejó sin aliento en
pocos minutos.
-
Debería estar penado que beses así -le susurró Maca con la voz tomada
por lo que sentía por dentro-.
Esther cogió su cara con una mano, tratando
de recordar cada detalle de aquel rostro que desvelaba su sueño desde hacía
tantísimo tiempo.
-
Entonces tú ni siquiera tendrías que existir... -le dijo Esther igual de
consumida y volvió a besarla, porque no hacerlo era peor que privarse del
aire-.
Maca se dejó arrastrar por aquellos besos
que la inundaban y la hacían gemir sin voluntad. Esther no podía creer su dicha
y se entregaba en cada acto por completo temiendo que fuera un sueño del que
despertaría. Empezaba a hacer demasiado calor, y ambas en el fondo sabían que
no aguantarían mucho coqueteando con las llamas de aquel fuego que habían
encendido. De repente el sofá empezó a estorbar, estrecho y caluroso,
interpuesto entre sus cuerpos que no podían amoldarse como su deseo les
requería. Esther empezó a viajar por la cintura de Maca tratando de acercarla,
Maca por su parte se dejaba arrastrar sin resistencia, absorta en el deleite de
aquella suavidad. Un tirón y Maca obedeció encaramándose sobre las piernas de
Esther que la aferró por la cintura contra ella sin dejar de buscar sus labios.
Maca sintió el deseo de aquella mujer como si fuera el suyo propio, y casi
gimieron al unísono cuando Esther resbaló sus labios y su lengua por la garganta
de Maca.
-
Vamos a la cama -musitó Maca incapaz de aguantar aquello por más
tiempo-.
Entonces Esther se detuvo en su recorrido de
devorarla.
-
¿Estás segura? -le preguntó, una vez llegaran a ese punto no habría
marcha atrás-
A Maca se le escapó una risa nerviosa
mientras se detenía a mirarla.
-
jajaja.. ¿tú qué crees? -le dijo-.
-
Sabes a qué me refiero... -le contestó Esther tomándose un momento de
calma que evidentemente no sentía-. ¿De verdad quieres qué lo hagamos?
Maca la miró un poco aturdida, de repente no
estaba segura de comprender si Esther le hacía aquella pregunta por referencia
a Nando, por lo que implicaba acostarse por primera vez con una mujer o por que
estaban hablando de acostarse juntas... ellas dos.
-
Empiezo a pensar que es usted la que no está segura de esto comandante
-prefirió adoptar la ironía Maca, pues no quería romper el momento poniéndose
seria-.
Al ver como el rostro de Esther mudaba de
piel supo que no había escogido las palabras correctas, pero no se atrevió a
añadir nada más, simplemente esperó mientras Esther la cogía de las manos,
agachaba la mirada para contemplar como sus dedos se enlazaban y con extrema
dulzura empezaba a besarlas.
-
No hay nada en este mundo que desee más que hacerte el amor hasta quedar
exhausta y maltrecha de demostrarte todo lo que guardo en mí para ti -le dijo
Esther, y a Maca la sacudió un terremoto que la dejó temblando de pies a
cabeza-.
Esther entonces alzó la mirada para
encontrarse con la suya, y Maca supo que nadie la había mirado jamás con la
pasión y entrega con que la miraba Esther. Un nudo se instauró en la boca de su
estómago, sabía que había algo más.
-
¿Pero? -preguntó Maca con temor, en realidad no quería escuchar la
continuación que estaba segura que había-.
Esther esbozó una tímida sonrisa, luego
suspiró.
-
Pero hay algo que llevo mucho tiempo queriendo decirte y es posible que
cuando lo sepas no te apetezca estar cerca de mí -dijo Esther-.
Maca creía que temblar más no era posible,
pero se equivocaba. El miedo al que hubiera algo que pudiera hacer que apartara
a Esther de su lado era peor que el terremoto que despertaba en ella la pasión
de aquella mujer.
-
¿De qué estás hablando, Esther? -Maca se bajó de encima suyo, no podía
pensar si la tenía tan cerca-.
Esther sintió la pérdida de su contacto como
si la enterraran bajo hielo, pero no se quejó. Por mucho que la deseara, no era
equiparable a lo mucho que la amaba y sabía que sería incapaz de perdonarse a sí
misma el hacerle el amor sin contarle lo de las fotografías.
-
Antes de decírtelo necesito que prometas escucharme hasta el final, ¿lo
harás? -le pidió Esther con calma-.
-
¡Esther, me estás asustando! -le advirtió Maca, no le gustaban las
vueltas, ella era de cosas claras-.
-
Está bien -Esther no quería que se hiciera cábalas que no eran, al final
decidió decirlo sin más-. Sólo espero que entiendas que hacía mi trabajo.
-
¡Esther! -la apremió Maca, ya estaba nerviosa y aquel rodeo no ayudaba-.
-
Vale -suspiró Esther, era inútil querer exponer todo el contexto, Maca
era de origen práctico-. Cuando me contrató Cruz no sabía nada de ti, lo único
que teníamos claro era que la
DMIT estaba detrás de tus pasos y que ya habían convocado al
consejo para hablar de tu proyecto. Como ya sabes, la DMIT te estaba siguiendo
desde hacía bastante tiempo, observaba tus movimientos y espiaba tu entorno
para conocer mejor al sujeto, es decir, a ti.
-
Sí, pero no entiendo... ¿porqué hablamos de esto ahora? Eso ya lo sé -la
interrumpió Maca, que sentía como en su interior volvía a crecer aquella
indignación y furia desatadas que le costaba tanto dominar cuando se hablaba de
su intimidad-.
-
Porque de lo que nunca hemos hablado es de en qué consistió mi trabajo
aquellos primeros días que estuve trabajando para tu padre -le contestó Esther
y notó como Maca se paralizaba a la defensiva-. Maca, era necesario para
mantenerte a salvo... -Esther suspiró bajo la atenta mirada de Maca-... le
ordené a Laura que te hiciera un seguimiento durante dos semanas, tan estrecho
como estaba segura había hecho la
DMIT. No me siento orgullosa de tener que rebuscar en la vida
privada de los demás, pero tampoco puedo decirte que me arrepienta. Es mi
trabajo, y la única manera viable de que pueda sacaros de sus garras.
-
¿Qué es lo que encontraste que te preocupa que yo sepa? -Maca la cortó
en seco. Apartó toda la paja de sus palabras y fue directa al núcleo, a lo que
Esther aún no decía-.
Esther pese a todo, pese a la parte amarga
que le tocaba, se sintió orgullosa de ella y su claridad meridiana.
-
Hicimos fotos, no íbamos buscando nada morboso, pero coincidió justo con
el fin de semana que Nando y tú estuvisteis juntos, y Laura no tuvo más remedio
que hacerlas para poder presentarme a tu entorno -Esther estudió la reacción de
Maca pero no había ninguna, no sabía si la estaba entendiendo-. Las fotografías
eran bastante comprometidas Maca, Nando y tú....
-
¿Hicisteis fotos mientras estábamos en la cama? -le atajó Maca con
aquella pregunta directa y clara, mientras luchaba con aquellos sentimientos
encontrados que la sola idea de aquello le despertaba-.
-
Lo siento, no era lo que pretendíamos, simplemente salieron -Esther se
dio cuenta de lo mal que sonaba aquello-.
-
Já!... salieron!... ¿cómo? ¿cómo por arte de magia? -Maca se puso en
pie, ya no esperaba respuestas, simplemente necesitaba digerir todo aquello sin
que le explotara encima-. ¡Dios! ¡No puedo creerlo!
Esther esperó. Maca se removió inquieta de
un lado para otro, tratando de determinar que podía más, si aquella ira de
sentirse ultrajada, o lo que sentía por aquella mujer. Estaba segura de que
Esther no haría nada que atacara a su persona, que si esas fotos existían era
puro fruto de su deber, un deber que se recordaba le beneficiaba, que era por
protegerla a fin de cuentas... sin embargo, ¿por qué no podía aplacar aquella
furia que sentía? Lo sabía. Se sentía expuesta, se sentía suciamente invadida,
vulnerable, un juguete en guerra de nadie... “Dios, yo y Nando... ella ha
visto... Dios”, Maca no quería pensarlo, pero lo pensaba. Su cabeza hizo un
barrido de fechas y pudo situar el hecho exacto en su memoria. Le temblaron las
rodillas.
-
¿Dónde están? -preguntó con un hilo de voz, sin atreverse a mirarla-.
-
Las destruí -le contestó Esther, y era cierto. Durante bastante tiempo
tan sólo la imagen que plasmaba a Maca desnuda y con la espalda arqueada
permaneció a su recaudo como un tesoro que no se atrevía a perder, pero
finalmente también la destruyó. Ahora ya no quedaba nada, y sintió que quizá
también acababa de perder a la modelo de aquella fotografía, que había
terminado siendo su cruz más maravillosa y pesada-.
Maca se paró en seco, y se frotó la frente
como si algo le ardiera y quisiera deshacerse de ello. Esther empezó a preocuparse
al ver que Maca rehuía mirarla.
-
Maca -la llamó Esther poniéndose también de pie, quería abrazarla-.
-
¡No! -la detuvo Maca extendiendo una mano en señal de stop y Esther se
detuvo-, aún no.
Suavizó el tono Maca cuando por fin la miró,
no quería hacerle daño. La quería, pero aún no sabía como deshacerse de aquel
sentimiento encontrado que sentía y si quería no lastimarla tendría primero que
luchar contra él antes de aceptarla.
-
¿por qué me lo has dicho? -se lamentó Maca, su voz era más apagada. En
realidad Esther sabía que no esperaba una respuesta a su pregunta-.
-
Te conozco, y te quiero.... no podría vivir sabiendo que esto podía
estallarnos en la cara -le contestó de todas formas Esther-.
Maca la miró, entendía lo que le decía, pero
aún así no podía acallar el rugido que sentía.
-
¡Lo siento! No sé que otra cosa puedo decir -le dijo Esther viendo que
no era suficiente para borrar las dudas de Maca, que aún se mantenía alejada de
ella-.
-
Yo también lo siento -musitó Maca, frotándose otra vez nerviosa la
frente, la cabeza le iba a estallar-.
-
Maca, no hagas un mundo de esto... no me alejes de ti -le dijo Esther
desesperada por el silencio que volvía a posarse entre las dos como muro de
cemento-.
-
¿Crees que quiero hacerlo? -le gritó de pronto Maca y en cuanto se dio
cuenta de ello por los ojos dolidos de Esther, su rostro se apagó como si se
hubiera abofeteado a sí misma-. Lo siento, no quiero hacerlo, pero no sabes
como me siento ahora mismo. Sólo de pensar que tú, que has visto que... Nando y
yo, por Dios.... ¿sabes lo expuesta que me siento? Tú no puedes comprenderlo,
estás entera... erguida y entera... ¿cómo crees que me siento al saber que habéis
robado algo íntimo, algo que no os pertenecía a ninguno? Quiero estar contigo,
pero... no sé qué hacer con esto.
Terminó de explicarle Maca mientras su voz
se apagaba y volvía a esquivar su mirada. Esther empezó a temblar, la
posibilidad de perderla era... no había palabras para definirlo. Maca y ella se
quedaron mirándose en silencio, como si en mantenerse unidas por aquel hilo
invisible les fuera la vida. Entonces Esther empezó a quitarse la ropa para
sorpresa de Maca.
-
¡¡Esther, ¿qué haces?!! -le preguntó sorprendida-.
Esther no contestó, se quitó la camiseta, se
quitó los pantalones y no se detuvo hasta que se quedó completamente desnuda
ante sus ojos. Maca la miraba con un interrogante en el rostro, incapaz de
comprender qué trataba de hacer con aquello... hasta que habló.
-
Dices que sigo entera y erguida, mientras tú te sientes expuesta y
vulnerable. ¡Mírame! -le dijo Esther con suavidad mientras se quitaba la coleta
y dejaba caer su pelo por la espalda-.
Maca no había dejado de mirarla ni un
segundo, no podía.
-
¡Mírame bien! ¿Te parece esta la imagen de alguien entero? -le espetó
Esther de pronto, su cuerpo temblaba de pies a cabeza, aún a distancia podía
apreciarse-. Dices que te robé tu intimidad, pero tú me has robado algo peor
que eso. Desde que te conozco no sé quién soy, yo era feliz con lo que hacía,
con quien era... y ahora sólo sé que haría cualquier cosa que me pidieras. Te
has llevado algo más que mi voluntad, si tú estás asustada por sentirte
expuesta, yo estoy aterrada por ser una marioneta de esto que siento por ti.
¡Lo siento Maca! Esas fotos no debieron hacerse, pero se hicieron, y se
quemaron. ¡Te doy todo lo que soy! ¡No estoy entera, estoy rota! Más rota que
tú... -le dijo Esther mirándole a los ojos aunque sus últimas palabras apenas
habían sido un hilo de voz-.
Maca la miró como creyó que no podría verla
nunca, y todo encajó en su interior como un rompecabezas. Sus miedos, sus
complejos, esa mitad vacía que le hacía remeter con furia y blandir su espada,
quedó cubierta de un plumazo por la dulzura y entrega que acababa de hacerle
Esther. De pronto se dio cuenta de que no quería luchar contra ella, quería
luchar a su lado, es más... quería protegerla, más que a nada y más que a
nadie. Un sentimiento que casi había olvidado. Un sentimiento que había
olvidado porque le recordaba a un amor tan profundo como el que sentía por su
madre.
Esther seguía temblando en mitad de la
estancia, desnuda y habiendo agotado el último cartucho que le quedaba. De
pronto Maca la miró con una intensidad que aún no le conocía, y en cuestión de
un segundo sus pasos barrieron la distancia que las separaba. Esther creyó
desfallecer cuando las manos de Maca abrasaron su piel al apoyarse en sus
hombros para aproximarla, y todo se tiñó de un rojo intenso, tan intenso y
pesado como la sangre que borboteaba en su interior. Los labios de Maca la
liberaron de aquel angustioso “sin saber”, enterrándola en una espiral de
pasión y desenfreno casi doloroso. Esther sintió sus dientes mordiéndole la
carne, pero no se quejó. La sintió hundiendo los dedos en su piel hasta casi
amoratarla, pero tampoco dijo nada consumida en la desesperación que Maca
estaba sintiendo mientras la hacía suya. Y resistió una y otra vez ante aquella
lucha interna que presentía en ella, mientras la ahogaba con sus besos, hacia
jirones su piel con las manos y mordía su cuerpo entre jadeos y súplicas de que
la perdonara...
-
Shhss... ya cariño -le susurró Esther con dulzura mientras Maca
enterraba la cara en su cuello tratando de respirar-.
Maca desbordada por el recuerdo y por lo
fuerte de sus sentimientos se había puesto a llorar. Su cuerpo se agitó entre
los brazos de Esther, incapaz de soltarse de ella pues hacía mucho tiempo que
presentía que era su tabla salvavidas.
-
Yo no soy así -musitó Maca mientras sus lágrimas se secaban, la
intensidad del momento se empezaba a transformar en calma-.
-
Yo tampoco -le dijo Esther con dulzura, y cogió su rostro entre las manos
para poder mirarla-. Vamos a la cama, no perdamos más tiempo.
Le dijo Esther con una sonrisa dulce y
tranquilizadora, mientras sus ojos brillaban por una pasión que no dormía. Maca
asintió, siguiendo sus pasos cuando Esther tiró de su mano para guiarla hasta
el dormitorio.
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