Nada
es casualidad, y sin embargo todo parece surgir como si nada.
Los
domingos no suelo madrugar, y este no iba a ser diferente. Ya habían dado las
once en el reloj, y yo apenas había podido sacar un pie de la cama.
- - Maldita sea.
Mascullé
en mi primer intento de ponerme en marcha. Llevaba meses aquejada de una
ciática que poco a poco había conseguido mermar mis fortalezas. Con la pierna
dura y un dolor paralizante, volví a caer en la cama hasta calmar el espasmo.
Poco a poco fue pasando y volví a intentar arrastrarme hasta la cocina. Media
hora, media de reloj para comenzar a funcionar, tomar un colacao de pie, poder
sentarme en la taza del wáter… vestirme. Intenté no pensar demasiado en lo
harta que estaba de la situación, del dolor, y me lancé a la calle. Andar, poco
a poco me ayudaba con el dolor, no era la panacea ni la solución, pero era lo
que debía hacer, y lo hacía. Recorrí un par de calles lentamente, con los
brazos en jarra sujetando mi espalda, conteniendo el aliento aun sabiendo que
respirar relajadamente ayudaría.
- - Esto es una puta mierda, pero es lo que hay…
deja de quejarte.
Me
reñí mentalmente, necesitaba más fuerza y apreté el paso, los dientes, y poco a
poco la pierna fue cumpliendo con sus obligaciones. Un paso detrás de otro y a
funcionar. Pude volver a concentrarme en los escaparates, en la gente que
paseaba a mi alrededor y que hacía unos minutos no era capaz de ver centrada en
mis cosas. Sonreí por primera vez al ver a unos niños jugando al “pilla-pilla”,
y caí en la cuenta de que estábamos ya en época de comuniones.
- - Madre mía, y yo con esta pinta.
Apenas
un pantalón de chándal adecentado y una camiseta de manga corta. Nada
glamuroso, sólo comodidad. Todo lo que había podido alcanzar para vestirme y
salir con prisas a rearmarme. Me puse a pensar en que cuando volviera a casa me
pegaría una ducha rápida y me vestiría mejor para la comida.
A
las dos de la tarde, duchada y con los vaqueros enfundados, me deslicé en el
coche sin muchos problemas. No es que me apeteciera mucho ir a aquella comida,
pero no soy buena diciendo que no a los compromisos, y me resigné a dejarme
llevar en lugar de imponerme. Cuando llegué al restaurante, mis antiguos
compañeros de FP ya estaban casi todos a la mesa. Me alegré nada más verles, y
las reticencias se esfumaron con las primeras bromas, saludos y sonrisas.
- - Joder que cara te vendes.
- - ¿Sólo yo? Somos cinco gatos y nos ha costado un
año reunirnos –dije-.
- - jajaja… tienes razón. A ver si a la siguiente no
lo demoramos tanto.
- - Eso.
Nos
sentamos a la mesa y empezamos a hablar. Pronto me di cuenta de que como
siempre habían elegido el restaurando más raro de toda la ciudad. Un
vegetariano con propaganda extremista, que me hizo pensar que no había mucho de
antiviolencia y mente friendly en el ambiente, pero ellos eran así. A veces las
buenas intenciones se vuelven radicalismos, sin darse cuenta que al hacerlo
pierden todo su buen sentido. Comí sin quejas pese a que creo en las dietas
mediterráneas y huyo de los extremos. Bebí zumo natural de limón y estuve
encantada cuando tras las charlas decidieron ir a una terraza a tomar un
helado.
- - ¿Nos sentamos en esta?
- - Por mí guay. ¿Qué vais a pedir?
- - No sé…
Me
senté al lado de Ana y mientras los demás pedían helado, me puso al día de su
nueva situación sentimental. Hacía ocho meses que había conocido a un chico vía
meeting y aunque al principio no le había resultado muy atractivo, resultaba
que se sentía tan a gusto con él en todos los aspectos que la alegría le salía
por cada poro de la cara.
- - Tía, mejor que nunca.
- - Como me alegro por ti.
- - Te lo digo en serio. ¿Quién me lo iba a decir?
Porque al principio no sé, no conoces a la persona y él es un tipo normal, no
destaca, pero a mí me encanta y te digo… estoy como una quinceañera, y el sexo
mejor que nunca.
- - jajajaja…. eso es fantástico. No hay nada como
entenderse con alguien.
- - Sí, no me había pasado nunca. Ni siquiera con el padre de mi hijo.
De
pronto nos había llegado el turno.
- - ¿Qué van a tomar? –preguntó la camarera-.
- - Uy no lo he pensado –dijo Ana echando un rápido
vistazo a la carta-.
Yo
sin embargo me había quedado clavada al ver a la camarera de sonrisa amplia y
pelo corto que amablemente esperaba manteniéndome la mirada. “¿Esta chica
entiende?”, me pregunté al instante pero la contestación de Ana hizo que dejara
mis pensamientos en el aire.
- - Un blanco y negro. ¿Y tú? –me preguntó-.
- - Pues lo mismo, pero ¿puede ser la bola de helado
de leche merengada?
- - Claro –me dijo la camarera-.
- - Genial. Gracias.
- - De nada.
No
le quité la mirada de encima cuando se dio la vuelta. No sólo tenía una sonrisa
arrebatadora, sino que encima tenía un culo estupendo y darme cuenta de mis propios
pensamientos me hizo dibujar una sonrisa que no pasó desapercibida.
- - Madre mía cómo te las gastas –soltó Ana a mi
lado-.
- - ¿Cómo? –pregunté-.
- - Que te ha molado la camarera, se te nota a la
legua.
- - jajaja… es guapa.
- - Ya –chasqueó la lengua-. Pues dudo que con la
mirada que os habéis echado no se haya dado cuenta de que te ha entrado por el
ojo. ¿Crees que entiende?
- - No lo sé. ¿Qué importa eso?
- - ¿Cómo no va a importar? Le puedes pedir el
número o algo y quedar.
- - Claro, claro… porque es que las lesbianas y la
vida funcionan así. Te gusta alguien a simple vista, y ya te lanzas a conocerla
y pedirle citas, ¿no?
- - jajajaja… bueno, yo conocí al mío por internet.
Cosas más raras se han visto.
- - Ya, pero yo no estoy buscando a nadie.
- - Pues deberías.
La
conversación que me estaba sacando una sonrisa idiota se vio interrumpida por
comentarios de otros de nuestros compañeros. Cuando la camarera nos sirvió a
cada uno lo que habíamos pedido, volví a fijarme en ella, pero el momento se
había esfumado y todos seguimos a lo nuestro.
- - Jolín pues se nos ha hecho corto, ¿no?
- - Siempre se nos hace corto, lo que pasa es que
luego nos cuesta la misma vida volver a quedar –dije yo-.
Había
llegado el momento de la despedida y con ella ese otro momento de exaltación y
alta expectativa de que esta vez quedaríamos dentro de tres meses para ir
juntos a la playa, algo que yo sabía que luego no pasaría en cuanto miráramos
las agendas de trabajo y obligaciones, aún así no dije nada salvo que me
apuntaría cuando dijeran. Uno a uno fuimos pasando por caja para abonar nuestra
consumición. Pero cuando llegó mi turno algo sucedió.
- - Deja mamá, ya le cobro yo. Son tres euros.
La
camarera de pelo corto y sonrisa amable quiso cobrarme personalmente. Le pagué
lo que me pedía, y dejé que me mirara a los ojos mientras nos sonreíamos. No sé
porqué no le agaché la mirada, ni tampoco porque mi vergüenza de niña no
apareció en aquel momento, sólo sé que me gustaban sus ojos, me gustaba su
boca, y no quise demostrarle lo contrario. Cuando me devolvió el cambio me dio
una tarjeta de consumiciones para un local de ambiente del centro, y me anotó
una hora y su número de teléfono.
- - Si quieres pasarte. Hoy trabajo allí.
- - Gracias. Lo pensaré.
“¿Lo
pensaré? ¿Acaso he ligado?”, pensé. Que extraña sensación el percibir de pronto
que alguien se ha fijado en ti, darte cuenta que también te has fijado en ella
y que de repente, todo puede pasar, cambiar.
Ni
siquiera sé porqué me armé de valor y me animé a salir esa noche. Convencí a
una pareja de amigas a acompañarme al local de ambiente, y aunque me noté más
rara que nunca al atravesar las puertas del pub en busca de aquella
desconocida, allí estaba.
- - No se si esto es buena idea –dije nerviosa-.
- - Claro que lo es.
- - Seguramente estaba siendo amable, o es
sencillamente la relaciones públicas y me vio cara de lesbiana.
- - Claro, claro… porque es que tú llevas claramente
esa palabra tatuada en la frente, y nosotras es que le vamos dando el número de
teléfono a cada bollera que nos encontramos por la calle sin más –ironizó una
de mis amigas.
- - Me estoy poniendo nerviosa
- - No bonita, llevas como un flan toda la tarde.
- - Pues no sé si me gusta, no tengo ninguna
necesidad –ahora era el turno de protegerme, de cabrearme-.
- - jajaja… tira para dentro. Vamos a la barra.
Y me
arrastraron con ellas. La vi nada más acercarnos. Tenía una sonrisa única y
cuando me vio se hizo tan clara que a mi se me pasó todo de golpe. Que extraña
sintonía.
- - ¡Has venido! Gracias. Me alegro mucho de verte
–me dijo, e inmediatamente me sentí bien recibida. - Es más, me sentí esperada.
- - Gracias a ti por invitarme –contesté-.
- - No podía no hacerlo. Me gustaste nada más verte.
¿Qué os pongo?
Mis
neuronas se removieron por su sinceridad, su atrevimiento y su naturalidad pícara.
Mi cara debió ser un poema al escuchar aquello, porque escuché por primera vez
su risa mientras le ponía un par de copas a mis amigas, y luego se tomaba unos
segundos para atenderme cara a cara.
- - ¿Haces esto muy a menudo? –pregunté con los ojos
entornados. Su sonrisa me decía que estaba jugando y me hizo tanta gracia como
a ella-.
- - Uy, uy… constantemente, prenda. Soy así de
lanzada. Una aventurera nata –bromeó como si fuera una devora mujeres y me hizo
reír al instante-.
Sin
darnos cuenta empezamos una conversación. Tan sencillo como absurdo, tan normal
que se me fueron templando los nervios. Me dijo su nombre, yo le dije el mío, y
en cuanto pudo librarse de la barra, salió para seguir conversando conmigo. Le
dije a qué me dedicaba, ella me contó su mundo, y sin más me sacó a bailar. A
mí, que no bailo nunca, y que me fue tan fácil abrazarme a sus brazos que no
daba crédito de mis propios pasos.
- - Tienes unos ojos muy bonitos –me dijo-.
- - Gracias – el pulso empezó a temblarme-.
Cuando
me fui a dar cuenta sólo podía fijarme en su boca, la cual tembló un instante
antes de lanzarse contra la mía. El suelo se removió. Pensé que jamás me habían
besado como ella… sentí que yo había cambiado, y que jamás había besado como me
estaba naciendo besarla a ella también. Como piezas de rompecabezas, raras y
encajadas. Ella tembló en mis brazos cuando se dio cuenta de lo que acababa de
hacer.
- - Lo siento –dijo sin mucha voz-.
- - Yo no –le contesté-.
Sus
ojos tenían la luz de la mañana a pesar de ser oscuros. Su sonrisa se volvió
tímida y me sentí por primera vez la fuerte desde que la conocí. Ni 24 horas.
No conocía a aquella mujer ni de 24 horas, y cuando volví a besarla todo se
materializó en un segundo. Mis ganas, nuevos sueños, nervios, tranquilidad,
deseo y una gran luz… ¿quizá esperanza de futuro?
Eso
sólo lo podrá contestar el tiempo. Sólo sé que era domingo, me levanté muerta
de dolor por la mañana, y que al acabar el día su sonrisa tímida y sus labios
que besando me hablaban, lo cambiaron todo como si nada.
By Sageleah.